“La diversidad de religiones es la voluntad de Dios”. Una ventana a la teología de las religiones del Papa Francisco

¿Acepta ahora la Iglesia Católica Romana que todas las religiones conducen a Dios? ¿De dónde procede esta nueva visión de las religiones? Todas estas preguntas son legítimas.

  · Traducido por Rosa Gubianas

10 DE MAYO DE 2025 · 18:50

Una imagen del Vaticano en abril de 2025. / Foto: <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@ahmetolcum">Ahmet Ölçüm</a>, Unsplash CC0.,
Una imagen del Vaticano en abril de 2025. / Foto: Ahmet Ölçüm, Unsplash CC0.

Muchos católicos romanos levantaron las cejas cuando leyeron: "El pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, raza y lengua son queridos por Dios en su sabiduría, mediante la cual creó a los seres humanos."

Quien decía esto era el Papa Francisco en la Declaración de Abu Dhabi de 2019 sobre “La Fraternidad humana para la paz mundial y la convivencia», firmada junto a Ahmad Al-Tayyeb, Gran Imán de Al-Azhar”.

Que Dios quiso (y por tanto creó) la diversidad de color, sexo y raza es incuestionable: todos ellos son rasgos buenos de la creación de Dios. Se podría argumentar que, en lo que respecta al lenguaje, habría que tener en cuenta el relato de la torre de Babel (Génesis 9) para darse cuenta de que la multiplicidad de lenguas también es fruto del pecado.

Pero, ¿qué ocurre con la diversidad de religiones? ¿Es realmente la voluntad de Dios que hombres y mujeres adoren a dioses y diosas distintos del Dios Uno y Verdadero, es decir, el Dios Trino de la Biblia? La respuesta bíblica directa es No. Punto. Sin embargo, el Papa Francisco dijo Sí.

¿Cómo es posible? ¿Acepta ahora la Iglesia Católica Romana que todas las religiones conducen a Dios? ¿De dónde procede esta nueva visión de las religiones? Todas estas preguntas son legítimas.

Según Alberto Caccaro, L'uomo fa la differenza in Dio. La questione cristologica in Jacques Dupuis (Brescia: Queriniana, 2024), para comprender el debate teológico actual sobre las religiones en el seno del catolicismo romano, es necesario conocer la obra del teólogo jesuita Jacques Dupuis (1923-2004).

Este teólogo belga, que pasó parte de su vida como misionero en la India, es una voz importante que forma el marco teológico del Papa.

El Papa Francisco, él mismo jesuita, no lo cita ni en la Declaración de Abu Dabi ni en la encíclica "Todos hermanos” sobre la fraternidad entre todos los pueblos, pero el pensamiento de Dupuis forma parte de la columna vertebral de su enfoque positivo y «fraterno” de las religiones.

Cuestionando los modelos existentes para reflexionar sobre el papel de las religiones (es decir, exclusivismo = Cristo excluye a otras religiones; inclusivismo = Cristo incluye a todas las religiones; pluralismo = Cristo es uno entre muchas religiones), Dupuis exploró nuevas “fronteras” a la luz de lo que él creía que era el “excedente” del misterio de Cristo sobre las formas lingüísticas e institucionales del cristianismo.

Su teología del pluralismo religioso era una respuesta a lo que consideraba una simplificación excesiva de los relatos tradicionales y una invitación a reelaborar la cristología reconociendo el “espacio” de las religiones como parte constitutiva de Cristo y del Evangelio.

En opinión de Dupuis, las religiones son mediaciones convergentes y complementarias de la salvación, por lo que la tarea de la teología consiste en elaborar una cristología de las religiones que se corresponda con su papel.

Este estudio de Caccaro, teólogo católico romano y misionero que trabaja en Camboya, retoma los temas de la reflexión de Dupuis precisamente a partir de la cuestión cristológica y considera los tres libros de Dupuis sobre el tema: Jesucristo en el encuentro de las religiones del mundo (edición inglesa: 1991), Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso (edición inglesa: 2002) y El cristianismo y las religiones. De la confrontación al diálogo (edición inglesa: 2002).

Estos trabajos suscitaron debate no sólo en las academias de teología sino también en la Congregación Vaticana para la Doctrina de la Fe (presidida entonces por el cardenal Joseph Ratzinger), hasta el punto de que la Congregación le envió una “Notificación”, una tarjeta amarilla por haber entrado en terreno minado, por “graves errores doctrinales” y “ambigüedades” en su pensamiento.

Aunque generó cierta polémica, esta “Notificación” no tuvo consecuencias disciplinarias. Tras la muerte de Dupuis, se abandonó el proceso.

En el pensamiento de Dupuis, la distinción entre Logos énsarkos (Verbo encarnado) y Logos ásarkos (Verbo no encarnado) es central. Mientras que el primero coincide con la persona de Jesucristo y el relato bíblico sobre él y su obra, el segundo es, por su propia naturaleza, abierto, espacioso e irreductible a cualquier codificación cerrada.

Por el lado del Espíritu Santo, mientras que el Espíritu de Cristo está asociado a la persona histórica del Dios-hombre Jesús (es decir, a la unión hipostática), el Espíritu de Dios “sopla donde quiere”, y posiblemente en todas las religiones.

Como teólogo católico romano Dupuis vislumbra los problemas que plantean estas ideas y en su teología se puede ver la lucha por mantener la cristología anclada en la Persona encarnada de Jesucristo, al tiempo que se abre al Logos no encarnado para acomodar y acoger a las diferentes religiones.

La pregunta subyacente es: ¿se puede encontrar la salvación más allá de la revelación histórica y encarnada de Jesucristo? En caso afirmativo, como sostiene Dupuis, hay lugar para la “revelación diferenciada y complementaria” y para la salvación ofrecida por otras religiones.

Puesto que Dupuis quiere afirmar tanto que Jesucristo es la revelación final en su Persona encarnada como la posibilidad de que otras religiones sean reveladoras y salvíficas en su realidad no encarnada.

La teología católica romana, maestra en mantener unidas las tensiones (et-et), debe abrir su síntesis al ejercicio máximo de su catolicidad, es decir, de su capacidad de abarcar dos opuestos al mismo tiempo.

Dupuis habla de “polaridades en juego”. En la polaridad no resuelta entre el Verbo encarnado (bíblicamente atestiguado) y el Verbo no encarnado (lo suficientemente amplio como para incluir otras religiones), habría lugar para el papel salvífico de las religiones.

Frente a los modelos tradicionales (exclusivismo, inclusivismo y pluralismo), Caccaro afirma que el pensamiento de Dupuis puede entenderse como “pluralismo inclusivo» o “inclusivismo pluralista” (91).

Incluso en una primera lectura, los problemas de esta postura son evidentes. Si se opone el Verbo no encarnado a la revelación encarnada de Dios en Jesucristo, ¿no se devalúa el escándalo necesario de la encarnación y la cruz?

Si el Espíritu y el Padre actúan fuera y sin Jesucristo, ¿no se pone en peligro la unidad y la armonía de la Trinidad? Si la salvación puede hallarse fuera del Verbo encarnado, ¿no resulta redundante la conversión a Cristo?

Caccamo ayuda a explorar las “acrobacias” de la teología de las religiones de Dupuis, especialmente en lo que se refiere a sus conceptos de «excedente» y «superabundancia” del misterio del Verbo, que no puede ser contenido en esquemas de pensamiento cerrados y predefinidos.

Lo más interesante quizá sea ver cómo su trabajo influyó en la afirmación del Papa Francisco de que la diversidad de religiones es la voluntad de Dios. Dupuis es sólo el último desarrollo de un largo proceso dentro del catolicismo romano del que el Papa se hizo eco.

De hecho, la teología de las religiones recibió una sacudida en el Vaticano II (1962-1965) cuando se argumentó que el plan de salvación incluye a personas que no profesan la fe en Jesucristo y que quienes no conocen el Evangelio pueden alcanzar la salvación (Lumen Gentium, n. 16).

Después, Redemptoris Missio, la encíclica de 1990 de Juan Pablo II, afirmó que «no se excluyen formas participadas de mediación de diversa índole y grado” (n. 5).

Ha pasado mucha agua bajo los puentes de la teología católica romana: del “cristianismo anónimo” de Karl Rahner al “Todos hermanos” del Papa Francisco.

Por supuesto, ha habido retrocesos aquí y allá (por ejemplo, la declaración crítica de 2000 Dominus Iesus firmada por el cardenal Joseph Ratzinger), pero la dirección parece estar clara.

La teología de las religiones es terreno fértil en el catolicismo romano posterior al Vaticano II. Por eso no es casual que el Papa Francisco haya podido escribir que “el pluralismo y la diversidad de religiones, color, sexo, raza y lengua son queridos por Dios en su sabiduría, mediante la que creó a los seres humanos”.

En este sentido, el espíritu, si no la letra, de la obra de Dupuis estaba en juego en la mente del Papa.

Se vislumbra un patrón: Dupuis abrió nuevos caminos en su obra, la reacción inmediata del Vaticano fue bastante negativa, luego sus principales preocupaciones fueron aceptadas e integradas, y ahora forman parte de la enseñanza dominante de la Iglesia romana, al menos implícitamente.

He aquí cómo funciona el catolicismo romano: por un lado, se mantienen formalmente las posiciones exclusivistas e inclusivistas tradicionales, pero, por otro, se han desarrollado en el “pluralismo inclusivo” o “inclusivismo pluralista” al que Dupuis dio peso teológico en su obra.

No existe un compromiso con la autoridad última de la Biblia y, por lo tanto, el sistema católico romano puede flexionarse hacia un lado u otro alejándose de los límites evangélicos.

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