Desde la iglesia no solo se mira al cielo

Si la fe, como diría el apóstol Pablo, actúa por el amor, la verdad cristiana debe estar encarnada en la historia, en el mundo, en el concepto de projimidad.

10 DE SEPTIEMBRE DE 2024 · 16:00

Imagen de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/es/s/fotos/church-heaven#:~:text=Foto%20de-,Lea%20Fabienne,-en%20Unsplash">Lea Fabienne</a>.,
Imagen de Lea Fabienne.

La iglesia local no es solo un recinto considerado más o menos sagrado desde el cual los fieles aprenden a mirar al cielo. Si la fe, como diría el apóstol Pablo, actúa por el amor, la verdad cristiana debe estar encarnada en la historia, en el mundo, en el concepto de projimidad, actuando sin cesar por la vivencia que tenemos de la espiritualidad cristiana. 

Así, la verdad nunca puede ser un silogismo abstracto, la comunidad de fe no puede estar desencarnada del mundo y sus problemáticas, permaneciendo de forma pasiva, mirando a lo celeste y sorda al grito de los excluidos de la tierra. Por tanto, la comunidad de fe tiene que ser también una comunidad que, necesariamente, debe actuar a través del amor a favor de los más débiles siguiendo al Maestro. 

Por tanto, nunca una comunidad de fe es una comunidad dedicada al ritual que nos lleva a pensar en el cielo como recompensa y a la búsqueda de un gozo con perspectivas de joyas en nuestra corona celestial. No es solo alabar y dirigir oraciones a un ser infinito, porque, si somos insolidarios y no buscamos justicia para el prójimo apaleado, quizás esas plegarias no superan el paso del techo de nuestras iglesias. 

Si creer es estar comprometido con Dios y con el hombre a través de la práctica del amor, ser miembro de una comunidad de fe cristiana tiene muchas repercusiones en la esfera social, debe tener una entrega total en el servicio al otro, en el amor al prójimo que, nada menos, tiene que estar en relación de semejanza con el amor a Dios. 

No, la verdad cristiana no es algo abstracto, reflexiones o silogismos desgajados de nuestra historia, de nuestras problemáticas y del mundo. Por eso creer es comprometerse con Dios, con el hombre y con el mundo y todas sus problemáticas que afectan al prójimo hundiéndolo muchas veces en la infravida, en el no ser de la pobreza y de la marginación social. 

No puede haber cristianos cómodos que se regocijan en el ritual o que se refugian en él buscando goces celestiales. Si somos insolidarios al grito de los sufrientes de la tierra y no practicamos la misericordia con los excluidos de un sistema mundo injusto, nuestro ritual es totalmente vano. No somos seguidores del Maestro. Quizás la iglesia no nos está enseñando con la radicalidad bíblica sobre estos temas.

No. Desde la iglesia no solo se mira al cielo. La verdad cristiana tiene que comprometernos hasta extremos insospechados, siempre sirviendo al Maestro y, por tanto, a los apaleados del mundo, si no queremos caer en la situación de escuchar el silencio de un Dios justo que aborrece nuestro ritual si no estamos practicando justicia y ejerciendo misericordia para con los colectivos sufrientes de la tierra que, en la Biblia, se suelen representar por los huérfanos, las viudas y los extranjeros, pero que hoy podrían ampliarse de una forma mucho más ampliada con los diferentes colectivos marginados del mundo. 

No penséis nunca que ser cristiano, que practicar y vivir la espiritualidad cristiana es sentarse en el banco de la iglesia buscando satisfacciones espirituales o premios eternos. Si por desgracia estamos de espaldas al sufrimiento del prójimo que, quizás, hemos encontrado precisamente cuando íbamos al culto tirado en medio del camino, apaleado y robado de dignidad humana, nuestro ritual cúltico es vano.

Recordad la parábola del Buen Samaritano. Si nuestras entrañas no se han movido a misericordia como buenos samaritanos al contemplar al sufriente, nuestra fe y nuestras creencias son simplemente silogismos abstractos que no hemos sido capaces de convertir en vida, no hemos podido hacerlos carne y vida en nosotros que, sin duda, deben impulsarnos a la acción. 

Desde la iglesia no solo se mira al cielo. No, la iglesia no es una comunidad de fe unidireccionalmente espiritualizada y que se desentiende del mundo, del dolor de las gentes. La fe, si está desencarnada del mundo, no vale para nada. No es fe. Es solo un sentimiento religioso que puede tornarse un tanto egoísta. Por eso, la verdad cristiana no puede ser un silogismo abstracto, una construcción mental que no tenga su reflejo inmediato en el compromiso con el hombre, con el prójimo, con la búsqueda de la justicia y la práctica de la misericordia.

Si nuestra fe nos lleva al compromiso con el hombre en exclusión o sufriente, no tardaremos también en vernos impulsados, necesariamente, a buscar las causas de esas exclusiones, de ese apaleamiento de nuestros congéneres, seres humanos con los cuales hemos coincidido en el tiempo y en la historia. La verdad cristiana nunca es un silogismo formal, sino que busca el contenido, el compromiso, el servicio. 

La verdad no es solo para vivirla y para alumbrar dentro de las cuatro paredes de la iglesia. Hay que tener otra dimensión en nuestra mirada de fe, siendo sal de la tierra, pero no solo para sazonar el ambiente eclesiástico. Tenemos que estar dados al prójimo en amor y servicio. 

Cuidado con los espiritualismos vanos y vacíos que no nos comprometen en la lucha contra la injusticia ni nos lanzan a la práctica de la misericordia. Así, si el cristianismo es una religión, es aquella pura y sin mácula de la que habla el apóstol Santiago que comienza con ayudar a los huérfanos y a las viudas en sus tribulaciones, que, como hemos dicho, esos colectivos son los prototipos de todas las personas marginadas hoy en el mundo. Luego, lógicamente, en una definición de religión pura y sin mácula, debe entrar también el mantenerse sin mancha, pues así se complementa la definición de religión en la Biblia, por haber sido perdonado por Dios mismo. Así, pues, la iglesia nunca es una entidad, un recinto sagrado en el que solo se mira al cielo.

 

 

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