Mi credo cristiano

Creo en el Reino de Dios, en su “ya” implantado en nuestro mundo, y en sus valores, y en ese “todavía no” del Reino para que llegue a su plenitud.

22 DE FEBRERO DE 2022 · 16:00

Foto de <a target="_blank" href="https://unsplash.com/@joshuaearle?utm_source=unsplash&utm_medium=referral&utm_content=creditCopyText">Joshua Earle</a> en Unsplash CC. ,
Foto de Joshua Earle en Unsplash CC.

He releído y corregido este credo que, aunque hecho un poco a mi medida, creo sigue las líneas del Evangelio. Me gusta que mis lectores lo conozcan. A veces, me gusta repetir este que llamo “Mi Credo Cristiano”, del que ya puse una versión más breve hace mucho tiempo en Protestante Digital, aunque sé que deben de quedar lagunas imposibles de suplir en tan poco espacio. En ninguna manera pretende sustituir al Credo de los Apóstoles ya conocido por todos. Sería una locura. Es solamente una reflexión personal que espero que os guste.

 

Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del Cielo, de la Tierra y de la Vida. Creador, tanto del hombres como de la mujer, a su imagen y semejanza y, por tanto, iguales en dignidad y en derechos. Un Dios Padre justo que creó un mundo con recursos suficientes para todos, pero que sufre con la acumulación desmedida de bienes por parte de unos pocos que empobrecen y despojan a las dos terceras partes de la humanidad, hundiendo al mundo en la injusticia, en la acumulación desmedida y en el desigual reparto que dan lugar a la pobreza como el mayor escándalo de la humanidad.

Creo en su Hijo Jesucristo, uno con el Padre y con el Espíritu Santo, que nació de María Virgen y que, antes de padecer bajo el poder de Poncio Pilatos, se dedicó a la solidaridad y defensa de los oprimidos, de los injustamente encarcelados y de los hambrientos del mundo. También se dedicó a la sanidad, a la dignificación de la mujer, de los niños y de los marginados, condenando la riqueza insolidaria y buscando la justicia social. En igual medida y en justo equilibrio, predicó las Buenas Nuevas de salvación escatológica para un más allá eterno en donde nos preparará una morada celestial.

Creo en un Jesucristo evangelizador, Evangelio de Dios para el mundo, quien no solo predicó con la palabra, sino con la acción de servicio solidaria que la convierte en acción social evangelizadora, apoyada con sus estilos de vida, sus prioridades y ejemplo amoroso.

Creo en la labor profética de Jesucristo, con una denuncia que ataca toda insolidaridad e injusticia, a la vez que condena a los opresores, a los necios acumuladores, a los que no practican la misericordia, a los que se apegan a las riquezas y no comparten.

Creo en Jesús, quien condenó a los religiosos que se autojustificaban a sí mismos, a los que se autoconsideraban puros, a los que despreciaban a los pobres y a los sencillos y que, en su hipocresía, tachaban de pecadores a los que estaban fuera de su círculo de falsa pureza. 

Creo en el Jesús que comía con los proscritos, marginados y pecadores, dándonos ejemplo y anticipando el banquete final del Reino.

Creo en el Espíritu Santo, fuente de poder y de inspiración que nos capacita no solo para la verbalización de la Palabra, sino para su realización concreta y activa en el mundo. Un Espíritu Consolador que nos acompaña, no dejándonos nunca solos. Un Espíritu que siempre nos recuerda que somos hijos de Dios y que corre en nuestro interior como ríos de agua viva cuando creemos.

Creo en una Iglesia Universal que siga los valores del Reino y que no se convierta en valedora de aquello que pertenece al antirreino, al poder terrenal. Una Iglesia que no se encierre solamente entre las cuatro paredes de los templos, sino que las pueda romper y hacerlas permeables para ser una Iglesia arraigada en el mundo, solidaria y servicial con sus problemáticas, pero manteniendo su visión de eternidad.

Creo en un Dios perdonador de pecados, que nos hace nuevas criaturas y nos capacita para abrirnos a Él y al otro, al prójimo, fundamentalmente al débil y al que sufre, afirmando que el amor que le tenemos a Él y el que tenemos al prójimo, están en relación de semejanza.

Creo en la vida eterna que, de alguna manera, la empezamos a disfrutar en el “ya” del Reino en nuestro aquí y nuestro ahora.

Creo en el amor, que nos hace participar de la naturaleza de Dios mismo. Amar es participar de la naturaleza de Dios.

Creo en un Jesucristo que tuvo que morir en la cruz para pagar nuestros pecados y abrirnos un camino de salvación, pero igualmente creo en la gloriosa resurrección de Jesús que nos abre las puertas para  la resurrección final de nuestro cuerpo, objeto también del amor y del plan de redención de Dios, lo que nos debe llevar a amarlo, dignificarlo y cuidarlo, y no solo a mi propio cuerpo, sino a los de aquellos que sufren deterioro por la opresión y el no-ser de la marginación, del hambre y de la tortura.

Creo en la comunión entre los hombres, la común unión que debemos guardar como hijos y criaturas del mismo Padre o Hacedor.

Creo en el Reino de Dios, en su “ya” implantado en nuestro mundo, y en sus valores, y en ese “todavía no” del Reino para que llegue a su plenitud, a la vez que me uno a la oración modelo de Jesús para los hombres: “Venga tu Reino”. Amén.

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