¿Quién defiende los derechos de los pobres?

Ser cristiano es vivir en compromiso con el hombre, con el prójimo y, fundamentalmente, con aquellos empobrecidos, oprimidos y robados de dignidad.

30 DE AGOSTO DE 2016 · 14:52

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No hay ningún tratado en el mundo que defienda mejor los derechos de los pobres que la propia Biblia. La fuerza con la que las Escrituras defienden a los pobres y sus derechos supera en excelsitud los trazos formales de los Derechos Humanos. Otra cosa es que los creyentes en el mundo hoy, que dicen seguir al Maestro y defender sus valores, se olviden de que ellos también deben ser defensores de estos derechos, denunciadores de aquellas situaciones que atentan contra ellos, promotores de la justicia social y reivindicadores de estos prójimos apaleados y tirados al lado del camino.

¿Por qué los cristianos no defienden estas líneas bíblicas que claman por los derechos de los empobrecidos? ¿Por qué han olvidado la voz profética? ¿Por qué muchas veces alaban al Dios comprometido en la defensa de los pobres mientras dan la espalda a estos que nunca serán olvidados por el Creador? ¿Es que, acaso, se puede parcelar el Evangelio quedándonos sólo con lo que nos gusta sin necesidad de comprometernos para nada con el prójimo sufriente? ¿Podemos defender un Evangelio integral sin defender los derechos de los pobres?

Para los cristianos, la defensa de estos derechos debería ser un objetivo esencial porque no emanan de dictados humanos, de humanitarismos que incluso podrían ser ateos. La implicación que los cristianos deben tener en la defensa de los derechos de los pobres emana de la propia Biblia siendo muchos de ellos mandamientos de responsabilidad para con el prójimo que emanan de la propia Biblia de manera radical, directa, fuerte y absoluta hasta llegar a la condenación de los inmisericordes que pasan de largo tanto en la ayuda asistencial, como en el uso de la voz en la defensa de los derechos de tantos empobrecidos de nuestra historia.

Ser cristiano es vivir en compromiso con el hombre, con el prójimo y, fundamentalmente, con aquellos empobrecidos, oprimidos y robados de dignidad. No hay tratado humano, ético, moral, político o social que se introduzca tan en profundidad y en forma de mandamiento cuyo incumplimiento conduce a la condena como la doctrina bíblica. La Biblia siempre va a ir marcando un plus de solidaridad por encima de cualquier tratado humano, un plus de amor al prójimo que nos lanza a la radicalidad en estos temas.

Quizás de ahí el miedo de los creyentes de sentirse interpelados por la Palabra pasando a espiritualizar demasiado sus vivencias espirituales hasta desarraigarlas de la realidad de nuestro aquí y de nuestro ahora. Pasamos a hacer, así, del cristianismo un cierto pietismo iluminado y místico pero carente de compromiso con el hombre. Aunque, aparentemente, nos sintamos liberados, estamos cayendo en el pecado de omisión de la ayuda y en la complicidad con los opresores y acumuladores injustos de un mundo desigual en el que no se respetan los derechos de los más débiles y empobrecidos de nuestra historia presente.

Si un cristiano no puede asumir los planteamientos de Jesús ante las riquezas, tampoco puede asumir las defensas que Jesús hace con sus palabras, estilos de vida y prioridades de los pobres, oprimidos y quebrantados, si no se siente interpelado y movido a misericordia ante las marginaciones de unos, los más débiles, por parte de los más fuertes, su vivencia de la espiritualidad cristiana queda sumida en un raquitismo que asusta, en una vanidad espiritual que para nada se asemeja a la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana que se realiza en el servicio a través de una fe que actúa por el amor como diría el Apóstol Pablo.

Cuando vivimos una espiritualidad desencarnada der espaldas a aquellos que han perdido sus derechos, que se han empobrecido y que sufren por el egoísmo y la avaricia de otros, no sólo nos incapacitamos para la defensa de los derechos de los pobres, sino que creemos falsamente que el propio cristianismo nos anima a separarnos de estas miserias para vivir más cerca de la realidad angelical que de la realidad del prójimo tirado al lado del carril en nuestra existencia terrestre. Hemos errado el camino y hemos perdido la auténtica espiritualidad que dimana de estar en consonancia con las enseñanzas y ejemplos del Maestro que vino a morir por nosotros. Nos alineamos con aquellos que pueden legitimar la pobreza desde posicionamientos religiosos falsos, inútiles y que son una molestia a la propia sensibilidad del Creador.

No se debe trabajar en la difusión de un evangelio que eluda la defensa de los derechos de los pobres siguiendo las líneas bíblicas. Éste sería un evangelio alicortado que falsea la realidad bíblica. Hay que rescatar y predicar sobre los valores del Reino que son rehabilitadores y defensores de los débiles y empobrecidos hasta llegar a la afirmación bíblica más tajante e incomprensible para muchos: Los últimos serán los primeros. Sí. Muchos últimos deben pasar a las primeras filas, a ser los primeros, aunque a algunos les escandalice por no tener una fe bíblica activa que actúa por el amor, por no ser capaces de ser movidos a misericordia ante el fenómeno de la pobreza en el mundo.

La defensa de los derechos de los pobres se nos presenta como un reto en el seguimiento de Jesús. No vaya a ser que nos pase como al joven rico que se quedó con su riqueza y con su tristeza sin capacidad para seguir las directrices del Maestro. Dar la espalda a los pobres, a su grito, a la lucha por la justicia y a la denuncia de la opresión, desmiente el que seamos verdaderos discípulos de Jesús, desmiente el que estemos acercando su reino, desmiente la autenticidad con la que hemos de orar la oración modelo cuando decimos: “Venga tu Reino”.

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