Grandes escritores hispanoamericanos: Amado Nervo

La fe se despertó en él de una forma natural. En Plenitud afirma que “el hombre es un ser organizado especialmente para creer”.

25 DE ENERO DE 2024 · 17:30

Amado Nervo. / <a target="_blank" href="https://commons.wikimedia.org/wiki/Category:Amado_Nervo#/media/File:Amado_Nervo_-_Plenitud_(1919)_(page_7_crop).jpg">Hathi Trust</a>, Wikimedia Commons.,
Amado Nervo. / Hathi Trust, Wikimedia Commons.

Amado Nervo nació en Tepic, estado de Nayarit, el 27 de agosto de 1870. A los 14 años lo vemos estudiando en Jacona, Michoacán.

Más tarde, en 1886 entra al Seminario de Zamora. Durante cinco años estudia allí literatura, filosofía, ciencias y un curso de teología. Nervo no piensa en el sacerdocio. Aspiraba otros destinos. “Me espera el periodismo y quizá más tarde me llame a su seno la guerra”, le oímos decir.

En efecto, el periodismo le esperaba. En la ciudad de México escribe para El Imparcial. El director del periódico lo envía como reportero a la Feria Internacional de París.

Nervo descubre Europa y recorre varios países del viejo continente. Tiene entonces 20 años. En París conoce a Ana. De regreso a México estudia para diplomático.

Aprueba los exámenes y es enviado a España como segundo secretario de la Legación de Méjico en España. Amado Nervo vive en España trece años, de 1905 a 1918.

El también poeta y crítico literario español, exiliado en México tras la guerra civil –incivil– y fallecido aquí en 1944, Enrique Diez Canedo, describe así la estancia de Nervo en la llamada madre patria:

Los que le trataron en Madrid, muchos, sin duda, pero cuán pocos íntimamente, no es fácil que le olviden. Hombre de letras y hombre de mundo, formado en la escuela "modernista" y en el ambiente cosmopolita de París, encontró, en la calma y en la sencillez del nuestro, plácido refugio, muy conforme a su espíritu recatado. Era, en todos los lugares donde se reúnen unos cuantos amigos de las letras, como un pasajero cordial, bienvenido, siempre; dejaba en ellos la amenidad de su charla sutil, este hombre que parecía hecho para hablar; su palabra abundante, sugestiva, enamorada de un concepto, lo iba trabajando, puliendo, retocando hasta que lo dejaba luciente por todas sus facetas. Hacía de la conversación obra de arte: sus ademanes distinguidos puntuaban y subrayaban, y toda la luz del espíritu se concentraba en su fina máscara azteca”.

En 1918 Amado Nervo regresa a México. El Gobierno lo nombra Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Argentina, Paraguay y Uruguay.

Aquí murió Nervo, el 24 de mayo de 1919. Sus últimas palabras fueron: “Siento que la muerte me entra por los pies”. Por los pies, por el pecho o por los cabellos la muerte nos entra un día a todos.

La vida no es otra cosa que el resplandor de la muerte”, dice una milonga argentina citada por Borges.

¿En algún momento de su vida tuvo Amado Nervo un encuentro con el Titán?

Ortiz de Montellano cree que sí. Cree que en fecha no especificada Dios habló a Nervo como lo hizo al profeta Elías en el monte Horeb, en voz baja, muy baja, algo que era como el ruido del corazón, como un tembloroso susurro en el cogollo del alma. Añade Montellano que después de esto “habló Nervo a su Dios y nos habló de Dios a los demás”.

A mi entender, la teoría de un encuentro puntual con Dios tiene poca consistencia.

Nervo vivió desde siempre en trato con la religión. Nació de padres católicos. Días después fue bautizado en la Iglesia parroquial de Tepic.

A los nueve años fue confirmado por el arzobispo de Guadalajara Pedro Loza. Tenía 16 años, en 1886, cuando entra en contacto más directo con la religión en el Seminario de Zamora.

Antonio Oliver, autor de una excelente biografía sobre el poeta de Nicaragua, Rubén Darío, dice de Nervo que la religiosidad “pervive en su alma con mayor o menor firmeza a lo largo de toda su vida”. Murió con un crucifijo entre las manos posadas en el pecho.

La fe se despertó en él de una forma natural. En Plenitud afirma que “el hombre es un ser organizado especialmente para creer. Cuando no puede creer en Dios por indigestión de ciencia cree en cualquier otra cosa; en un tabú, en un número, en un augurio, en la espuma del café”.

Cristo

Cuando algunos franceses veían a Nervo por las calles de París decían: “Voicí Monsieur le Christ” (“Ahí va el señor Cristo”).

En efecto –comenta Montellano– parecía un Cristo mustio, con su barba descuidada y aguda, un Cristo de cuadro medieval, un Cristo patinado”.

En el volumen Místicas Nervo relata un encuentro especial con Cristo:

Jesucristo es el buen samaritano:

yo estaba malherido en el camino, 

y con celo de hermano

ungió mis llagas con aceite y vino; 

después, hacia el albergue, no lejano, 

me llevó de la mano

en medio del silencio vespertino”.

Nervo fue fiel a este llamamiento. Respondió con prontitud. Anticipándose a la letra de un conocido bolero, escribió unos versos inspiradísimos tres años antes de morir, en enero de 1916. Se encuentran en las páginas de Elevación, donde el misterio de la vida, el misterio de la muerte y el misterio de Dios forman la estructura principal del libro.

Dice el poeta:

Si Tú me dices: ‘Ven!’: lo dejo todo...

No volveré siquiera la mirada 

para mirar a la mujer amada...

Pero dímelo fuerte, de tal modo

que tu voz, como toque de llamada, 

vibre hasta en el más íntimo recodo 

del ser, levante el alma de su lodo

y hiera el corazón como una espada.

 

Si Tú me dices: “iVen!”, todo lo dejo. 

Llegaré a tu santuario casi viejo,

y al fulgor de la luz crepuscular; 

mas he de compensarte mí retardo,

difundiéndome, iOh Cristo!, como un nardo 

de perfume sutil, ante tu altar”.

 

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