Ateísmo y el origen del mal

El ateísmo yerra en su planteamiento cuando considera la existencia del mal como prueba de la inexistencia de Dios. Ignora la absoluta bondad de Dios.

01 DE JULIO DE 2021 · 19:00

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Foto de Ivars Krutainis en Unsplash CC.

Dice el ateo:

“¿Desea Dios prevenir el mal pero no puede evitarlo? Entonces Dios no existe”. David Hume, filósofo escocés ateo, 1711-1776.

Responde el creyente:

“Dios no obra el mal. La causa del mal debemos encontrarla en el libre albedrío, en la libre voluntad de las criaturas racionales”. San Agustín, siglo IV y V.

El problema del mal en el mundo continúa inquietando la conciencia humana.

Ha sido uno de los objetos permanente de investigación de la filosofía y la religión. Pero el ateísmo yerra en su planteamiento cuando considera la existencia del mal como prueba de la inexistencia de Dios. Ignora la absoluta bondad de Dios, lo que implica necesariamente la imposibilidad de que Él sea responsable del mal. Dios es autor del bien, el mal parte de nosotros, seres humanos y criaturas suyas. El mal es el pivote sobre el que ruedan todas las pasiones humanas. Decía el dramaturgo madrileño Jacinto Benavente, citado en otras páginas, que “las personas inteligentes y prácticas sólo hacen el mal que les conviene. Dios nos libra de las personas que hacen el mal aunque no les convenga”.

El mal vive en el corazón del ser humano.

El bien vive en el corazón de Dios. Los comentaristas coránicos de la tierra árabe donde yo nací, cuando se enfrentan a un tema que no tienen claro lo soslayan con una palabra mágica: Mectub, que significa “está escrito”, y punto.

Mectub. Escrita está también en el primer capítulo del Génesis la acción creadora de Dios en seis días o períodos de tiempo: la luz. El firmamento. La tierra. El día y la noche. Animales marinos. Animales terrestres. Cinco veces en este primer capítulo del Génesis Dios evalúa su creación y concluye con esta frase: “Y vio Dios que era bueno”. El adjetivo bueno indica bondad, el bien, no el mal. Entérense los ateos y las ateas. Cuando nada existía el bien estaba en la mente y en el corazón de Dios. El mal no existía, no se le puede atribuir a Dios el origen del mal como hacen en La Biblia del ateo dos ateos famosos, el Marqués de Sade y Thomas Paine.

Siguiendo en el Génesis, el capítulo 2 y versículo 9 trata de un árbol un tanto misterioso: “Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer; también el árbol de la vida en medio del huerto y el árbol de la ciencia del bien y del mal”. Se trataba de un árbol del mismo origen que los demás, nacido “de la tierra”, pero con distintos fines, propósitos y consecuencias.

El sentido único y verdadero de este árbol ha sido motivo de diferentes interpretaciones por los comentaristas de la Biblia, que no han ocultado la dificultad exegética.

Es la primera vez que el mal aparece en las páginas de la Biblia. El escritor y teólogo inglés Francis A. Schaeffer, muy publicado en España por Literatura Evangélica, autor de cabecera de muchos evangélicos españoles, sugiere en su libro Génesis en el tiempo y en el espacio, que en el árbol de la ciencia Dios pone de manifiesto el libre albedrío y la alternativa de elección por parte del ser humano. “Es perfectamente cierto –añade– que Dios dejó abierta la posibilidad del mal, no su realización”.

Arrodíllense los ateos y las ateas. En la libertad que Dios concede a sus criaturas les ha dado la posibilidad de que elijan entre el bien y el mal, de no ser así el mismo Dios se habría convertido en un dictador, moviendo a hombres y mujeres, niños y viejos, con unos hilos invisibles desde su trono en el cielo.

Adán y Eva ya existían como personas. Conocían el bien, Dios quería evitar que conocieran el mal. De aquí el consejo a Adán: “Del árbol de la ciencia del bien y el mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Génesis 2:17).

Nada nuevo en el ser humano. La desobediencia a Dios ha sido su deporte favorito desde que el mundo es mundo. ¿No había suficientes árboles en aquel huerto? ¿Por qué acudieron al único prohibido? Por lo de siempre, por hacer lo contrario de lo que Dios manda. Comió Eva. Comió Adán. Comió el mal. Adán y Eva no murieron físicamente. El castigo de Dios no podía ser tan cruel. No podía destruir a la pareja que acababa de crear. No murieron entonces. Adán vivió 930 años. La de ellos fue una muerte espiritual, la separación de Dios.

Desde entonces los seres humanos están muertos para Dios. Como lo plantea el apóstol Pablo, “muertos en delitos y en pecados” (Efesios 2:1).

Dios creó al hombre como un ser libre, capacitado para obrar inteligentemente. La comisión real del mal no era necesaria para su libertad, pero la habilidad para realizar el mal si lo era.

Respondan los ateos: ¿qué pudo haber hecho Dios en aquella situación? ¿Crear al hombre sin la capacidad de discernir entre el bien y el mal? Esto lo habría dejado a un nivel inferior a los animales.

La Biblia no plantea, como hace la filosofía y la teología, el origen del mal. Algunos profetas afirman que la fuente del mal está en la desobediencia a Dios y en el corazón inquieto del hombre: “Caminaron en sus propios consejos, en la dureza de su corazón malvado, y fueron hacia atrás y no hacia adelante” (Jeremías 7:24).

Al principio de este trabajo mencioné a San Agustín, considerado el último padre de la Iglesia primitiva, quien nació y murió entre los siglos IV y V. San Agustín escribió muchas páginas sobre el mal. Abundando en la existencia del mal en el corazón del hombre, no en el de Dios, San Agustín acude a San Pablo, cuando el apóstol describe su enigma interior, el mal a su alcance, que le impide hacer el bien: “No hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago” (Romanos 7:19). Lo que resulta que el mal se hace sin esfuerzo, en tanto que el bien es un arte que debemos practicar. El mal estaba tan cerca de la voluntad de Pablo como lo está en la de todos nosotros, impidiéndonos hacer el bien.

En el pensamiento de San Agustín somos nosotros, los seres humanos, la única causa del mal a través de un abuso de libertad, es decir, del desvío del bien. El mal no puede ser de Dios: “Pues Dios –añade el teólogo– siendo sumamente bueno no permitiría en modo alguno que existiese el mal”.

En esto creo: en el triunfo sobrenatural del bien sobre el mal si el ser humano contribuye a ello. Todo el mal viene con alas y huye cojeando. “No obremos el mal y el mal no existirá” decía Tolstoi, porque el mal no procede de Dios, procede de las pasiones que combaten en nuestros miembros.

Enterados os dejo, señores ateos y señoras creyentes en la nada contada y cantada por Ernest Hemingway. El mal existe, el mal nos rodea, el mal nos asfixia, pero el origen del mal no está en Dios, está en el grito de la voluntad supuestamente libre, cuando en realidad es un regreso a la esclavitud, la esclavitud moral y religiosa.

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