Hernán Rivera Letelier: Una literatura marcada por la religiosidad evangélica (I)

Las entrevistas pintaban a Rivera Letelier como un pentecostal tránsfuga, pero que no podía evitar que ese mundo religioso se trasladara a sus textos de una manera si no natural, sí bastante epidérmica y transparente. 

12 DE NOVIEMBRE DE 2015 · 22:30

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Portada del libro.

Me crié en una familia religiosa, leyendo la Biblia, orando todo el día, por eso me vacuné contra las religiones y no creo en Dios, pero sé que él cree en mí y que me quiere mucho.[1]

H.R.L.

Una de las razones ocultas por las que el reciente viaje a Chile resultó una auténtica revelación, resultado de una búsqueda soterrada, fue, entre otras cosas, el encuentro con la obra de Hernán Rivera Letelier, especialmente con Himno de un ángel parado en una pata, publicada inicialmente en 1996 y con la que ganó el Premio del Consejo Nacional del Libro de ese año. Luego de conocer El arte de la resurrección, con que su autor ganó el Premio Alfaguara en 2010, la noticia corrió rápidamente: se trataba del primer escritor formado en el ambiente evangélico chileno (metodista pentecostal, para mayores señas). En esa nueva novela premiada internacionalmente el personaje de base era nada menos que el Cristo de Elqui, personaje religioso de una chilenidad incontrolable, el mismo al que Nicanor Parra le había dedicado sendos libros en los que su habla retrata la manera en que se vive la religiosidad popular más arraigada. Así, el atractivo de su trabajo narrativo resultaba irresistible, sobre todo si se piensa en la casi “dictadura” mediática con que en el mundo de habla hispana se ha extendido la fama de Roberto Bolaño, el chileno-mexicano que terminó sus días en España luego del éxito arrollador de sus novelas más famosas.

 

Hernán Rivera Letelier.

Las entrevistas pintaban a Rivera Letelier de cuerpo entero, especialmente una, para la BBC, en la que aparece como un pentecostal tránsfuga, pero que no podía evitar que ese mundo religioso se trasladara a sus textos de una manera si no natural, sí bastante epidérmica y transparente. Sobre el personaje que abordó en esa novela, dijo que era “la historia de un iluminado, un hombre que aparece diciendo que es la reencarnación de Cristo en su segunda venida, que aparece en el valle del Elqui, vestido como Cristo”.[2] Y agregó, relacionando ese personaje (que ya había desarrollado en tres de sus libros) con su propia experiencia:

El Cristo tiene mucho de mí. Yo me crié en un hogar con padres evangélicos. Mi papá, que también era un minero analfabeto, era un pastor evangélico y salía a predicar a las calles y me llevaba a que lo acompañara, siendo un niño yo.

Y cuando predicaba la gente se quedaba oyendo fascinada. Entonces ése es un mundo que yo conozco por dentro. Y creo que yo era el más indicado para contar y cantar la historia de este Cristo. La prédica de mi padre fue fundamental. Yo me crié con la Biblia en mi almohada. Entonces el lenguaje que se precisaba para contar esta historia estaba en mis genes.[3]

Cuando presentó la novela en México, sus palabras seguían evidenciando el impacto de la fe de su familia sin medias tintas:

Me crié con la Biblia, con el tono de profeta, porque mi viejo —a quien dedica el libro [“A mi padre, predicador a los cuatro vientos”]— también fue un predicador. Cuando era niño me hacía que lo acompañara a la calle e íbamos a predicar juntos. […]

En El arte de la resurrección el personaje tiene mucho de mi viejo y de mí, porque de alguna manera soy también una especie de predicador en ese desierto. Mi prédica vendría siendo mi novela, ¿es cierto? De alguna manera también hago un milagro, porque resucito una historia que estaba muerta, que desenterré para entregarla a los jóvenes. Y, la estoy llevando más allá de las fronteras de mi país.[4]

A la pregunta sobre el lugar del predicador en la sociedad de hoy, respondió duramente, adivinándose el rescoldo del pasado en su crítica presente:

Siempre han existido en el mundo profetas, mesías e iluminados, todos falsos, por supuesto. En el campo de la política destacan mucho, pero también en el de la ciencia, inclusive, en el de los negocios. El campo del arte está lleno de falsos profetas e iluminados.

De alguna manera las personas necesitan un guía espiritual y de pronto aparecen estos tipos, pero son dioses con pies de barro. Con tiempito se caen.

Pero como las personas siempre están en busca de lo espiritual, ahora la religión que se impone es la de los libros de autoayuda. Es la religión del siglo XXI.[5]

Habiendo leído algo sobre él en un ensayo de Miguel Ángel Mansilla (sociólogo evangélico) parece que se queda corto al momento de describir el tratamiento de lo religioso heterodoxo (canuto, como es el término peyorativo chileno). Mansilla señala sobre el relato: “…está contado a partir de la mirada de un adolescente, de su dura pero exultante lucha por la supervivencia, su aprendizaje del amor, al cita en los sueños y en la vigilia con una tenaz fantasmagoría: los ángeles innumerables del selvático repertorio bíblico familiar, ya que pertenecen al mundo pentecostal”.[6] A diferencia de Mansilla, el crítico Daniel Blaustein toma el hilo conductor de la fe pentecostal del protagonista y lo proyecta como uno de los ejes rectores de la historia: “De mayor relevancia por tratarse de un rasgo distintivo en la caracterización del protagonista (‘es que soy evangélico, señor’, p. 176), el narrador también se encargará de suplir todas las lecciones necesarias para que el receptor pueda comprender cabalmente qué implica pertenecer a (o desviarse de, como lo hará paulatinamente Hidelbrando) la Iglesia Evangélica Pentecostal”.[7]

Hernán Rivera Letelier es un narrador y poeta chileno nacido en Talca (cerca de 300 km al sur de Santiago) en 1950, pero que pasó sus años tempranos en la ya desaparecida Oficina salitrera Algorta, al norte del país, espacio que le ha resultado tan entrañable, que se ha propuesto recrearlo, una y mil veces, en cuanta oportunidad narrativa se le ha presentado. Sus palabras son duras y tiernas al mismo tiempo: “…para mí el norte ha sido todo. En él he vivido prácticamente toda mi vida... sureño de nacimiento, el norte me vio llegar en brazos de mi madre. Y en él me quedé empampado”.[8] Además: “Durante cuarenta y cinco años sufrió las exigencias del desierto de Atacama, el lugar donde se crió, donde durante 30 años trabajó como minero y donde se forjó como escritor”.[9] En sus inicios escribió versos irónicos, propios de un anti-poeta, con el sabor bíblico de alguien que creció en un medio evangélico que tan intensamente aparecerá después: “Jeremías: Nadie me quita de la cabeza que fue demasiado sonora la palmada que me dieron al nacer...”. Poemas y pomadas (título parriano a más no poder), de 1987, fue su primer libro, de una época en que ganó cuanto concurso se le puso enfrente.

Luego vendrían Cuentos breves y cuescos de brevas (microcuentos, 1990) y La reina Isabel cantaba rancheras (1994), en la que ya aparece esa verborrea desatada, coloquial, regionalista y decididamente con el tono religioso en los giros, recuerdos y evocaciones, que impactarían contra todo en la siguiente novela, que aquí nos ocupa. Unas frases de La reina Isabel… son ejemplo contundente de lo dicho hasta aquí, al referirse al cantante mexicano Miguel Aceves Mejía: “…es uno de los cantantes charros que más le gusta, sobre todo en este tema lleno de sentimiento que ya comienza a aleluyarle el alma con esa exultante entrada de violines y trompetas a todo dar, escoltados por el guitarreo inconfundible de los mariachis y el vibrar ronco y zumbante de ese verdadero armario que es el guitarrón y que seguramente carga y pulsa un mariachi achaparrado y gordito, de espesos bigotes a lo Villa y un verrugoso lunar esculpido en su redonda cara de ídolo azteca”.

Decididamente autobiográfica, Himno del ángel parado en una pata es una oda continua al desierto, a la experiencia de la soledad, dominada inevitablemente por la muerte trágica de su devota madre a causa de un piquete de araña al poco tiempo de que se mudaron como familia a la ciudad de Antofagasta. La narración de ese suceso en el capítulo 4 es desgarradora, realista y profundamente evangélica, un auténtico retrato de fe.

Su pobre madre evangélica. […]

La muerte de su madre había sido profetizada en una noche de gran avivamiento espiritual en la iglesia, a los doce días de haber llegado a vivir a Antofagasta. En medio de la maravillosa manifestación del Señor, el Espíritu santo tomó como instrumento a la hermana Sixta Montoya, que tenía el don de la profecía, para dar sus mensajes a la congregación.[10]

Así comienza, de un modo insuperable, el entrañable relato del suceso que habría de rasgar para siempre la vida de Hidelbrando, auténtico alter ego del autor.

 

A Jaime Blaauboer y Javier Carvajal, con enorme gratitud.

 

[1] Lenka Carvallo, “Hernán Rivera Letelier: No creo en Dios pero él sí cree en mí”, en Caras, 23 de octubre de 2013, www.caras.cl/libros/hernan-rivera-letelier-no-creo-en-dios-pero-el-si-cree-en-mi/

[2] Juan Paullier, “Rivera Letelier: ‘No sé nada de literatura, yo escribo’”, en BBC Mundo, 23 de marzo de 2010, www.bbc.com/mundo/cultura_sociedad/2010/03/100323_rivera_letelier_premio_alfaguara_chile_entrevista_jp.shtml.

[3] Idem.

[4] Merry MacMasters, “Cuando necesito una religión, leo poesía, afirma Hernán Rivera Letelier”, en La Jornada, 16 de julio de 2010, www.jornada.unam.mx/2010/07/16/cultura/a06n1cul

[5] Idem.

[6] M.Á. Mansilla, “Despreciados y desechados. Itinerario de la canutofobia en Chile en la primera mitad del siglo XX”, en Cultura y Religión, junio de 2007, p. 7, recogido en La cruz y la esperanza. La cultura del pentecostalismo chileno en la primera mitad del siglo XX. 2ª ed. México, Manda-CIALC/UNAM, 2014.

[7] D. Blaustein, “Incursiones en un texto ‘amistoso’: Himno del ángel parado en una pata, de Hernán Rivera Letelier”, en Escritos. Revista del Centro de Ciencias del Lenguaje, núm. 34, julio-diciembre de 2006, p. 149.

[8] Sergio Gaytán, “Hernán Rivera Letelier”, 14 Autores nortinos. Antofagasta, Ediciones Universitarias, Universidad Católica del Norte, 1993, en http://memorianortina.cl/hernan-rivera-letelier/

[9] J. Paullier, op. cit.

[10] H. Rivera Letelier, Himno del ángel parado en una pata. Santiago, Punto de Lectura, 2011, pp. 25, 26.

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