Entre razón y religión

Digámoslo de una vez claro y sin rodeos. La razón es una potencia creadora. Su luz ha iluminado secretos de la naturaleza humana. Pero falla cuando discurre sobre Dios.

05 DE SEPTIEMBRE DE 2015 · 21:38

Fondo de cultura económica. México, 54 páginas.,
Fondo de cultura económica. México, 54 páginas.

El novelista y poeta milanés, Alessandro Manzoni, escribió que el deseo de felicidad es natural a la razón y no necesita a la religión que promete una felicidad eterna. El Premio Nobel de Literatura Jacinto Benavente, notable dramaturgo, se sublevó ante tamaño desatino y gritó: “que triste cosa sería la vida si sólo la razón gobernara nuestras acciones”.

El escritor y naturalista John Burroghs dice en LA BIBLIA DEL ATEO que “la ciencia ha hecho más por el desarrollo de la civilización occidental en cien años que el Cristianismo en ochocientos”. Si esto fuera verdad habría que preguntarle con el patriarca Job: “¿Quién puso la sabiduría en el corazón? ¿O quién dio al espíritu inteligencia?” (38:36).

Razón y religión, ciencia y Dios han sido motivos de enfrentamientos y debates desde que se inauguró la llamada Edad de la Razón. Hace poco más de tres años, el evolucionista ateo Richard Dawkins y el obispo anglicano de Canterbury revivieron ese debate entre Huxley y Wilbesforce con la misma intensidad y parecidos argumentos que los protagonistas. Este debate congregó a decenas de miles de personas. Poco después, el prior del monasterio de Poblet, en Cataluña, Lluc Torcal, que además es hombre de ciencia, retó al físico Carlos Udina a un cara a cara sobre la teoría del Big Bang y los primeros capítulos de la Biblia. En este encuentro, reservado a invitados, sólo estuvieron unas cincuenta personas.

ENTRE RAZÓN Y RELIGIÓN acoge en sus páginas una conversación que mantuvieron en la Academia Católica de Baviera Jürgen Habermas, sociólogo y filósofo alemán, conocido partidario del laicismo, y el que luego sería Papa Joseph Ratzinger. La encarnación del pensamiento secular de Habermas y la personificación de la fe de Ratzinger mostraron que es posible un diálogo pacífico entre razón y fe, entre ciencia y Dios.

Habermas se interroga cómo es posible que en una sociedad cada vez más secularizada pueda persistir el fenómeno religioso. El filósofo se equivocó en el empleo de la figura. La religión no es un fenómeno. Es un hecho, una realidad engarzada en las raíces más profundas del alma. La religión no es, como proclamaba el filósofo ateo norteamericano de origen inglés Thomas Paine, la peor de todas las tiranías. Lo contrario es verdad –la religión es la base de toda sociedad civil y la fuente de todo bien. Es una cadena de oro que une a la tierra con el cielo. Las naciones que respetan la religión producen mejores ciudadanos y logran un mayor bienestar social. Ahí están Rusia y China, ayer divulgando el ateísmo y empobrecidas, hoy religiosas en gran medida y económicamente prósperas.

Habermas habla de una sociedad postsecular. Y vuelve a equivocarse cuando pontifica: “si ambas posturas, la religiosa y la laica, conciben la secularización de la sociedad como un proceso de aprendizaje complementarias, pueden entonces tomar en serio mutuamente sus aportaciones en temas públicos controvertidos”.

¿Cómo es posible que un filósofo de la talla de Habermas sea incapaz de distinguir entre los tres términos a los que se refiere, secularización, laicidad y religión? Secularización: “ideología que niega toda consistencia a los valores e instituciones religiosas de signo trascendente”. Laicismo: “tiende a limitar la influencia de la religión en la vida pública”. Religión: “culto tributado a la Divinidad”. En palabras de San Pablo, ¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas?” (2ª Corintios 6:14).

El secularismo niega valor a lo trascendente. La religión tributa culto al Intrascendente.

El laicismo tiende a limitar la influencia de la religión, pero la religión, en palabras del francés Ernesto Renán, “es la más elevada manifestación de la vida humana, eleva al hombre sobre la vida vulgar y despierta el sentimiento del origen celestial”.

Haciendo honor al título del libro, Ratzinger responde a Habermas: “ahora debe surgir la duda sobre la fiabilidad de la razón. Al fin y al cabo, la bomba atómica es un producto de la razón; al fin y al cabo, también la producción y la selección de hombres han sido creadas por la razón… Por eso también a la razón se le debe exigir que reconozca sus límites y que aprenda a escuchar a las grandes tradiciones religiosas de la humanidad”.

Definitivo.

¿Por qué atormentamos la razón en adivinar lo que está fuera de nuestro alcance, cuando se pueden obtener más fáciles resultados sujetándonos a las enseñanzas claras e inspiradas de la Biblia?

Digámoslo de una vez claro y sin rodeos. La razón es una potencia creadora. Su luz ha iluminado secretos de la naturaleza humana. Pero falla cuando discurre sobre Dios. En nombre de la razón no es justo negar a quien es la Razón suprema.

En pleno siglo XXI no se trata de recuperar las antiguas disputas entre razón y fe. Creer en todas las enseñanzas de la Biblia desde su primera a la última página exige fe, sin duda. Pero también exige fe creer en los fríos dictados de la razón. Se trata de un careo entre ambas formas de fe. Los cristianos necesitamos fe para creer que el universo físico es obra de Dios, pero el racionalista, ¿no necesita fe para creer que el universo es fruto de una explosión cósmica llamada hoy Big Bang?

Los cristianos necesitamos fe para creer que Dios fue el Padre Creador de la raza humana. Pero ¿el racionalista, no necesita fe para creer que descendemos por evolución de una célula marina?

Los cristianos necesitamos fe para creer que en la muerte se produce una separación entre cuerpo mortal y alma inmortal, pero ¿es más racional creer que la muerte nos reduce a átomos materiales que desaparecen definitivamente en la tumba, en la nada, como el caballo, como el perro, como ese animal de donde viene el jamón?

Así se expresó el pensador y escritor francés Blaise Pascal, matemático, físico y filósofo en el siglo XVII: “La última etapa de la razón es reconocer que hay infinidad de cosas que la sobrepasan. Muy débil es si no llega a comprender esto. Y si las cosas naturales la exceden, ¿qué decir de las sobrenaturales?”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - Entre razón y religión