La asunción de que semejanza significa evolución es la respuesta evolucionista al enigma del parecido universal entre los diferentes tipos de organismos.
Sin embargo
no todo lo que se parece debe estar necesariamente relacionado por generación. Es cierto que una pareja de progenitores suelen dar hijos que normalmente se parecen. Es verdad que un antecesor común origina descendientes semejantes entre sí, pero este argumento no siempre funciona si es planteado al revés. Del hecho de que dos individuos se parezcan no se debe inferir necesariamente que estén relacionados entre sí o que desciendan de un antepasado común.
Los ejemplos que ofrece la naturaleza son numerosos. Ahí están las llamadas
convergencias que han supuesto siempre un verdadero rompecabezas para el darwinismo. Zoólogos y botánicos han descrito perfectamente a esos seres que pertenecen a distintos grupos de clasificación y que, sin embargo, presentan unas características morfológicas, fisiológicas o ecológicas notablemente semejantes. Veamos algunos ejemplos: ¿Por qué se parecen tanto los ojos de los cefalópodos (pulpos, calamares y sepias) a los de los vertebrados?. ¿Cómo es posible que la inofensiva mariposa
Sesia apiforme sea tan parecida al peligroso abejorro que vive en su mismo medio? Ciertos vegetales de regiones áridas presentan formas muy semejantes, pero pertenecen a familias muy diferentes, como los cactos y las euforbias.
Las formas convergentes conocidas entre los mamíferos marsupiales y los placentarios son abundantes. La zarigüeya es muy parecida a la rata común; el dasiuro manchado a la marta y el tilacino, al lobo. La ardilla voladora, el topo, y el jerbo, tienen sus correspondientes réplicas en el mundo de los marsupiales. Los parecidos son grandes y sin embargo, pertenecen a clases distintas.
Otro tanto podríamos comentar entre los animales parásitos. Los endoparásitos verdaderos, que viven en el interior de sus huéspedes, pertenecen a tipos diferentes, pero presentan muchas semejanzas. El ejemplo favorito de convergencia adaptativa, que siempre aparece en los libros de texto, es el de tres vertebrados acuáticos pertenecientes a otras tantas clases distintas: el tiburón, que es un pez elasmobranquio; el ictiosaurio, un reptil fósil del Mesozoico y el delfín, un mamífero cetáceo.
Tres seres morfológicamente muy parecidos por su adaptación hidrodinámica a la vida en alta mar pero a la vez muy diferentes desde la perspectiva sistemática. Lo mismo puede decirse de la convergencia al vuelo en las alas de
Pterodaptilus fósiles, murciélagos y aves.