¿Dijo Jesús en algún momento ser Dios?

Jesús manifestó públicamente que él no necesitaba el testimonio de testigos, como los antiguos profetas de Israel, porque tenía autoridad divina.

22 DE NOVIEMBRE DE 2020 · 10:00

El beso de Judas, mosaico de la Basílica católica de la Agonía (Jerusalén, Israel).,
El beso de Judas, mosaico de la Basílica católica de la Agonía (Jerusalén, Israel).

El rechazo de la existencia de Jesús como personaje real es algo que históricamente no se sostiene. Sin embargo, algunas personas poco informadas siguen diciendo que el Maestro galileo nunca existió. Pero, como bien escribe el profesor Jesús Peláez, de la Universidad de Córdoba (España): “Si hubieran existido razones para negar la existencia histórica de Jesús, las autoridades judías no habrían dejado de insistir en ellas. Estos datos son concluyentes y prueban la existencia real de la persona de Jesús de Nazaret.”[1] Actualmente, ningún historiador serio se atreve a decir que fue un personaje ficticio. 

No obstante, una cosa es aceptar la existencia real de Jesús y otra distinta creer que era Dios. Muchos dicen que el Galileo nunca afirmó serlo y que tal creencia se la inventaron los discípulos después de su muerte en la cruz. Los primeros en afirmar esto fueron los propios judíos contemporáneos de Jesús. Así, los ebionitas, secta judeocristiana de los primeros siglos del cristianismo, negaban la deidad de Cristo. Más tarde, los alogistas, negaron también que Jesús fuera el Logos y rechazaron los escritos de Juan porque consideraban que eran contradictorios con el resto del Nuevo Testamento.[2] Para ellos, sólo se trataba de un hombre al que durante su bautismo se le concedieron poderes sobrenaturales. Por tanto, una de las principales tareas de los primeros apologistas cristianos fue precisamente defender la doctrina de la divinidad de Jesucristo. ¿Era consciente el Maestro de ser el Hijo de Dios, elegido para acercar su reino a la tierra y salvar a la humanidad? Si lo era, ¿lo confesó alguna vez en público?

Según el Nuevo Testamento, Jesús se designó a sí mismo en más de cuarenta ocasiones con el nombre de “Hijo del Hombre”. La mayoría de los estudiosos admite actualmente que este apelativo se usa en el N.T. con el mismo sentido que aparece en el libro de Daniel (7:13-14). Es decir, en relación al regreso escatológico de Cristo (Mt. 16:27-28; Mc. 8:38; 13:26; etc.); a sus sufrimientos, muerte y resurrección (Mt. 17:22; 20:18, 19, 28; 12:40; etc.); a su divinidad y preexistencia (Jn. 1:51; 3:13-14; 6: 27, 51, 62; etc.); así como también a su autoridad divina (Mc. 2:27-28; Jn. 5:27). Por tanto, los hebreos contemporáneos de Jesús entendían la denominación de “Hijo del Hombre” en sentido mesiánico. Llamarse a sí mismo con este apelativo era dar a entender que él era el Mesías prometido, el Hijo de Dios encarnado que tenía autoridad, poder y majestad.

En cierta ocasión, según manifiesta el evangelista Juan, Jesús se refirió a su propia preexistencia con estas palabras: “De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuera, yo soy” (Jn. 8:58). Inmediatamente, los judíos que le escuchaban tomaron piedras para arrojárselas, pero el Maestro salió del Templo y logró escaparse. Ser anterior en el tiempo a Abraham equivalía a tener la misma existencia que Dios. Era como decirles abiertamente que él era Dios. Por eso los judíos intentaron lapidarlo porque, según ellos, acababa de blasfemar al hacerse igual a Dios.

En otra conversación con sus compatriotas, Jesús les dijo: “¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: `Tú blasfemas´, porque dije: `Hijo de Dios soy´? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí y yo en el Padre” (Jn. 10:36-38). Esto era también una manifestación pública de su divinidad. Los judíos le habían preguntado en varias ocasiones que definiera claramente su identidad. Aquí vemos cómo Jesús, quizás como nunca antes, se identificó absolutamente con el Padre, al decirles que sus obras (es decir, sus milagros sobrenaturales) demostraban claramente que era el Mesías de Dios. Así lo entendieron sus oyentes y la mayoría de ellos consideraron que el Galileo acababa de pronunciar la más grande de las blasfemias por la que merecía la muerte. Ni siquiera se les ocurrió que debían esperar el veredicto del Sanedrín o de la sinagoga, pues para ellos hacerse igual al Padre merecía una clara sentencia de muerte.

Otra evidencia mediante la que Jesús manifestaba ser Dios es el hecho de decirles a ciertas personas que se les perdonaban sus pecados. En el milagro de sanación de un paralítico, al que tuvieron que bajar por el techo de la casa debido a la multitud que escuchaba, lo primero que Jesús le dijo al enfermo fue: “Hijo, tus pecados te son perdonados” (Mc. 2:1-12; Mt. 9:1-8; Lc. 5:17-26). Sin embargo, el Maestro sabía perfectamente que los judíos creían que sólo Dios podía perdonar los pecados, precisamente porque éstos eran ante todo una ofensa contra el creador. De manera que al pronunciar esta frase estaba también diciendo que él era Dios.

Dice el Nuevo Testamento que Jesús enseñaba “como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt. 7:29; Mc. 1:22) y que muchas de sus enseñanzas empezaban con la frase: “de cierto os digo” (Mt. 5:18; 6:2; 5, 16, etc.). ¿Qué quiere decir esto? Iniciar así un discurso era como decir: “Doy fe de que todo lo que voy a hablar es absolutamente cierto y no necesito el testimonio de nadie que lo corrobore porque me baso en mi propia autoridad”. Semejante introducción era absolutamente nueva y revolucionaria para los oídos judíos, ya que la Ley decía que se requería el testimonio de al menos dos o tres testigos (Dt. 17:6; 19:15; Mt. 18:16; 2 Co. 13:1; etc.). Sin embargo, Jesús manifestó públicamente que él no necesitaba el testimonio de testigos, como los antiguos profetas de Israel, porque tenía autoridad divina. Evidentemente esto era también hacerse igual a Dios.

Llamar al Padre mediante el término arameo “Abba” (papá), como hacía Jesús, refleja también una intimidad inusual y novedosa que era ajena al judaísmo tradicional. Los judíos más piadosos no se atrevían siquiera a mencionar el nombre de Dios por temor a pronunciarlo mal. Sin embargo, el Galileo se dirige al Padre casi con el balbuceo cariñoso de un niño pequeño. Esta intimidad con el Altísimo refleja una nueva relación con Dios que sólo Jesús, como su propio Hijo encarnado, puede iniciar y enseñar al ser humano. El periodista estadounidense Lee Strobel le hizo una entrevista al profesor de teología, el Dr. Ben Witherington, especialista en el Nuevo Testamento, y éste le manifestó: “Jesús está diciendo que solo a través de tener una relación con él se hace posible este tipo de lenguaje de oración, este tipo de relación “Abba” con Dios. Esto dice mucho de cómo se consideraba a sí mismo”.[3] Es evidente que Jesús estaba afirmando ser Dios al modificar la manera de relacionarse con el Altísimo.

Cuando Tomás, el famoso discípulo incrédulo, vio con sus propios ojos a Jesús resucitado y se cercioró de su existencia real, pronunció unas palabras muy reveladoras: “¡Señor mío, y Dios mío!” (Jn. 20:28). ¿Por qué aceptó Jesús la adoración de Tomás? ¿Acaso no constituía esto también una blasfemia para los hebreos? El Maestro la aceptó porque realmente creía y sabía que era Dios. De la misma manera, cuando Jesús preguntó a sus discípulos: “Y vosotros, ¿quién decís que soy?” (Mt. 16:15-19) y Simón Pedro respondió: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, no le corrigió sino todo lo contrario, lo felicitó: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos”. Pedro reconoció la divinidad del Maestro y éste se lo corroboró.

El evangelista Lucas recoge también las siguientes palabras de Jesús, dirigidas a la multitud: “Os digo que todo aquel que me confesare delante de los hombres, también el Hijo del Hombre le confesará delante de los ángeles de Dios; mas el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios” (Lc. 12:8-9). Lo que les está diciendo aquí Jesucristo es, ni más ni menos, que la salvación de las personas depende de confesarle o negarle a él delante de los hombres.

Asimismo, ante la incisiva pregunta del sumo sacerdote Caifás: “Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”, Jesús respondió: “Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mt. 26:63-64). A primera vista, pudiera parecer que la respuesta del Maestro es ambigua. Algo así como: “eso lo has dicho tú”. Sin embargo, esa contestación fue una clara afirmación y así fue como lo entendió Caifás. También en la última cena, cuando Judas le pregunto a Jesús: “¿Soy yo, Maestro?”, él respondió: “Tú lo has dicho”, lo cual fue también una respuesta afirmativa (Mt. 26:25). Por tanto, Jesús le respondió al sumo sacerdote con un “sí, yo soy”, tal como reconoce el evangelista Marcos (14:62), palabras que, seguidas de su alusión a la parusía, fueron suficientes para condenarlo a muerte. 

Tal como escribe Strobel, “los propios nombres usados para la figura de Dios en el Antiguo Testamento, también se aplican en el Nuevo para hablar de Jesús: nombres como el Alfa y la Omega, Señor, Salvador, Rey, Juez, Luz, Roca, Redentor, Pastor, Creador, Dador de Vida, Perdonador de Pecados, el que habla con autoridad divina”.[4] Precisamente por todo esto, por decir que era Dios, murió crucificado en el Gólgota.

 

Notas

[1] Peláez, J. 1995, “Jesús y el Reino de Dios. Las comunidades primitivas. El judeo-cristianismo”, p. 228, en Piñero, A. (Ed.), Orígenes del cristianismo, Ediciones El Almendro (Córdoba) y Universidad Complutense (Madrid). 

[2] Berkhof, L. 1979, Teología sistemática, La Antorcha, México, p. 362.

[3] Strobel, L. 2000, El caso de Cristo, Vida, Miami, Florida, p. 158.

[4] Strobel, L. 2007, “Preguntas difíciles acerca de Cristo” en Zacharias, R. y Geisler, N. ¿Quién creó a Dios?, Vida, Miami, Florida, p. 107.

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