El milagro en perspectiva bíblica

Tradicionalmente la cristiandad ha venido aceptando los milagros, tal como se describen en la Escritura, hasta los siglos XVII y XVIII.

23 DE MAYO DE 2020 · 10:00

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Foto de Carlos Aguilar en Unsplash.n Unsplash.

El evangelista Juan describió el milagro de la resurrección de Lázaro mediante las siguientes palabras:

Jesús, de nuevo profundamente emocionado, se acercó a la tumba. Era una cueva cuya entrada estaba tapada con una piedra. Jesús les ordenó: “Quitad la piedra”. Marta, la hermana del difunto, le advirtió: “Señor, tiene que oler ya, pues lleva sepultado cuatro días”. Jesús le contestó: “¿No te he dicho que, si tienes fe, verás la gloria de Dios?” Quitaron, pues, la piedra y Jesús, mirando al cielo, exclamó: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado”. “Yo sé que me escuchas siempre; si me expreso así, es por los que están aquí, para que crean que tú me has enviado”. Dicho esto, exclamó con voz potente: “¡Lázaro, sal afuera!” Y salió el muerto con las manos y los pies ligados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Quitadle las vendas y dejadlo andar”. (La Palabra, Jn. 11:38-44). 

¿Existen los milagros? ¿Se trata de acontecimientos reales o de historias inventadas por los creyentes a lo largo de la Historia? ¿Debemos seguir aceptado estos acontecimientos extraordinarios en la época de la racionalidad científica? Tradicionalmente la cristiandad ha venido aceptando los milagros, tal como se describen en la Escritura, hasta los siglos XVII y XVIII. Sin embargo, después de la Revolución científica del XVII, éstos se empiezan a cuestionar, sobre todo con los escritos de filósofos como el racionalista holandés Baruch Spinoza (1632-1677) y el empirista escocés, David Hume (1711-1776).

El escepticismo acerca de los milagros que narra la Biblia llega también a la teología y así, en el siglo XX, encontramos al teólogo protestante alemán Rudolf Butmann que escribe: “…la sucesión de acontecimientos históricos no puede ser interrumpida por la interferencia de poderes sobrenaturales y…, por tanto, no hay “milagro” en este sentido de la palabra.”[1] ¿Qué decir, entonces, del mayor de todos los milagros: la resurrección de Jesús? Pues, según el modo de pensar de Bultmann, Jesús resucitó sólo en la fe y en la predicación de los discípulos, pero no en la realidad

La resurrección no sería un acontecimiento “histórico” sino solamente algo que habría ocurrido en la mente de sus seguidores. Un fenómeno psicológico comunitario que les hizo creer que su Maestro estaba vivo y en adelante se comportaron como si realmente lo estuviera. Veamos, en primer lugar, qué es milagro.

El cristianismo acepta el milagro y lo entiende como una acción divina de carácter extraordinario que parece contradecir las expectativas naturales. Los milagros serían acontecimientos imposibles por causas naturales pero, a pesar de todo, producidos por el poder de Dios y que constituyen una excepción temporal al curso ordinario de la naturaleza, con el propósito de mostrar que Dios ha actuado en la historia. El principal de todos los milagros bíblicos es, sin duda, la resurrección de Cristo, ya que sobre él se fundamenta toda la teología cristiana. Sin embargo, qué dice la razón acerca de los milagros. ¿Son posibles?

En su Tratado Teológico Político (1670)[2], Spinoza -aunque creía en Dios- negó la posibilidad de los milagros basándose en estas cuatro tesis:

            a) Nada sucede contra el orden inmutable de la naturaleza;

            b) La existencia y providencia de Dios se entienden mucho mejor por medio del orden fijo e inmutable de la naturaleza;

            c) Lo que la Biblia presenta como milagros son en realidad cosas explicables por causas naturales;

            d) La Biblia no tiene como cometido dar una explicación científica: hay que distinguir el relato del milagro de lo que realmente sucedió.

Para entender las dos primeras tesis hay que preguntarse: ¿cómo era el Dios de Spinoza? El Dios en el que creía Spinoza quedaba reducido a la propia naturaleza. En su opinión, Dios no sería un ser personal y trascendente, como el que se revela en la Biblia, sino el propio orden de la naturaleza. Él no hablaba de un Dios que había creado la naturaleza sino de un Dios-naturaleza. Ese Dios no podía alterar el orden de la naturaleza porque él mismo era ese orden y, por tanto, no se podía alterar a sí mismo. De manera que Spinoza tenía una concepción panteísta de Dios: Dios era la propia naturaleza y no alguien que se revela en la historia.

No todos los científicos modernos del siglo XVII tenían esta misma concepción panteísta de Spinoza, pero poco a poco fueron separando a Dios de su creación hasta convertirlo en una especie de relojero, que había dado cuerda al reloj de la naturaleza para no intervenir más en ella. En el siglo XIX, esta tendencia fue llevada al extremo por el naturalismo y el positivismo cientificista. Aunque el naturalismo no es sinónimo de panteísmo, sin embargo, el naturalista le otorga a la naturaleza los mismos poderes que le otorgaba Spinoza a Dios. El naturalismo sustituye a Dios por la naturaleza y niega, a priori, la posibilidad de los milagros.

Así pues, en el contexto del panteísmo de Spinoza, o del naturalismo que profesan muchos científicos contemporáneos, es obvio que no pueden existir milagros porque Dios, o la naturaleza, se consideran inmutables. No pueden cambiar, ni sus leyes pueden ser alteradas. Ahora bien: ¿qué pasa si existe un Dios que está fuera del universo y del tiempo, que ha creado ambas cosas, tal como afirma la Biblia y como defiende el teísmo? Si esto es así, es lógico pensar que el mismo Dios que ha creado la naturaleza pueda intervenir en ella siempre que quiera. Y, por tanto, los milagros serían posibles.

El teísmo se abre a la posibilidad de que haya milagros porque se abre a la posibilidad de que exista algo fuera de la naturaleza. Si aceptamos a un Dios creador, no hay razón para pensar que no pueda revelarse también a través de actos concretos, sin que esto menoscabe su papel legislador. La tercera y cuarta tesis del argumento de Spinoza son consecuencia de las dos primeras y hoy siguen estando de moda, no sólo entre agnósticos y ateos, sino incluso entre historiadores y teólogos que se confiesan cristianos:

            3) Lo que la Biblia presenta como milagros son en realidad cosas explicables por causas naturales;

            4) La Biblia no tiene como cometido dar una explicación científica: hay que distinguir el relato del milagro de lo que realmente sucedió.

Muchos pretenden vaciar a Jesús y al cristianismo de todo lo que pueda haber de sobrenatural, diciendo que la ciencia puede explicar todos los milagros. Y, si en algún caso no puede, será porque no ocurrió. Pero, ¿pueden las causas naturales convertir el agua en vino, hacer que un hombre camine sobre el mar, curar a un paralítico de nacimiento o resucitar un cadáver? El Dios de la Biblia sí puede hacerlo porque lo creó todo a partir de la nada absoluta. Si él diseñó las leyes del cosmos, él puede también anularlas cuando lo desee por amor el ser humano. Por tanto, desde esta perspectiva de la Revelación, los milagros sí son posibles.

 

Notas

[1] citado por Ladd, G. E. 1977, Creo en la resurrección, Ed. Caribe, Miami, p. 31.

[2] Spinoza, B. 2014, Tratado teológico-político, Alianza Editorial, Madrid.

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