La armadura de Dios

Sara Moreno

Sara Moreno

14 DE AGOSTO DE 2015 · 09:00

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Iván se despierta, es tarde otra vez. Desayuna. Se viste. Mira el reloj.

Busca la armadura, no recuerda dónde la dejó anoche. No está en el armario, ni en el perchero de la entrada. Está apunto de irse cuando la encuentra amontonada en el suelo detrás de la mesa del salón.

Tiene prisa.

El cinto de la verdad se lo deja desabrochado, la coraza de la justicia se la pone del revés, los zapatos de la paz están mal cerrados, la espada del Espíritu la guarda en una mochila y coge como puede el escudo de la fe. Sólo es capaz de ponerse bien el yelmo de la salvación, pero camino al trabajo se lo quita. Hace calor.

Hay muchos que caminan con su armadura a cuestas, como él. Otros ni siquiera la llevan. El tiempo es oro y hay cosas más importantes que hacer.

 

–Antes yo también la llevaba –le dijo una vez Bruno, su vecino–, pero desde hace varios días he decidido dejarla siempre en casa, en una vitrina. Así no se estropea. Está reluciente y todos me felicitan por conservarla tan bien.

 

Bruno está lleno de heridas, cicatrices e incluso ha pasado enfermedades causadas por dardos envenenados, pero afirma que a él nada le duele. Sin embargo, Iván, ha oído los lamentos de su vecino en más de una ocasión.

 

Iván confía en sí mismo. Está seguro de que cuando reciba algún ataque podrá ponerse la armadura a tiempo. Bruno ha sido descuidado, pero a él no le pasará lo mismo.

 

Pasa el día y, de camino a casa, siente un pinchazo en el cuello. Se toca y nota un pequeño dardo. No lo ha visto llegar. Es fino, del tamaño de un alfiler. Lo tira y se arrepiente de no haber llevado el yelmo puesto.

 

Al llegar a casa se mira en el espejo. Tiene la zona roja e inflamada. Pero no va al médico, cree que no es para tanto. Sólo siente un leve mareo. Se quita lo poco que lleva puesto de la armadura y la arrincona al lado del sofá, junto a la mochila.

 

–Se que debo invertir más tiempo en ti, pero estoy tan cansado... –dice mirando a la montaña de metal–. Mañana, si eso...

 

Efesios 6:11-17

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