Yo Soy la Coca Cola

Alex Sampedro

29 DE NOVIEMBRE DE 2011 · 23:00

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Vale, la metáfora es imperfecta. Comparar a Dios, su Iglesia o el evangelio con un producto puede ser tildado de mercantilista, de utilitarista e incluso considerarse una idea hija de este siglo: La sociedad de consumo. No obstante, ninguna metáfora es perfecta: Dios no es una estrella, ni un león ni un cordero, mucho menos una puerta, ni pan, ni agua, ni una planta, una vid o un olivo, tampoco es un juez, ni un abogado, ni tampoco un pastor o una gallina… Pero todas ellas son palabras y conceptos que nos ayudan a entender lo incomprensible y ver al invisible, así que adelante. Vivimos tiempos raros. La iglesia se limita a un local donde nos reunimos, donde tenemos “culto de jóvenes” los sábados, hacemos picaeta y bebemos coca-cola para no aburrirnos. A veces bebemos “la de Hacendado” que sale más barata y parece coca-cola. Pero todos sabemos que no lo es. Queremos hacer cosas nuevas, diferentes a las conocidas, modernas, postmodernas y ultramodernas. Inventamos mil formas de compartir juntos para que los jóvenes no se vayan y se queden como ostras en sus iglesias. Mientras tanto algunos adultos nos miran con recelo: ¿Por qué hacen cosas tan extrañas? ¿Por qué usan esas palabras y ejemplos? ¿Por qué pasan la tarde jugando al risk en vez de estudiar “la Palabra”? ¿Por qué…? Y en tu cabeza suena una voz ya anciana: “En mis tiempos…”. Jugamos a la guerra generacional cuando ni siquiera sabemos de qué estamos discutiendo. Unos abogan por la fe dada una vez a los santos y otros por hacerse judío a los judíos, griego a los griegos, guai a los guais… Y al final unos se van, otros se quedan, unos se enfrían, otros se calientan y así nos va. No nos entendemos, nos nos comprendemos, no nos soportamos. Pero ¿Y si todos tenemos razón? ¿Y si todos estamos equivocados? ¿Y si el problema está en que nos enfocamos en el local y su mantenimiento cuando el enfoque debería ser la misión? Si trabajáramos juntos las cosas cambiarían. En este tiempo que nos toca vivir la iglesia tiene sentido enfocándose en la misión: Id por todo el mundo y predicad el evangelio. El problema surge cuando dejamos de predicar las buenas nuevas y nos convertimos en iglesias en conserva. Conservar a los ancianos, conservar a los adultos, conservar a los jóvenes... Que nadie se vaya, que todos se queden, que nadie se moleste ni se incomode, que seamos felices y cantemos canciones… ¿Cuáles? Pues las de siempre. También alguna canción nueva para los jóvenes. Ellos también tienen su lugar en esta pecera llena de ictus que han olvidado lo que es nadar contracorriente. Iglesias cuya membresía solo crece por nacimiento natural o por trasvases de otras peceras a la que se les ha acabado el oxígeno porque han olvidado que lo importante es nacer de nuevo y hacer discípulos. Por eso alguna generación se queja cuando ve su iglesia local estancada y sin visión. Y tienen razón. Predicamos un evangelio diferente (No que haya otro…) para hacernos actuales. Hemos rebajado el precio de nuestro mensaje y vendemos un evangelio más barato, de contenido mezclado. Muchos se han dejado seducir por el mensaje a la moda, por el “Jesús es mi colega”, por el compatibilizar la vida personal con la vida de la iglesia, como una ocupación más en nuestra agenda. Llenamos de espectáculo las reuniones y si usamos la biblia casi es por casualidad. La oración se disfraza tanto, la disfrazamos con tanta parafernalia que ya ni sabemos como orar sin música de fondo, rotuladores, frases twitter, ambiente chill out y dinámicas. Que por otra parte son geniales, pero ya me entiendes. Y la canciones que cantamos… Para otro artículo mejor. Y los ictus que querían salir de la pecera, nadan, sí, pero en la dirección equivocada. Por eso alguna generación se queja cuando ve el evangelio diluido y contaminado. Y tienen razón. Si aprendiéramos la lección de la coca-cola y las marcas blancas, quizá nos pondríamos de acuerdo. ¿Me sigues? Continuará…

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