Vorágine de la violencia social y política

Tras el horizonte humano de la nueva Colombia.

Colombia · 08 DE AGOSTO DE 2018 · 17:00

Capitolio Nacional de Bogotá. / Wikimedia Commons,
Capitolio Nacional de Bogotá. / Wikimedia Commons

Colombia es un país de controversias y contradicciones que conllevan a explosionar paros, mítines, huelgas, marchas, plantones, denuncias, derechos de peticiones y otras formas de manifestar toda insatisfacción de gobernabilidad. Esta reflexión se muestra dentro de un recorrido que se extiende para dar alcance de como el estado es generador de violencia, aunque el mismo estado se excluye, imputando este elemento social a otras expresiones ajenas, a otros grupos humanos, con su retórica provista de democracia demagógica.

Los elementos violentos emergen desde la invasión ibérica, prosiguiendo en el tiempo, hasta el presente histórico, arrasando a cuanto se cruza en su camino. Ante los fenómenos de violencia que adelante expondremos, nos permite señalar que no podemos hablar de paz, pues eso es una falacia. No es forzoso indicar que el estado es gestor de violencia con actos de gran impacto y calado en la sociedad. Cuando hay caos y crisis social, es porque el gobierno es incapaz para enfrentar sus obligaciones, por la falta de control y por los excesos de poder y de medidas de orden. Un estado detentador de violencia pierde confianza de su pueblo, asume una posición de estado de papel, de estado fallido. Un estado, una sociedad no están legitimados para ejercer violencia, su misión es el orden, el bien común y la unidad comunitaria que aferre lazos de amistad, de relaciones armoniosas.

Creíamos que con la constitución del 91 se haría un freno efectivo por parte del estado para corregir las deficiencias en el manejo de la justicia y de otros tantos derechos constitucionales, que han facilitado la impunidad y los desórdenes judiciales. La violencia política llevada a cabo por la guerrilla, tiene como origen al incumplimiento del estado para dar soluciones a la problemática social en salud educación, vivienda, trabajo, tierra. La desprotección social del estado hacia sus ciudadanos. La cultura de la violencia convive con la sociedad, en la familia, se acepta, pero con la opción de luchar para destruirla pues la batalla contra la violencia no nos puede ser adversa, esta batalla será superior a las pasiones que enceguecen al amor.

La sociedad contemporánea está ligada al compromiso social de la obsesión, de la conquista política, del ego, del consumo y la realización personal por fuera de la senda humanista, donde se pisotea la dignidad, acariciando la corrupción a base de dogmas relativos que pervierten el evangelio y destruye la libertad de pensamiento. Hoy importa más estar en las cúpulas y en los solios banales con la toga y el birrete creando violencia y acoso social con las verdades o mejor las verborreas de los lacayos y la ralea politiquera, con juicios donde no hay legalidad procesal.

No es forzoso señalar que el poder se vale del control de la vida, imponiendo violencia. No se puede negar la existencia de la zona gris donde se unen legalidad con injusticia, promesa con incumplimiento, orden con desorden. De allí se deduce la existencia de democracia cubierta con ficciones, la existencia de una violencia estructurada, la existencia de una correlación de fuerzas. Por eso, la violencia es intrínseca en el modelo jurídico del ejecutivo, el legislativo y el judicial... La violencia mediante las modalidades expuestas, identifican fases evolutivas como la fase del miedo, la fase de la represión y la fase de la falta de control. Todos los procesos de gobierno se tejen con formas de violencia, de mentiras, de engaños, de cortinas de humo. El mundo, nuestro país. Viven una ceguera social y política...todo parece lícito...La mentira, el engaño, la calumnia, la corrupción, la impunidad, los fraudes electorales, el uso de mermeladas para conseguir beneficios, la violencia en todas sus formas según los índices de los distintos organismos veedores y algunas denuncias de la comunidad. Y que tal el manejo del cartel de testimonios, o la asignación de cargos en algunas instituciones como el Senado para pagar favores y aquellos negocios hechos con el llamado cartel de las contrataciones.

Los patricios, los profetas que se acomodan en los recintos sagrados, quienes deciden en las plácidas oficinas, quienes promueven las leyes tan impopulares muchas desde los abullonados sillones del congreso, los que definen las regalías promotoras de mermeladas. Todos ellos no saben lo que es justicia. Niegan derechos, se apropian de contratos, dilapidan los dineros destinados al alimento de los niños, se reparten dineros para obras sociales, se hacen maniobras oscuras con las regalías y otros dineros estales. Eso es violencia oficial y pública. La violencia tiene una Génesis bíblica desde la creación. Para nuestro entorno país esta Génesis data desde la invasión española continuando su curso histórico hasta nuestros días por las razones ya citadas.

Sabemos que la violencia expuesta comporta una sombra que subyuga a la sociedad. Y como tal es un problema específico del régimen. Todo acontecer perverso de la política y de la misma sociedad permea la condición humana. Nos encontramos en una época incierta, la sociedad está resistiendo con valor el malestar social de una depresión cósmica del poder que ha desencadenado crisis en todos los tejidos de la nación. La resistencia es débil. No logra contener la avalancha del régimen a cuyo lado progresan las tendencias dominantes. Vivimos una angustia única, una pérdida de la práctica de valores y legitimación que no empodera, que no permite trascender social, política ni espiritualmente.

La política de cambio o de civilización al decir de Edgar Morin debe ser entendida por la conciencia del querer hacer y al unísono de estimular y desarrollar una ética firme. La idea del cambio, donde actúa la sociedad civil es crear estructuras y movimientos sociales, consejos comunitarios, veedurías que trabajen al unísono con todo tipo de asociaciones. Estos movimientos los podemos llamar órganos de resistencia y de oposición. Una vía a la refundación social y política. Armonizar el cambio social tiende a una política de economía solidaria en el campo, donde el campesino sea socio de los entes productivos. No puede la sociedad seguir perdiendo tiempo en sobrevivir. Para ello cunde estructurar la revolución de la esperanza, despolitizar los emporios de poder para dar cabida a una política social del pueblo. El enemigo también está en nosotros que nos ponemos apáticos para resistir, para actuar proponiendo la necesidad de cambios que pongan fin a tantas derivas, estando convencidos de que quien reclama y exige es nuestra voluntad, nuestro libre pensamiento.

El pueblo vive a la defensa ante lo injusto del derecho, ante lo injusto de las leyes, ante lo injusto de tantas medidas públicas. A la luz de la memoria histórica los poderes legislativos, ejecutivos y judiciales, no pueden justificarse pues es observable cómo se recurre a la tiranía. En cada institución del régimen se encuentra leyes y medidas injustas que han venido floreciendo la violencia con afectación en la sociedad con el apoyo de los grandes medios de información que con su gestión hacen apología a la violencia. Requerimos como país socializar la contraviolencia, contra el guerrerismo, contra las compulsiones de la naturaleza humana, contra la enfermedad de los odios y los poderes que se expanden en todos los sectores que nos aíslan como personas y como naturaleza cósmica haciendo el juego al irracionalismo y el inconsciente, que nos aíslan, que nos divide como nación, favoreciendo la discriminación social, retrocediendo en unidad social, siendo así inferiores al compromiso humanista.

En cuanto a la violencia social, esta va en la medida que las personas son conflictivas e intolerantes. La violencia institucionalizada es la forma de ejercer poder contra la sociedad y muchos miembros de ella como los líderes sociales, los invisibles, las mujeres y los niños y los desprotegidos sociales. Anunciar cambios en las estructuras del estado no son cosa de palabras. Todos debemos hacer visibles las acciones para la nueva sociedad. La coherencia va en línea con la praxis, con los hechos que se ofrecen para encontrar las soluciones sociales.

Los retos son recuperar el estado democrático. El horizonte humano de la nueva Colombia humana está para ofrecer y entender las nuevas realidades. Este horizonte hace entender su significación y análisis. Requiere interpretar el trasfondo histórico y así avanzar en su autenticidad. Construir el horizonte es un proceso para despojar el poder reinante en manos de oscuros dominios. Se construye sin violencia, con oposición, con resistencia civil y solidaridad, con proyectos sociales humanistas que van desde el campo patriótico, hasta las urbes de nuestra gran aldea humana. El proceso de cambio no se hace con hipótesis de fuerza, ni argumentos de temor. Se hace desafiando con justicia aquellas razones contradictorias, contrahechas y anacrónicas. Como dijera un pensador…. cada comunidad en contacto con la historia, impulsado por el cambio...... y la rebeldía justa, tendrá que decidir cuál debe ser su línea de acción para contribuir a la gran obra del cambio social y político, haciendo surgir una sociedad nueva...

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - MARIANO SIERRA - Vorágine de la violencia social y política