El progreso histórico en el ‘Padrenuestro’

En ocasiones nos es preciso servirnos de frases grandilocuentes para ser escuchados por los hombres, o hacer uso de palabras técnicas cuando nos referimos a algunas ciencias, pero con el Padre sólo nos es necesario tener un corazón crédulo, humilde y enseñable

ESPAÑA · 18 DE SEPTIEMBRE DE 2017 · 18:30

Photo by Ben White on Unsplash,
Photo by Ben White on Unsplash

El Padrenuestro es una oración modelo, sencilla en la forma de las palabras, pero absoluta en su contenido interno; es una oración esencial. En ocasiones nos es preciso servirnos de frases grandilocuentes para ser escuchados por los hombres, o hacer uso de palabras técnicas cuando nos referimos a algunas ciencias, pero con el Padre sólo nos es necesario tener un corazón crédulo, humilde y enseñable.

No importa las veces que repitamos una oración, sino que en cada repetición haya una atención nueva y activa, abierta y transformadora. Para ello, es más fácil utilizar palabras usuales, según nuestra necesidad, y que no den lugar a divagaciones. Marco Aurelio decía en sus Meditaciones que “o no hay que rezar, o hay que hacerlo así, con sencillez y espontáneamente”.

El Padrenuestro tiene la forma de una carta. Primero, va dirigida a un destinatario, el Padre; segundo, se hace alusión al lugar en el que se encuentra el destinatario, los Cielos. Seguidamente, se hace una doxología (una alabanza invocadora) y una serie de peticiones ordenadas que señalan las necesidades vitales humanas para la supervivencia y la convivencia. Finalmente, se exalta el triunfo glorioso  y eterno de Dios, y se firma con un “Amén”, el código de fe, “Así sea”. El Espíritu Santo es el mensajero, encargado de hacer llegar la carta al buzón del Padre, y Jesucristo es el camino por el que transcurre dicha carta hasta el trono de la gracia. La Trinidad no se resiste ante un corazón anhelante, sino que colabora organizadamente para que la información llegue íntegramente y sin ruidos.

Podemos interpretar el Padrenuestro desde dos puntos de vista distintos: desde un progreso Histórico Universal y desde un progreso de peregrinaje individual. En el primer caso, se hace referencia a un Padre lejano e incognoscible, “en los Cielos”, al que se venera. Se le ruega que venga su Reino a la Tierra y que se haga su voluntad en ella; que satisfaga las necesidades primordiales para la existencia y que conserve la paz en el género humano e, igualmente, entre este y Él. Jesucristo es el puente entre el Cielo y la Tierra, el Reino de Dios se ha acercado por medio de Él y el Padre lejano nos ha sido revelado en Él.

En el segundo caso, el que se refiere al progreso de peregrinaje individual, los hijos de Dios creemos que la Historia Universal tiene un fin del que nosotros, como seres particulares, somos parte. La Historia la hacemos nosotros a través de nuestras vidas individuales, y todas tienen la misma importancia, aunque algunos nombres tienen preeminencia. De la misma manera, la Historia nos hace a nosotros: nacemos en un lugar y en un tiempo que no hemos elegido, somos integrados para ser hijos de nuestra época.

En la vieja vida estábamos alejados de Dios; su nombre era santificado, aunque no por nuestros labios. Incomprensiblemente el amor de Dios nos alcanzó, su Reino vino a nuestro corazón, su voluntad se hace en nuestras vidas, y creemos firmemente que Él cuida de nosotros, y que seremos salvados del poder de la Nada cuando muramos. La muerte será útil para estar en contacto con Dios, la tumba es puerta de salvación eterna y no de olvido. Esta esperanza es causa de alegría y regocijo en nosotros, y fundamento de nuestra predicación.

            Padre nuestro que estás en los Cielos. Tenemos un vínculo  espiritual con otros seres humanos más importante que la consanguineidad adánica en la que se estrena el mundo y el pecado. Por eso decimos “nuestro”. Todo cuanto pensemos, digamos o hagamos con respecto a Dios, debe estar relacionado con los hombres, y todo cuanto hagamos por los hombres, debe estar relacionado con Dios.

             Santificado sea tu nombre. La comunidad angelical canta continuamente “Santo, Santo, Santo”, y nosotros, que fuimos hechos un poco menores que los ángeles, podemos igualarnos con aquellos uniéndonos al canto celestial.

            Venga tu Reino. El Reino de Dios se ha acercado por medio de Jesucristo. Las profecías y la Ley se cumplen en Él, ya no necesitamos más profecías, aunque son bienvenidas. Todo lo que sabíamos del Padre era de oídas, pero en Cristo el Padre nos ha sido revelado. El Reino de Dios ha venido a nuestro corazón, pero también a nuestra razón. Los ideales de Justicia, Bondad y Belleza se hicieron carne, y la Cruz de muerte que temíamos antes, se ha convertido ahora en símbolo sagrado del cristianismo, señal de la resurrección y de la vida. Así que Jesús fue un ideal hecho carne, nosotros somos idealistas, imitadores de Cristo, “cristos” imperfectos, pero nobles en su labor. Nunca seremos como Cristo, y por eso nuestro ideal nunca se cumplirá; pero los ideales no están para alcanzarlos, sino para perfeccionarnos desde ellos.

            Hágase tu voluntad como en el Cielo, así también en la Tierra. Si nuestra oración es genuina y veraz, si buscamos la equivalencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos, entonces somos hijos de Dios y nuestra voluntad está en concordancia con la del Padre. Esta es la bondad cristiana. No hay otra manera de ser feliz que hacer la voluntad del Padre, pues la felicidad no es placer, ni exaltación de la sensualidad corporal, sino un gozo pacífico.

            El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Si Dios cuida de los pájaros y viste bellamente a las plantas, si un padre malo da buenas cosas a sus hijos, ¿cuánto más cuidará de nosotros el Padre Bueno? No se nos promete un banquete diario ni ropa de altísima calidad, pero sí que tendremos lo necesario. No estemos ansiosos y afanados.

            Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Si examinamos diariamente nuestra conciencia, nos percataremos de que no hay pecador mayor que nosotros mismos, porque en nuestro caso conocemos nuestras intenciones y las circunstancias agravantes de nuestro mal, pero no así en el prójimo. Si tiramos una piedra a una prostituta, Dios podría tirarnos una roca. Si no perdonamos unos céntimos a nuestros enemigos, Dios no nos perdonará el millón que le debemos. Airémonos, pero no pequemos, es necesario que al final nos resignemos noblemente y en amor. Quien perdona comprende la gracia.

            Y no nos metas en tentación, mas líbranos del mal; porque tuyo es el Reino, el poder y la gloria, por todos los siglos. Amén.  Agustín de Hipona decía que el mal es una pérdida de realidad. En este mundo, el que más dinero y posesiones tiene, más es; pero en el Reino, ser y tener son hijos mellizos de la santidad. La oración del justo tiene poder. Si oramos al Padre y hacemos lo justo, cumpliremos nuestro proyecto en el mundo, no fracasaremos, haremos nuestra parte en la Historia y la Historia en nosotros.    

             

Iván Campillo Moratalla – Estudiante de filosofía - España

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - IVÁN CAMPILLO MORATALLA - El progreso histórico en el ‘Padrenuestro’