La decisión responsable

Queda bajo la responsabilidad del conductor obedecer o rehusar obedecer a las señales de peligro que encuentra en la carretera.

Argentina · 28 DE ABRIL DE 2016 · 03:29

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“Oh Jehová, ¿no miran tus ojos a la verdad? Los azotaste, y no les dolió; los consumiste, y no quisieron recibir corrección; endurecieron sus rostros más que la piedra, no quisieron convertirse.” (Jeremías 5.3)

Ésta NO es la ‘opinión’ de Jeremías; es la Palabra inspirada por Dios. Así que, las afirmaciones contenidas aquí tienen autoridad divina.

Claramente, este texto bíblico demuestra que el inconverso tiene la capacidad de convertirse o de negarse a ello.

Entonces, cuando algunos aseguran que, puesto que el hombre está muerto en sus delitos y pecados (Efesios 2.1), no posee entonces la capacidad de tomar una decisión por el Señor, es una falsa aseveración (Isaías 55.6).

Cuando las Escrituras señalan que el ser humano está muerto en sus pecados y delitos significa que no puede salvarse a sí mismo; nada hay en él siquiera una chispa de esperanza, sino fuera porque es Dios mismo quien ha condescendido en proporcionarle la Salvación.

En otras palabras: por más que el ser humano quisiera arrepentirse, convertirse, abandonar su vida de pecado, y aun si pudiera llegar a consumarlo, no serviría de nada pues no habría sido provisto un medio de Salvación, no habría un Salvador que quisiera salvarlo. En esto consiste la total imposibilidad del hombre en obtener por sí mismo su salvación.

Si hubiese una chispa de esperanza en el ser humano, bastaría con avivar esa chispa de bondad, de amor, de espiritualidad, para obtener a corto o a largo plazo, su salvación.

Pero no es así. La Salvación consiste en que, no habiendo nada en el ser humano para lograr su salvación, Dios mismo se acercó a la boca del pozo en que nos encontrábamos y nos sacó de allí (Salmo 40.1-3).

Pero para esto, contó con la decisión del ser humano de convertirse o no; de aceptar la Salvación ofrecida o no; de convertirse al Señor o de no convertirse (Isaías 1.18-20).

En esto no hay mérito alguno; al contrario, es la Misericordia divina que condesciende en inclinarse y ver nuestra necesidad, sin obligarnos a convertirnos, sin decidir despóticamente desde la eternidad a quién salvaría y a quién no salvaría (Juan 3.36).

Si Dios hubiese decidido desde la eternidad la Salvación de cada uno, habría una discriminación, buscando al más agradable, al más bueno, al más conveniente para Sus Propósitos. Entonces, la Salvación no sería por pura Gracia sino por pura discriminación.

Y, si Dios hubiese elegido al azar o hubiese elegido a uno sí y al otro no, esto no honraría a un Dios sabio, que hace todas las cosas según el designio de Su Voluntad a fin de que seamos para alabanza de Su Gloria (Efesios 1.11-12). ¿Qué alabanza habría en ello? ¿En una caprichosa elección sin ton ni son, discriminatoria o al voleo?

Con diáfana claridad el apóstol Pedro inspirado divinamente, dice: “… elegidos según la presciencia de Dios Padre en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la Sangre de Jesucristo…”  (1° Pedro 1.2).

Y ¿qué significa que Dios nos eligió según ‘su presciencia’? ¿Qué significado tiene tal expresión?

Prognosis: del griego πρόγνωσις prógnōsis. “Conocimiento anticipado de algún suceso”. Se usa comúnmente hablando de la previsión meteorológica del tiempo. “Conocer, saber, cerciorarse, por adelantado, por anticipado, conocer de antemano, prever”.

Es como aquella persona que está en lo alto de una montaña y ve la ruta a doble mano que toma una curva rodeando el macizo de piedra. Desde arriba ve que dos automóviles que van en sentido contrario al doblar la curva, colisionarán. No puede hacer nada, salvo observar con horror el accidente. Como el meteorólogo, que sólo pronostica pero no puede cambiar la previsión meteorológica.

Pero Dios, que es Todopoderoso y Soberano, previendo y sabiendo de antemano todas las cosas, proveyó todo para nuestra Salvación; no estuvo atado de pies y manos observando impotente el desastre. Al contrario, “…  para hacer notorias las riquezas de Su gloria, las mostró [a sus riquezas] para con los vasos de misericordia que Él preparó de antemano para gloria…” (Romanos 9.23).

Dios no es el meteorólogo que solamente puede prever el estado del tiempo pero nada puede hacer para evitar una inundación; el Señor es el Todopoderoso que, mirando desde arriba de la montaña y sabiendo de antemano el accidente, proveyó semáforos que con sus luces rojas advirtieran acerca del peligro a los conductores de los vehículos.

Pero queda bajo responsabilidad del conductor obedecer o rehusar obedecer a las señales de peligro.

“El que cree en el Hijo tiene Vida Eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la Vida, sino que la ira de Dios está sobre él” (Juan 3.36).

¡Absurdo sería que Dios pusiese el semáforo y convenciese al conductor de hacer caso omiso de él, porque el Señor se hubiera empecinado en hacerlo morir en el accidente!

¿Sería Dios o sería un demonio?

Claro está que el Señor no tiene la obligación de enseñar constantemente la función de un semáforo a los seres humanos; ni tampoco de avisar constantemente acerca del peligro, habiendo señales y semáforos convenientemente puestos en la ruta de la vida.

Aun así, el Señor siempre nos despierta mañana tras mañana, para que oigamos como los sabios (Isaías 50.4).

Pero no está obligado a hacerlo para siempre: “Buscad a Jehová mientras puede ser hallado, llamadle en tanto que está cercano" (Isaías 55.6).

Dios da las oportunidades de Salvación, pero tales oportunidades tienen un límite. “Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel Varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos" (Hechos 17.30-31).

El humano pecador puede burlarse del Amor divino, puede hacer caso omiso de Su llamado, puede despreciar su Gracia y Misericordia; y Dios puede también no darle más oportunidades de Salvación y aun endurecer el corazón del pecador burlón.

Esta acción es prerrogativa divina: “De manera que de quien quiere, tiene misericordia, y al que quiere endurecer, endurece” (Romanos 9.18).

Es como aquel empleado que mal contesta a las amables directivas de su patrón el cual, aun así, lo trata con paciencia. Hasta que llega un momento en que colma su paciencia y lo despide de su empleo. ¡Es prerrogativa de su patrón el tenerle paciencia aun por demás, o despedirlo! 

En resumen, nuestra Salvación no es el resultado de un capricho de Dios; es el resultado de Su Amor (Juan 3.16).

Y es responsabilidad humana el responder positivamente a ese Amor (Isaías 1.19-20).

 

Marcos Andrés Nehoda – Pastor – Argentina

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