Caín y Abel

México · 29 DE MARZO DE 2024 · 06:39

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¿Cómo supo Caín qué ofrenda llevar? ¿Cómo supo Abel qué ofrenda llevar? ¿Eran las ofrendas de los hermanos carnales dedicadas con las misma expectación, simbolismo, fe y dedicación?

No, no fueron preparadas de la misma forma. A pesar de no contar con reglas o normas establecidas, ambos sabían que tenían el deber de ofrendar. No sé si conocían ya también que la ofrenda era una manera de satisfacer una necesidad en ellos de religar (religión) su alma al Supremo Creador. 

Abel el ganadero y Caín el agricultor, oficios tan antiguos como la misma humanidad. No pescadores, no recolectores, no nómadas: hombres de oficio que tendrían en el ejercicio propio de su labor una residencia fija. Ambos presentan su ofrenda. Ambos seleccionan, uno mejor que otro, la calidad y elementos cualitativos de la misma. No la cantidad aparentemente, sí la calidad. No sólo calidad de la especie o del fruto presentado, también calidad en el corazón y entrega del oferente.

Ambas calidades son medidas y calificadas y, en su momento, gratificadas, aceptadas o rechazadas. Le faltó a Caín leer el manual para el correcto modo y preparación de una ofrenda, título sí disponible en la biblioteca de Abel, que no dudó en llevar a la práctica paso por paso y garantizar así una ofrenda buena, aceptable, generosa, intachable y bien preparada. En realidad, sólo el corazón de ambos hombres, la conciencia y deseo personal de agradar a Dios dirigió la mano de cada uno.

El rechazo de Dios a la ofrenda de Caín no es un fracaso absoluto, no debía de observarlo así Caín. Es una muestra de que sí puede agradar a Dios en un futuro, si es que cumple con los requisitos observados en Abel. Necesita ahora el primogénito orgulloso y dolido sacar humildad de su derrotado corazón y preguntar a Abel cómo hizo para agradar a Dios. Peguntar a mamá o papá los mínimos para satisfacer a ese Dios que lo ha rechazado. Sin duda ellos tendrían en su cicatrizada experiencia palabras de estímulo y refrigerio que alentarían el dolido corazón de Caín y promoverían que presentara una más excelente ofrenda.

No es ese camino el elegido por Caín, antes bien, en su amarga soledad, recorre las veredas de la duda y el odio que lo hacen encontrarse con Dios en cierta intersección. Dios ya lo buscaba, Caín no se dejaba hallar y, Dios personalmente, en su profundo deseo de reconciliación y mediación, da pasos de remediación en esta relación ya rota. "¿Por qué estás tan enojado? ¿Por qué andas cabizbajo?” (Gen. 4:6 b NVI).

Preguntas abiertas y certeras que no oyen respuesta de los labios de Caín. En su conciencia quizá sí las responde, pero sus labios no pronuncian palabra alguna. Es el silencio el que reina en el ambiente de tan necesario encuentro, promovido y buscado por Dios, pero odiado y repudiado por el orgullo de Caín. “Si hicieras lo bueno, podrías andar con la frente en alto” (Gen.4:7ª NVI), insiste Dios a los ya sordos oídos de Caín. “Pero si haces lo malo, el pecado te acecha, como una fiera lista para atraparte” (Gen.4:7 NVI), continúa el creador advirtiendo a Caín la necesaria toma de decisiones que lo harían desistir de sus ya destructivos planes, engendrados en su tan obscuro corazón y que darían como resultado el primer homicidio en la historia humana. “No obstante, tú puedes dominarlo" (Gen.4:7c NVI), son las últimas voces de advertencia de Dios para hacer desistir a Caín de lo que ya había decidido hacer.

Caín mata a su hermano; antes lo ataca, Abel en su sorpresa se defiende, se protege, tal vez previa discusión ambos ya tenían empuñadas sendas armas de defensa para herir al otro, no lo sé. El resultado final sí lo sé. Abel es quien pierde ahora, Caín gana. Sangre a ríos es tragada por la tierra, que grita en su angustiante primicia la sangre del humano caído. Sangre que hasta hoy la tierra en su ya costumbre y cotidianeidad traga a grandes cantidades cada día, pareciendo inmutable la respuesta al grito periódico de ella y que no terminará en su clamor de justicia hasta el fin, cuando descanse de los hombres que la derraman sin descanso.

“¡Qué has hecho Caín!”, grita Dios con la desesperación de ver a su creación autodestruirse. “No soy el que cuida de él (Abel), él ya sabe cuidarse por sí mismo, no es un niño” (paráfrasis mía), expresa Caín. Y otra, sí, otra maldición, ahora sobre Caín: tan pocos humanos creados y tantas maldiciones pronunciadas contra ellos. Ahora Caín no podrá producir, la tierra que cultive no le dará más fruto, haga lo que haga será inútil su esfuerzo. No había fertilizantes, no había las sustancias o nutrientes en formas químicas saludables y asimilables por las raíces de las plantas que pudieran ayudar a Caín. Sería errante, un vago sin destino fijo que sería en su fin castigado por la peor pena que un humano pudiera soportar: nunca más poder estar en la presencia del Creador.

Sin embargo, como lo redacta el evangelio, muchos siglos después, el ladrón arrepentido vio la fuente y se lavó. Hasta Judas Iscariote pudiera haberse arrepentido, pero prefirió la soga de muerte que exterminó totalmente toda oportunidad de rectificación y arrepentimiento. Mientras tenga vida el ser humano, habrá oportunidad en Dios de reconciliación.

Antes del homicidio de Abel, todos tenían acceso total a Dios a pesar de la caída en Edén. Podían convivir y platicar directa y abiertamente con Él, ahora no. Ahora cada cual decide si se acerca o se aleja (aunque  él no está lejos de ninguno de nosotros”, Hechos 17:27 NVI), si ofrece o no ofrece ofrenda. Y si al ofrendar a Dios, se ofrece con la actitud y calidades necesarias (Abel), o simplemente por la ritual costumbre de hacerlo como siempre, como mexicanos se ofrece a Dios al “ahí se va” (Caín), con los resultados ya vistos.

 

Isaí Ruíz Barranco – Pastor – México

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - ISAÍ RUÍZ BARRANCO - Caín y Abel