¡Un bibliazo en la cabeza!

Carlos Gabriel Carrasco

17 DE JUNIO DE 2012 · 22:00

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¿Cuánto daño podemos hacer con la Biblia? Más allá del dolor de cabeza que te puede causar un golpe en la mollera con un ejemplar de tapa dura, el daño que se puede generar al usar la Biblia inadecuadamente es colosal. Asimismo, existen otros malos usos relacionados con la Biblia, más allá de querer usarla como garrote. Lo digo a propósito del fallecimiento del joven chileno Daniel Zamudio[i], quien murió en marzo pasado luego de una larga agonía posterior a una brutal golpiza propinada por una horda de ebrios muchachos homofóbicos, simplemente porque Zamudio era abiertamente homosexual. ¿En qué se relacionan ambas situaciones? Pues bien, dada la existencia de fundamentalismos fundados en las interpretaciones bíblicas antojadizas, no faltarán quienes sientan que lo sucedido no es más que la consecuencia de su pecado, porque la Biblia condena la homosexualidad. Como vemos, en este caso la mala interpretación de la Biblia salta a la vista, y lamentablemente así ha ocurrido con algunos miembros de la Iglesia Evangélica en mi país. Dios condena y aborrece el pecado, pero jamás indica que aborrece a la persona pecadora al punto incluso de llegar a desear su muerte, ni menos de una manera tan atroz. Las manos que usan la Biblia como una excusa para atacar a las personas son casi tan criminales como las manos ensangrentadas de aquellos homicidas. La Biblia jamás debería ser tomada para amparar o tolerar la violencia contra otra persona, aunque entendamos que está en pecado. Tenemos, además, el caso de quienes usan el pasaje de la carta a los Romanos capítulo 1 versos 18-32 para estos fines. Si nos tomamos un tiempo para leer esta epístola escrita por el apóstol Pablo, podríamos aventurarnos a decir simplistamente que está escrita siguiendo la presente lógica: presentación del problema del pecado – presentación de la solución en la Cruz de Cristo – cómo debemos vivir la Cruz. Si leemos más detenidamente el pasaje aludido, notaremos que nosotros mismos estábamos incluidos en esa siniestra lista negra, pues merecíamos la muerte eterna al encontrarnos sin Cristo, destino al que toda persona sin Cristo se expone. Por lo tanto, decir que en la Biblia encontramos versos de odio, discriminación y aún muerte contra los homosexuales es una irresponsabilidad del porte de una catedral. Lo que me lleva a comentar este caso penosamente sucedido en mi país es la hipocresía en la que se puede caer al encontrar más grande la paja del ojo ajeno que la viga en el propio, pues estas mismas malas interpretaciones dejan un daño tremendo en el cuerpo de Cristo al generar en los no creyentes una errada imagen de nosotros como cristianos evangélicos, tildándonos como gente fanática, intolerante y desalmada que es capaz de dejar que una persona sea golpeada y torturada hasta la muerte por su estado de pecado (que, dicho sea de paso, sería igual al nuestro si no hubiéramos aceptado por Gracia el perdón en la Cruz), olvidando que nuestra razón de ser como Iglesia de Cristo es mostrar Su Amor y predicar Sus Enseñanzas. Pero no sólo daña nuestra imagen como cristianos sino que, peor aún, deja una cicatriz de daño pasivo en nuestra sociedad. ¿Dónde están los buenos samaritanos que ayudan a los necesitados? ¿Dónde están los que predican el amor de ese Jesús que perdonó a la mujer adúltera, condicionándola a que no pecara más? O más cercano aún, ¿son estos mismos evangélicos los que atacan el aborto considerándolo como un asesinato y no son capaces levantar un solo dedo para condenar el asesinato de otro por considerarlo pecador? Sin embargo aún hay esperanza. ¡Sí! ¡Este es tu turno! No todo está perdido y hay un mundo que espera mucho de nosotros. ¿Qué podemos hacer como cristianos evangélicos pentecostales chilenos y de otras latitudes a partir de este ejemplo y en medio es esta incómoda situación para que de ahora en adelante no sucedan estas cosas? Sugiero los siguientes tres puntos de acción: 1. Estudiemos la Biblia conscientemente, pidiendo siempre al Espíritu Santo que nos ilumine para entenderla y aplicarla correctamente, es decir, observando una ortodoxia y una ortopraxis guiada espiritualmente. 2. Aprendamos a escuchar y a conocer a todas las personas, pues toda solución comienza por conocer el problema. Escuchemos sus quejas, sus penas, y démonos cuenta de sus necesidades de Dios. Puede que al escucharles comprendamos mejor sus vidas y nos enteremos de sus malestares hacia nosotros como Iglesia. 3. Acojamos a todos bíblicamente, sobre todo a los homosexuales, tal como lo haría Jesús, sin necesidad de aceptar (ni menos imitar) su pecado. Mal que mal, quien transforma a las personas no es la Iglesia, sino el mismísimo Espíritu Santo. No sometamos a nuestra sociedad a una dolorosa sesión de “bibliazos” en la cabeza, sino más bien amorosamente se la leeremos tanto con palabras como con hechos. Carlos Gabriel Carrasco Gallardo - Biotecnólogo - Santiago (Chile)

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