El arte perdido de la meditación cristiana (1)

Como cristianos no somos solamente llamados a leer la Biblia sino también a estudiarla. Y más que estudiarla: meditar en esas palabras y verdades eternas.

19 DE FEBRERO DE 2020 · 12:41

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Imagen de Priscilla Du Preez en Unsplash.

En nuestra reflexión sobre los desafíos a los que nos enfrentamos en nuestros tiempos hemos llegado al segundo bloque. Hablamos de la necesidad de la oración y de la esperanza de nuestra vida cristiana: estar con el Señor para siempre.

Hoy y la semana que viene quiero escribir de un tercer tema que supone un desafío permanente: como cristianos no somos solamente llamados a leer la Biblia sino también a estudiarla. Y más que estudiarla: meditar en esas palabras y verdades eternas.

En nuestro tiempo tenemos todos los medios a nuestra disposición para leer y entender la Biblia. Pero a pesar de todo, da la impresión que no hay ni tiempo ni pasión por el estudio de la Palabra de Dios. Y aún menos para meditar en lo que hemos estudiado. Y mucho me temo que también para los que predicamos y enseñamos regularmente esto es un peligro real. La rutina es el archienemigo del pensamiento meditativo.

El pastor evangélico hoy en día es una persona que se parece más a un ejecutivo de una empresa que a una persona que está de tú a tú con Dios y se ocupa de cosas más allá de este mundo. Lo digo sin la menor intención de ofender a nadie. Hablo por experiencia propia.

¿Cuántos pastores hoy en día todavía se permiten el lujo de encerrarse a diario en sus despachos para dedicarse a estudiar, orar, meditar y preparar sus mensajes escrupulosamente? Lo mismo es cierto para nuestros creyentes. ¿Qué importancia se da al estudio concienzudo de la Biblia? Me da la sensación que más que un creyente sabe más sobre la alineación y la táctica de su equipo de fútbol preferido que sobre los contextos y verdades más elementales de la Biblia. Tenemos programas de ordenador, Biblias online, comentarios de todo tipo -además muchos de ellos de forma gratuito- tenemos diccionarios bíblicos, Biblias de estudio y materiales de formación por un tubo. Pero -por regla general- los mensajes que se oyen los domingos son más superficiales e irrelevantes que nunca. Si el domingo a la hora del almuerzo no se habla de la predicación del culto, me temo mucho que no hemos hecho nuestro trabajo bien durante la semana. Y una de las razones podría radicar en no haber meditado esa Palabra que expusimos con diligencia y tranquilidad para que forme parte de nuestro propio ser.

Si como evangélicos no somos capaces de volver a las Escrituras, nos perderemos en la irrelevancia.

Había un tiempo cuando al pueblo evangélico se le conoció como el pueblo de la Biblia. Y aunque hacemos todo tipo de promociones y campañas para promover la lectura de la Biblia, ese libro parece que entre nosotros es menos leído que nunca y mucho menos entendido.

Si como cristianos evangélicos no somos capaces de volver a las Escrituras, para someternos a ellas y sacar de la Biblia vigor, pasión, fuerzas y una cosmovisión radicalmente distinta del mundo que nos rodea al final nos perderemos en la irrelevancia. Ni servimos para el reino de Dios ni servimos para este mundo.

Pero el problema es no es solamente la falta de tiempo para leer y estudiar la Biblia. Todo esto tiene que ver -en mi humilde opinión- con la pérdida de un arte bien escaso hoy en día: la capacidad de meditar sobre lo leído. A primera vista parece que la meditación es algo que nos parece extraño, reservado para corrientes y religiones orientales. Pero la Biblia nos insta en muchos lugares a buscar y a pasar tiempo meditando la palabra. La meditación cristiana es muy distinta de la meditación de sectas orientales. Cuando dice por ejemplo en Filipenses 4:8 que pensemos en todo lo que es verdadero, honesto, puro, amable, y lo que tiene buen nombre, estamos hablando precisamente de la meditación cristiana. No es otra cosa que el arte de pensar los pensamientos de Dios. La meditación cristiana depende de la revelación divina.

Pablo exhorta a los cristianos a considerar, reflexionar y pensar en las cosas que son verdaderas y justas, es decir, que tienen que ver con las cosas divinas. En otras palabras: como cristianos debemos bañar nuestros pensamientos en lo que es bueno y lo que se rige por las normas divinas.

La meditación sobre cosas espirituales ha llegado a ser cada vez más complicada en una sociedad que nos está bombardeando constantemente con información de todo tipo. Con el auge de los medios sociales nuestras mentes están siendo llenadas continuamente con todo tipo de cosas - y no necesariamente cosas muy espirituales. Si no tomamos en cuenta lo que realmente necesitamos espiritualmente, seremos neutralizados y paralizados por tantas cosas que todos los días requieren supuestamente nuestra atención.

Un cristiano tiene que crear oportunidades para pasar tiempo meditando y pensando en las grandes verdades reveladas en la Escritura. Y esto es una lucha diaria. Nos hace falta recuperar nuestra capacidad de pensar, y pensar profundamente en las implicaciones de las verdades que Dios nos ha entregado en su palabra.

Colosenses 3:1-2 lo dice claramente:

Si habéis, pues, resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. 2 Poned la mira[a] en las cosas de arriba, no en las de la tierra.”

Debemos bañar nuestros pensamientos en lo que es bueno y lo que se rige por las normas divinas.

Luchar por este tiempo de meditación y pensar sosegadamente ha de convertirse en una prioridad para nosotros.

Algunos han llamado al proceso de la meditación cristiana el proceso de bajar las cosas de la mente al corazón. Para los puritanos la meditación cristiana era esencial. Sobre este tema escribe J.I. Packer:

Los puritanos practicaron la meditación discursiva y sistemática sobre las verdades cristianas en toda su extensión y siempre que tenía algo que ver con sus vidas, porque entendieron que eran criaturas de pensamiento, sentimiento y voluntad y porque entendieron que el camino de Dios que lleva al corazón humano (la voluntad) va a través de la cabeza (la mente).”1

Esta forma de entender la meditación viene de la convicción de que la voluntad es una facultad “ciega”. La voluntad en sí no tiene capacidad de tomar las decisiones adecuadas aparte de un poder conductor que es el entendimiento de nuestras almas. En otras palabras: tenemos que aprender a pensar en las implicaciones de la doctrina cristiana para tomar las decisiones adecuadas. Y ese proceso se lleva a cabo a través de la meditación de la Palabra de Dios.

Esto empieza en la cabeza, en nuestro entendimiento, y termina en nuestros sentimientos. Comienza en el cerebro y baja al corazón, comienza en la tierra anhelando el cielo. Pero se trata de un proceso gradual que sólo tiene un objetivo: ver cómo está mi relación con Dios. La meditación cristiana mira hacia atrás y se pregunta: ¿qué es lo que he hecho? Y mira hacia adelante y se pregunta: Y ¿qué haré?

La semana que viene voy a recurrir a algunos conceptos que nos enseñaron los puritanos que tan mala prensa tienen hoy en día, alimentada por prejuicios y un desconocimiento casi absoluto de sus creencias y su vigor.

Ellos aún sabían de un arte que en nuestros días se ha perdido casi por completo: el arte de meditar la Palabra de Dios de tal manera que llega a formar parte de nuestros pensamientos, actos y decisiones de una forma natural y completa.

 

Notas

1#https://banneroftruth.org/us/resources/articles/2005/puritan-meditation-the-gateway-from-the-head-to-the-heart/

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