La era de la hipersexualidad

La creciente exposición a contenidos sexuales y la manera en la que son presentados produce “insensibilización” e “instrumentaliza el sexo”, dicen expertos en salud mental y psicología.

Jonatán Soriano

BARCELONA · 16 DE MAYO DE 2018 · 15:00

Existen cálculos que indican que cerca de 1,6 millones de personas padecen hipersexualidad en España. / Unsplash,
Existen cálculos que indican que cerca de 1,6 millones de personas padecen hipersexualidad en España. / Unsplash

Una poderosa marca de colonia acaba de sacar a la venta su última novedad y para promocionarla instala un enorme panel en una fachada de la calle más céntrica de la ciudad en el que se ve a una mujer y/o a un hombre semidesnudos. El último estreno en la cartelera cinematográfica de este mes también incluye la ya típica escena de sexo en el lavabo del bar, en el coche o donde sea. Por no hablar de Internet, esa ventana a un vacío sin fin en la que el bombardeo de anuncios de carácter o con contenido sexual es constante. La incidencia del sexo en la realidad es un hecho comprobable.

En el marco de esta situación existen cálculos que apuntan que 1,6 millones de personas padecen trastorno de hipersexualidad en España.

“Desde una perspectiva objetiva, no todo es negativo en la nueva actitud ante la sexualidad, y seguramente ha traído cosas positivas. Entre ellas, el hacernos más conscientes de que es una dimensión importante en nuestra existencia. Uno de los efectos más negativos de la moral religiosa tradicional fue reprimir este área tan significativa de nuestra vida”, explica el psicólogo Francisco Mira. “También podemos ver que una moral relativista y permisiva, que se acerca a la sexualidad como si fuese algo instintivo, acaba pasando factura en términos de desajustes emocionales o de falta de significado en nuestras relaciones”, dice.

“El efecto es el mismo que cualquier otra sobreexposición”, manifiesta la sexóloga Silvia Pérez. “Te insensibiliza ante ese estímulo y deja de satisfacerte. Consigue que se instrumentalice el sexo quitando su parte más humana”.

Para la también psicóloga Silvia Villares la motivación de esta exposición “tiene que ver con que somos seres sexuados y eso significa que las personas tienen una tendencia a la sexualidad”. “Es algo que no se construye, sino que esos instintos sexuales ya vienen de base. Apelar a tocar algo que es incondicionado en mí, genera rápidamente una respuesta”, añade.


EL SEXO Y EL CAPITAL

“La sexualidad vende”, asegura Villares. Una idea que también defiende Pérez, que añade que “el binomio sexo-éxito se presenta a menudo como la norma social y los expertos en marketing han sabido usar eso en su propio beneficio”.

La apropiación de la sexualidad por los grandes poderes del capital la ha convertido en otro elemento mercantil más. Un elemento con el que también se han desarrollado productos específicos, como el cibersexo. “La publicidad hace uso de esas asociaciones psicológicas, internas y las utiliza subliminalmente para lo que quiere promover y vender”, señala Mira, para quien los medios de comunicación también han tenido una responsabilidad considerable en la formación del escenario presente.

“A través de los potentes medios de comunicación se proyecta su influencia. De década en década ha ido ganando terreno en todo el mundo pero ha perdido toda la carga ideológica que la había caracterizado originalmente en los 60 (en referencia, por ejemplo, al movimiento hippy y a la popularización de la píldora anticonceptiva) y la han transformado en un producto de consumo puro y duro”, remarca.

Pero esta materialización de la sexualidad provoca una “distorsión”, tal como defiende Pérez. “En España no tenemos una educación sexual pero sí una constante exposición a la erotización de la violencia, tanto en prácticas como hacia los cuerpos. Un cuerpo sufriente por depilación, tacones, dietas, es un cuerpo bello y creo que es para hacernos ver. Como no hay educación sexual nos educamos, entre otras cosas, con las películas”, insiste.

Villares lo lleva más allá y habla de “adoctrinamiento”. “Jugar siempre con lo sutil y lo sugerente hace que, de alguna forma, vayamos desvirtuando poco a poco la sexualidad. Es una manera de adoctrinamiento porque la asociación que vamos haciendo de todo lo relacionado con la sexualidad tiene que ver con esos mensajes que nos llegan”.

 

UNA DISTORSIÓN

Según un estudio realizado sobre una base de 200 personas con trastorno de hipersexualidad por el equipo de psicólogos y psiquiatras de la Universidad de California, la intensidad del deseo sexual acaba teniendo consecuencias reales en otras áreas de la vida de las personas.

El documento, publicado en la Journal of sexual medicine, concluyó con que el 17% de los entrevistados había perdido su trabajo en algún momento, el 39% había fracasado en una relación sentimental y el 28% había contraído alguna enfermedad de transmisión sexual. “Creo que la sociedad ha ido sacando de la ecuación de una relación estable y de compromiso la sexualidad para llevarla a otra dimensión donde el sexo es equiparado con la diversión, sin riesgos, donde se nos propicia esa falta de prudencia”, apunta la psicóloga Silvia Villares.

“La sexologización de nuestra vida cotidiana condiciona, afecta a nuestras relaciones y a nuestra formación. Nadie puede vivir plenamente su sexualidad al margen de su personalidad. Nuestro desarrollo emocional está plena y directamente relacionado con la sexualidad. No nos podemos dividir. Este tipo de conducta afectará a la visión que tengo de mí mismo, de mi identidad y a las relaciones personales en general y con las del otro sexo en particular”, considera el psicólogo Francisco Mira.

La sexóloga Silvia Pérez también remarca la enseñanza que esta sobreexposición genera en las generaciones más recientes y que crecen en estrecho contacto con las nuevas tecnologías y el mundo del audiovisual.

“Las películas románticas nos dicen que el orgasmo tiene que ser simultáneo, que el deseo sexual surge como un volcán y que si un chico no insiste hasta la saciedad es porque no desea a la chica. En cambio, las películas porno muestran relaciones violentas y no deseadas entre un sujeto, el hombre, y un objeto, la mujer. Una de las consecuencias que ha tenido esta accesibilidad a la desvirtualización del sexo es que los jóvenes consumen prostitución como una forma más de ocio, integrando la idea de que abusar de una mujer a cambio de dinero es algo legítimo”, afirma.

 

EL OLVIDO DE LA DIMENSIÓN ESPIRITUAL

“El enfoque de la publicidad y los anuncios contribuye a una visión negligente en la que las relaciones están sexualizadas y no centradas en la relación entre personas. Es una atrofia del concepto relacional entre dos personas con el deseo de conocerse”, destaca Villares.

El carácter de relación entre personas y su aspecto espiritual es un elemento clave en el diagnóstico que realizan también Pérez y Mira. “La respuesta para una mayor satisfacción sexual, en mi opinión, es un mayor conocimiento y crecimiento propio y de la pareja”, objeta la sexóloga. “Es una pena alejar la parte espiritual de las relaciones sexuales porque se pierde mucho”, reitera.

“Muchas veces reducimos todo lo referente a la sexualidad a simple genitalidad. Es decir, todo lo que tiene que ver con el sexo en su dimensión física. La sexualidad incluye la relación personal, la amistad, el compañerismo, y es una dimensión mucho más rica y amplia que la genitalidad. Por lo tanto, todas nuestras relaciones personales están impregnadas de sexualidad, en el sentido de que en toda relación se da un intercambio de personalidad. Asumir nuestra sexualidad significa aceptar nuestra masculinidad o feminidad, reconocer esa diferencia esencial no como fuente de desigualdades, sino como el privilegio de crecer y madurar a través de la relación entre los géneros”, matiza Mira.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Opinion - La era de la hipersexualidad