“La imagen se ha convertido en un ídolo”

El culto al cuerpo no es cosa sólo de famosos. La exposición a la que nos sometemos, sobre todo en las redes sociales, puede generar profundos problemas. Hablamos de ello con la psicóloga Lidia Martín.

Daniel Hofkamp

MADRID · 18 DE JULIO DE 2016 · 11:40

Selfie en la playa.,selfie
Selfie en la playa.

La privacidad está cada vez más arrinconada. Las redes sociales vienen a todos lados con nosotros, y en esa exposición de la vida que ha calado en nuestro día a día es fácil dejarse llevar por la presión de los cánones de belleza corporal con el que somos bombardeados constantemente.

Hace unos meses, una de las estrellas de Instagram, Essena O'Neill, dejaba la red social. Sus 700.000 seguidores se sorprendieron al conocer que esta chica de 18 años se sometía a una gran presión -al principio propia, luego de sus patrocinadores- para conseguir estar “perfecta” en cada foto. “No lo hacía conscientemente, estaba obsesionada con gustar a los demás”, contó.

Como ella, son muchos los que, intentando ajustarse a esos cánones, pueden caer en prácticas alimenticias perjudiciales, una vida de fingimiento, e incluso desarrollar problemas sociales y emocionales al no alcanzar sus objetivos. Ya sean adolescentes que buscan el cuerpo perfecto o adultos que quieren borrar las marcas de la edad, la tendencia parece ir al alza.

Entrevistamos a la psicóloga cristiana Lidia Martín, autora del libro “Al rescate de padres adolescentes”, para que nos dé su opinión acerca de la cultura de culto al cuerpo en la que vivimos y cómo podemos colocar en su justo lugar el cuidado personal.

 

Pregunta. ¿Consideras que en nuestra sociedad se le da una importancia excesiva al aspecto físico?

Respuesta. Desde luego el valor que se le da al cuerpo está, no solo desproporcionado, sino descontextualizado para el mundo real en el que vivimos y las leyes que lo rigen. Pareciera que vivimos en un tiempo en el que en el fondo creemos que tenemos poder sobre el paso del tiempo, el deterioro y el cambio sobre nuestro físico y dedicamos las mayores energías y esfuerzos en que ese paso del tiempo no se note. Llevamos adelante una forma de vida en que el aquí y ahora lo es todo y en el que, al haber eliminado el mañana y sus efectos, nos hemos convencido de la falacia del cuerpo perfecto.

Esto no sólo está relacionado con la cuestión del tiempo, que quizá es una de las más evidentes, sino que el atractivo físico se ha convertido en mucho más que en una simple tarjeta de visita o en el pase inicial de unas primeras impresiones. El físico habla de nosotros, mejor dicho, habla por nosotros, porque no es infrecuente que a partir de un determinado físico, sea “mejor” o “peor” no se permita a la persona decir nada más. Es decir, pareciera que con el físico 10 puede alcanzarse cualquier cota en la vida, pero no será así desde un físico más convencional o no tan despampanante según marcan los nuevos cánones.

Sólo tenemos que fijarnos en la cantidad de mercado que mueven las cuestiones relacionadas con el cuerpo: centros de belleza, tratamientos, moda, clínicas de adelgazamiento, operaciones bikini que duran ya más de la cuenta, todos los sectores de la población, da igual su edad o sexo, implicados en la causa… En definitiva, como decíamos al principio, desproporcionados y descontextualizados, poniendo exceso de energías en el sitio equivocado y minusvalorando lo verdaderamente importante.

 

P. Con el boom de las redes sociales vivimos exponiéndonos a los demás. ¿Estamos preparados para ello?

R. La gente parece procurar prepararse cada vez más para ello, aunque de las maneras más variopintas y también más equivocadas. La imagen se ha convertido en nuestro ídolo. Todo tiene que ser bello según lo entienden los cánones del momento y todo esfuerzo es poco para conseguirlo. El fin justifica los medios, ya sean estos la salud, las relaciones o cualquier otra cosa que haya que sacrificar. Francamente, quizá ahora seamos más guapos, pero creo que somos bastante más infelices, aunque no nos atrevamos a mostrarlo en las redes sociales. Mostramos de nosotros nuestro mejor perfil, lo que más interesa que se conozca, nos conformamos con tener un número de amigos que nos aplaudan la parte del perfil que enseñamos, pero me temo que no nos estamos preparando tan bien para la soledad que acarrean las redes como nos estamos entrenando para cultivar el cuerpo.

No recuerdo dónde leía recientemente la cantidad de operaciones de estética que se están solicitando teniendo como único propósito mejorar la calidad estética de nuestros tan preciados “selfies”. Igualmente, conozco ya a alguna que otra persona que ha contratado a un entrenador personal con el objetivo de tener el cuerpo escultural que desea el día de su boda y quedar radiante en las fotos. Francamente y con todos los respetos, y siendo alguien que se preocupa moderadamente por su imagen y su físico, me parece que nos hemos desviado del norte peligrosamente.

 

P. ¿Qué nos enseña la Biblia sobre el aspecto físico? ¿Podemos encontrar el equilibrio entre un buen cuidado del mismo sin caer en la idolatría?

 

Lidia Martín.

R. Yo entiendo que quien nos ha dado el cuerpo es Dios mismo, y que como tal es bueno y debemos cuidarlo. Pero no con el objetivo de adorarlo o endiosarlo, lo cual es idolatría y nos enferma, en definitiva, porque nos lleva a poner el énfasis en cuestiones equivocadas y a volcar todas nuestras energías en algo que no tiene poder para hacernos crecer, sino solo para esclavizarnos. El objetivo es cuidar y mimar aquello que Dios nos dio, pero colocándolo en su justo lugar.

El cuerpo es nuestro vehículo para la vida, nuestra tarjeta de presentación, sin duda, también. Pero seremos cómplices de nuestras propia destrucción si nos prestamos a que nuestra tarjeta de presentación lo diga todo de nosotros y no peleamos el tener algo más que decir. Somos mente, emociones, pensamientos, ideas, ilusiones, proyectos, consideraciones, opiniones, criaturas dignas, tengamos el aspecto que tengamos. Y la homogeneidad nunca estuvo, hasta donde yo entiendo, en los planes de Dios. Más bien al contrario, nos creó a todos absolutamente únicos e irrepetibles. No usó moldes ni nos forzó a vivir en ellos. De ahí que lo verdaderamente triste de todo esto sea que seamos nosotros mismos los verdugos de nuestra propia esclavitud al convertir el cuerpo, no en vehículo de vida, sino en una cárcel cuyos barrotes tenemos que abrillantar todos los días.

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