El síndrome de la tumbona, mal de las vacaciones de verano

El freno en seco a la actividad puede ser contraproducente. Este síndrome no tiene por qué asociarse con la adicción al trabajo.

MADRID · 11 DE AGOSTO DE 2012 · 22:00

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Cuando las vacaciones provocan ansiedad, algo falla. Este síndrome es propio de quienes no son capaces de desconectar en su veraneo del trabajo ni del móvil de empresa Descanso temporal de una actividad habitual, principalmente del trabajo o de los estudios. Así lo afirma el diccionario de la RAE. Sin embargo, hay quien no cumple la definición a rajatabla. Y ahí comienzan los problemas. Una semana, quince días o el mes completo se pueden convertir en una pesadilla. Y es que, cuando la falta de felicidad se identifica con el tiempo libre, puede tomar una fuerza insospechada. Si no es capaz de desconectar, permanece enganchado al móvil controlando a sus empleados, a sus clientes... Lo suyo está diagnosticado: sufre la llamada «depresión de la tumbona». Propia del descanso estival –en las vacaciones de invierno las posibilidades de abstraerse de los problemas laborales por completo es más difícil–, el término fue acuñado por los doctores de la clínica psiquiátrica Wagner-Jauregg de Linz, en Austria. Lo atribuyen a la incapacidad para liberarse del estrés acumulado durante el año. Y es que para muchos, pasar de la tensión de su puesto de trabajo a la calma total les puede generar un «shock» tal que, lejos de eliminar el estrés, puede producir una patología aún más preocupante: rechazar el descanso. LO DIFÍCIL DE CAMBIAR EL RITMO La psicóloga María Jesús Álava Reyes, autora de «La inutilidad del sufrimiento», el libro de psicología más vendido en España, considera que la «aceleración final» que suele sufrirse en el trabajo antes del parón veraniego es «bastante peligrosa», según ha podido constatar en su gabinete, «porque te añades una tensión enorme que luego, en muchos casos, genera ansiedad e incluso angustia». Así, nuestro cerebro se resistiría al mensaje «¡Freno a la actividad!» y pasaría factura todo ese esfuerzo previo realizado: «Es muy normal, y cada vez es más constante, que se tengan crisis de ansiedad enormes, e incluso depresivas, a los dos o tres días de empezarlas». El verdadero problema surge cuando, pasado este lapso temporal, la sensación perdura y supone un caldo de cultivo motivado por «una insatisfacción previa con nuestra vida o con nuestro trabajo», como señala el doctor José Enrique Frieyro, jefe de la Unidad de Medicina Familiar de la Clínica Ruber Internacional. «Síntomas como la irritabilidad, trastornos del sueño o de la alimentación, dolores musculares o mareos son típicos del cuadro clínico de esta depresión», continúa. Tras esto puede darse cierta «adicción al trabajo», pero no todos los casos del mal de la hamaca se asocian a esta adicción: «La reacción de los primeros días no tiene por qué ser debida a la adicción al trabajo, ésta es una patología diferente que exige un tratamiento psiquiátrico específico», aclara el doctor Frieyro, que ve en la «capacidad de adaptación» la clave para dar esquinazo a ese agobio que puede producir saber que tiene que pasar unos días de asueto con la familia o en soledad sin hacer nada. LA CRISIS, UN PROBLEMA AÑADIDO La actual coyuntura financiera podría pasarnos también factura en tanto que se ha traducido en una psicosis social. Y es que muchas personas ven acrecentada la ansiedad, sea en la playa o en la montaña, pues le aterra la idea de pensar qué va a pasar en septiembre y qué nos vamos a encontrar con la situación económica que tenemos. ¿Tendré trabajo a la vuelta? La depresión de la tumbona llega, en todos estos casos mencionados, tras un año con «objetivos sobre nuestras cabezas», tanto en el trabajo como en la familia, un sobresfuerzo que está llevando a muchas personas a tomar ansiolíticos y antidepresivos, cuyo consumo «se ha disparado», apostilla Álava Reyes. CÓMO ABORDARLO Para evitarlo, el psicólogo Javier de las Heras, en su libro «Ya no sufro más», da ciertas pautas para conseguir la felicidad y alejar la depresión de nuestras vidas. Cuando pensamos en ser constructivos significa que la «reflexión es personal», desde la confianza que da «encontrar una sencilla experiencia» que dé sentido a todo lo demás. Esta máxima aplicada a las vacaciones se traduce en unas sencillas medidas de contención. La primera: descansar física y psicológicamente. Cuando dormimos, además de descansar físicamente, bajamos los niveles de ansiedad a cero. Con una siesta diaria de 20 a 30 minutos se descarga tensión y se vuelven a cargar energías. Por otro lado, combinarlo con ejercicio puede ayudar a aumentar el nivel de serotonina en nuestro cuerpo, una sustancia implicada en el control de los estados de ánimo. Estos mínimos cuidados físicos exigen además unas pautas en lo psicológico, como marcarse una serie de objetivos que realmente ilusionen a uno y ver cómo los comparte con el entorno. Hay que estar activo, salir de casa, aunque no apetezca. Lo último es quedarse viendo la televisión o tumbado, dándole vueltas a la cabezas. Es entonces cuando la tumbona vence. Otros consejos prácticos 1.- Poner límites: Es bueno establecer horarios de uso del portátil y especialmente del teléfono móvil. 2.- Ser realistas: Planificar unas vacaciones realistas, sin exceso de actividad y pactadas con la familia para no generar desencuentros. 3.- Ilusionarse: Recuperar amigos con los que uno se siente bien, leer libros estimulantes y practicar ejercicio moderado. 4.- Respetarse: Recordar que las vacaciones son sagradas, sólo han de ser interrumpidas por problemas familiares. CUANDO EL VERANO ES CONTRAPRODUCENTE... Dos o tres días suelen ser suficientes para superar la ansiedad que generar romper de golpe con la actividad laboral e iniciar las vacaciones. Si la sensación de insatisfacción continúa, la depresión de la tumbona acecha. El 25% de las parejas rompe después del verano. El aumento de los tiempos de convivencia está detrás. 2 de cada 10 hombres españoles reconocen haber aprovechado las vacaciones para cometer una infidelidad.

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