Las otras víctimas del Alzhéimer

Marisa es soltera, tiene 53 años e hija única, siempre ha vivido con Victoria, su madre y nos confiesa que, a día de hoy, es feliz. «Disfruto mucho con ella», dice. En 2003, con 78 años, le fue diagnosticada a Victoria la enfermedad de Alzheimer. Además, la salud de su hija era, y es, delicada: fue intervenida de un cáncer de mama y, desde hace diez años, sufre una dolencia por la cual genera muy pocas defensas, lo que provoca que se le inflame el hígado. Victoria había cuidado de ella toda su v

MADRID · 23 DE NOVIEMBRE DE 2008 · 23:00

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Sin embargo, confiesa que aún hoy paga las consecuencias. «Fue entonces cuando cogí una depresión. La casa era de calefacción individual y siempre tenía frío». Además, «no podía salir de casa porque mi madre se ponía a llorar. Pensaba que no volvería». Al final, ambas regresaron al hogar familiar y han puesto en alquiler la vivienda. El caso de Victoria es uno de los estudiados en el informe «Cuidar cuidándose» un proyecto dirigido desde la Universidad Rey Juan Carlos, financiado por el ministerio de Educación, y que acaba de ser publicado por Obra Social Caja Madrid, dentro de sus Premios de Investigación Social. El proyecto ha estudiado las condiciones de los cuidadores de enfermos de alzhéimer, habitualmente familiares de los afectados. Entre otros datos, señala que éstos tienen un 63% más de probabilidad de morir en los próximos cuatro años. «Ser cuidador es una profesión de riesgo. Es el ejemplo de estrés crónico, lo cual supone un peligro para la salud psicológica y física», comenta Andrés Losada, doctor en Psicología de la Rey Juan Carlos y coordinador del estudio. Un cuidador tiene un 10% más de posibilidades de enfermar que alguien que no lo es; la mitad o más manifiestan una sintomatología psiquiátrica; e incluso existe un mayor riesgo de sufrir infecciones, pues generan un 15% menos de anticuerpos. En España hay cerca de 950.000 cuidadores, y en torno a 400.000 familias están en una situación similar a la de Marisa. SU PERFIL Mayoritariamente, una mujer, hija del enfermo, de 58 años que dedica entre 11 y 12 horas diarias a esta actividad. «El hecho de que sea mujer responde a una influencia social: parece como si fueran las destinadas a esta tareas», dice el psicólogo. A muchos les invade también un sentimiento de culpa cuando tienen que delegar en un centro para cuidar al enfermo. Tampoco hay que olvidar las discusiones que pueden desatarse entre los miembros de una familia por las nuevas responsabilidades. Por otra parte, «no tienen recursos, ni una red social de apoyo. Las ayudas, como los centros de día y la teleasistencia, son pocas. Los cuidadores necesitan más trabajadores que atiendan sus necesidades emocionales», afirma Losada. En este sentido, sobre la Ley de Dependencia, el psicólogo opina que, si bien ha supuesto un «cambio radical», también «tienen que mejorar mucho las cosas». Marisa comenta que solicitó las ayudas «hace mucho, más de un año». Esta semana tuvo al fin noticias: una llamada del Ministerio le comunicó que «en breve iba a recibir una carta con información sobre los papeles» a rellenar. Mientras, ha ido tirando de particulares y siempre está atenta a las ayudas públicas. Ha aprovechado la asistencia del Ayuntamiento de Móstoles, que dispone de un servicio a domicilio. También disfrutó de las ayudas de la Comunidad de Madrid para que el enfermo se aloje durante un mes en una residencia concertada, aunque todo un proceso muy lento.

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