Ni familia `a la carta´ ni de `Disneylandia´

Pablo Martínez-Vila: hacia un concepto realista de familia

14 DE JUNIO DE 2011 · 22:00

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Como creyentes vivimos hoy atrapados entre dos polos extremos en relación con la familia. Por un lado, el modelo del mundo occidental, para muchos un símbolo de progreso y de modernidad. Los que propugnan este modelo «nuevo» desacreditan, o incluso ridiculizan sin rubor, a la familia tradicional, la constituida por un padre, una madre y los hijos, incluyendo a veces también a los abuelos. La presentan como una realidad ya pasada de moda, obsoleta, que, en pleno siglo XXI, ha sido superada por conceptos mucho más modernos de familia, sobretodo mucho más permisivos. Son modelos en los que se glorifica la independencia de cada uno para hacer «lo que bien fe pareciere», como en la época de los Jueces en la Biblia. «Familias a la carta». FAMILIAS A LA CARTA Muy ilustrativas son al respecto las declaraciones de una ex ministra en España quien decía lo siguiente: «Al vivir sola, rus relaciones son totalmente libres y de ese modo ganan en calidad y en profundidad. Puedes vivir sola y tener una relación estable con un señor o señora, una amistad profunda con alguien, puede que tu compañero viva en la misma ciudad o no, que os veáis mucho o poco, siempre o nunca, con hijos o sin hijos, todo es posible somos libres» (sic). Hacía estas afirmaciones después de ridiculizar la fidelidad matrimonial y descalificar la idea del amor para siempre como un mito. Por cierto, estas declaraciones que constituyen todo un manifiesto de religión secular —un verdadero credo laico— las hizo siendo aún ministra, es decir desde la megafonía amplificada que supone un cargo público tan relevante. Así, cada uno se organiza la familia a su manera y según mejor le convenga: no importa que sólo una madre, o dos padres o dos madres. Lo único que importa es la libertad para «montarme la fiesta a mi manera porque tengo derecho a ser feliz» (declaraciones textuales). La unión legal en matrimonio de parejas homosexuales es ahora mismo tema candente de debate en nuestro país, así como la adopción de hijos por parte de estas parejas homosexuales. FAMILIAS DE «DYSNEYLANDÍA». Hasta aquí hemos visto el extremo triste de la sociedad actual. Sin embargo, algunos creyentes caen en el polo opuesto, quizás como respuesta a esta ideología tan contraria a la voluntad de Dios para la familia. Es el golpe de péndulo que surge más por reacción que por reflexión. Nos presentan un modelo de familia perfecto, impecable. Una familia sana —creen— nunca tiene problemas, aquella cuyos miembros nunca discuten o alzan la voz, donde siempre hay sonrisas y buen humor, en una palabra, ¡el cielo en la tierra! Este modelo más parece sacado de Disneylandia que de la enseñanza bíblica. Pero, además, es fuente de frustración y de culpa para los que intentan alcanzar este nivel «super-espiritual» (o quizás deberíamos decir, mejor, “pseudo-espiritual”. Cuidado con los libros o las conferencias que enfatizan este enfoque triunfalista de la familia porque no refleja el realismo de la Biblia, impresionante, al referirse a la familia. Elmodelo bíblico de familia es un modelo realista: no hay familias perfectas. Esto es así desde el principio de la historia del hombre, en concreto desde la Caída y la entrada del pecado en el mundo. Recordemos cómo las primeras manifestaciones del pecado aparecen justamente en las relaciones familiares: Adán, en un alarde de irresponsabilidad, se lava las manos de cualquier culpa y señala a su esposa Eva: «la mujer que Tú me diste por compañera me dio...». (Por cierto, este patrón de conducta se repite constantemente en muchos matrimonios, incapaces de asumir sus fallos o su responsabilidad. La «culpa» siempre la tiene el otro). A esta primera tensión conyugal le sigue el drama de la muerte de Abel en manos de su hermano Caín, el primer fratricidio, acto espantoso de violencia familiar que también se iba a repetir, por desgracia, numerosas veces a partir de entonces. No podemos disimular ni auto-engañarnos. Desde que el hombre es hombre, la familia ha sido escenario de las páginas más sangrientas de las relaciones humanas. ¿Por qué ha sido así? La respuesta nos da una clave importante en nuestro estudio: la familia es uno de los blancos favoritos del diablo. Lo ha sido siempre. Su estrategia —dividir, engañar y hacer violencia— aparece de forma constante aún en las familias de la Biblia. Sorprende que en las familias escogidas por Dios para cumplir sus propósitos haya muchas tensiones y el pecado o los errores no escasearon en su seno. Así fue con la familia de Abraham, de Isaac, de Jacob, por no decir nada del gran rey David, modelo en tantas áreas, pero una calamidad en su vida familiar. Hasta tal punto fracasó David como padre y cabeza de familia que hacia el final de su vida lo reconoció con humildad y confesó en sus palabras postreras: «Mas no es así mi casa para con Dios...» (2 Samuel X 23:5). Sin embargo, ¡qué alivio, qué gran consuelo saber que Dios usa familias rotas para cumplir sus propósitos! No importa que vengas de una familia con problemas, rota o que nunca hayas podido disfrutar de la estabilidad de un hogar en paz. Nos consuela descubrir que en la genealogía del Señor Jesús aparecen familias que estaban muy lejos de ser perfectas, incluso hay una ramera. Dios, en su gracia, se vale de vasos de barro aun para los propósitos más excelsos. Ahí tenemos, por tanto, al creyente en lucha por encontrar la voluntad de Dios para la familia en medio de fuertes presiones. Ello nos lleva a una pregunta capital: ¿Hay una teología práctica de la familia que nos sirva a nosotros hoy? ¿Cuáles son las características bíblicas de una familia sana? CARACTERÍSTICAS DE UNA FAMILIA SANA Decíamos que no hay ninguna familia en la Biblia libre de problemas o luchas. Yo he escogido como modelo la familia de Noemí y Rut porque en ella aparecen los elementos que, en mi opinión, son las claves para una familia sana. Antes de considerar estas claves, sin embargo, quisiera que el lector observara que en la historia de la familia de Rut hay tres protagonistas en tres actos sucesivos: — El sufrimiento: las circunstancias que no podemos cambiar, lo que nos acontece. — El amor, la reacción de la familia a estas circunstancias. Es la parte que nos corresponde a nosotros: lo que hacemos ante lo que nos sucede. — La restauración: la respuesta y provisión de Dios. Él, en su providencia misteriosa, también actúa a lo largo de toda la historia familiar. Estos tres protagonistas se repiten en millones de familias. De ahí que el libro de Rut sea un clásico cuyo estudio contiene una enseñanza riquísima para las familias hoy. A la luz de ese libro, una familia sana se caracteriza porque: 1.- Sabe sobreponerse a los problemas: capacidad de lucha 2.- Sabe expresar amor: capacidad de amar. Habría un tercero, muy importante, que es saber que el arquitecto de la familia es Dios, y que no desarrollaremos en el presente documento. 1.- Vamos primero a profundizar en la faceta de la familia que sabe sobreponerse a los problemas, la capacidad de lucha. En una familia sana sus miembros se esfuerzan por superar los problemas y sobreponerse a las adversidades. Unas veces son conflictos internos producidos por las tensiones propias de la convivencia. Nunca enfatizaremos lo suficiente que la salud de un matrimonio no se mide por lo mucho o lo poco que discuten los cónyuges, sino por el tiempo que tardan en reconciliarse. Su capacidad para afrontar estas diferencias y resolverlas de forma madura es mucho más importante que una paz aparente fruto de una convivencia superficial. En otras ocasiones, el golpe viene de fuera, acontece a modo de desgracia: una enfermedad, un accidente, el paro, dificultades económicas, un hijo difícil son eventos que ponen a prueba la unidad familiar. Tanto si los problemas son internos como si nos vienen de fuera a modo de tragedia, la respuesta sana es afrontar tales circunstancias con serenidad y buscar salidas con decisión. La familia inmadura, por el contrario, se derrumba a las primeras de cambio cuarto surgen tales tensiones o calamidades. El libro de Rut ilustra muy bien lo que venimos diciendo.En una primera etapa, capítulo 1, encontramos a una familia destrozada por el dolor.Al trauma de la emigración a una tierra extranjera por causa del hambre, se le añade la muerte inesperada de los tres varones, el esposo y los dos hijos. Así, Noemí queda sola, viuda, con sus dos nueras en una tierra extraña. Esta etapa inicial fue tan dura que llega a exclamar: «No me llaméis más Noemí, sino Mará —que quiere decir «amarga»— «porque en grande amargura me ha puesto el Todopoderoso. Yo me fui llena, pero el Señor me ha vuelto con las manos vacías» (Rut 1:20).«Mayor amargura tengo yo que vosotras...» (1:13). La capacidad de lucha requiere un requisito: saber sufrir. Pablo empieza su formidable descripción del amor en 1a Corintios 13 precisamente con estas palabras: «El amor es sufrido». ¿Será casualidad que ponga este rasgo en primer lugar? No, en absoluto. El amor maduro tiene como característica primera que sabe sufrir en el sentido de que es capaz de luchar y afrontar los problemas o tensiones que, de forma inevitable, afectarán la vida familiar. El «ser sufrido» no es una invitación al masoquismo cristiano.La idea no es que el cónyuge tiene que aguantar sin rechistar y de manera indefinida todo lo que le venga, por ejemplo los malos tratos y la violencia repetida. Ésta sería una interpretación torcida, más propia del estoicismo que de la fe cristiana. Para entender el amor como «sufrido» necesitamos recurrir a otro concepto bíblico esencial y que es también central en la vida familiar: la paciencia. En el sentido bíblico ser paciente está muy lejos de un concepto fatalista y pasivo ante el sufrimiento. La paciencia es ante todo «grandeza de ánimo»(makrotirrúa). Este es el sentido que tiene en Hebreos 12:1 cuando se nos exhorta a correr con paciencia la carrera de la fe. El ejemplo supremo de paciencia nos lo dio el Señor Jesús «varón de dolores y experimentado en quebrantos». ¿Por qué fracasan tantos matrimonios y se rompen tantas familias en nuestros días? No podemos simplificar un tema difícil y delicado. Como profesional de la psiquiatría conozco la complejidad de muchos conflictos conyugales y familiares. Pero tengo la convicción profunda de que muchos de estos conflictos se resolverían, independientemente de sus causas, si los cónyuges —ambos— tuvieran mayor disposición a «ser sufridos» y a tener paciencia el uno para con el otro. Vivimos, por desgraciaren una sociedad, hedonista que glorifica el bienestar individual —«tengo derecho a ser feliz»— y desprecia la lucha y el sacrificio en las relaciones personales. Muchos aplican hoy a la convivencia el principio del «mínimo esfuerzo partido por dos».Esta forma de pensar y de vivir está en las antípodas de los principios bíblicos. Los creyentes debemos revisar hasta qué punto estamos despojando nuestras relaciones familiares de este requisito primero del amor, «ser sufrido». Quizás bastaría con añadir pequeñas dosis de amor sufrido y paciente para prevenir muchas crisis de familia y de matrimonios. Ahí radica una de las claves para correr cualquier carrera de fondo —y la vida familiar lo es— con perseverancia. 2.- El segundo indicador de salud en la familia de Ruth y Noemí fue su capacidad para demostrarse amor. En la familia sana los miembros han aprendido a darse este amor los unos a los otros. Enfatizamos la palabra «expresar» o «demostrar» porque ahí radica la clave: no basta con amar a alguien; hay que hacerle llegar este amor, transmitirlo. En realidad, en la inmensa mayoría de familias existe amor. Es difícil encontrar, por ejemplo, unos padres que no amen a sus hijos. Parece, por tanto, un principio muy elemental. Sin embargo, son innumerables los adultos que tienen problemas emocionales porque en su infancia no sintieron el amor de sus padres. Sin duda que éstos les amaron, pero fueron incapaces de. transmitirles adecuadamente este amor. La pregunta lógica es entonces: ¿Cómo transmitir el amor dentro de la familia? En el libro de Rut descubrimos algunas formas prácticas. En concreto vemos tres maneras en que los recíprocamente. Constituyen algo así como la espina dorsal del amor: las actitudes, las palabras y las decisiones. ACTITUDES DE AMOR En primer lugar, el amor práctico se manifiesta a través de actitudes. Es la expresión no verbal del amor. Está muy relacionada con nuestra forma de ser. No consiste tanto en lo que hacemos —las obras del amor—, sino en cómo somos. Nuestro carácter destila actitudes que pueden ser de amor, de hostilidad o de indiferencia. Las actitudes son el espejo profundo de nuestro carácter y revelan, sin disimulo, el contenido de nuestro corazón.Decía el apóstol Pablo que «somos cartas vivas» en las cuales los demás están siempre leyendo. Es por nuestra forma de ser que podemos «honrar a padre y madre», al cónyuge o a los hijos. En el libro de Rut encontramos varios ejemplos de actitudes que son expresión de amor y que, a su vez, alimentan el amor en un «feed-back» admirable. En realidad, todas estas actitudes forman un todo inseparable, como un racimo. Son interdependientes y la una lleva a la otra. Destacamostres por su trascendencia sobre la estabilidad familiar y porque, a nuestro juicio, son las más necesarias en las familias hoy. La fidelidad, el compromiso, plasmado en aquella memorable afirmación de Rut que ha pasado a la Historia como una de las mayores declaraciones de amor familiar: «No me ruegues que te deje y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios» (Rut 1:16). ¿Puede haber una mejor demostración de amor que esta fidelidad incondicional? Ahí está la mejor terapia contra la ansiedad y la inseguridad de tantos esposos o esposas que viven atrapados en la incertidumbre de su relación conyugal futura. Hoy la fidelidad matrimonial, en especial la idea del matrimonio para toda la vida, «hasta que la muerte nos separe» es objeto no sólo de rechazo, sino incluso de burla. Se prefiere la «monogamia consecutiva»(en expresión de un famoso político español). Desgarradoras y significativas son las declaraciones de una conocida actriz francesa: «Yo no sé qué hay que hacer para lograr mantener a tu lado al hombre que amas». Algo funciona mal en nuestra sociedad cuando el más básico de los pactos, el pacto matrimonial, se toma tan a la ligera. Una sociedad no puede funcionar bien cuando sus miembros no tienen una mínima voluntad de cumplir pactos y promesas. — La confianza. Es consecuencia de la anterior: cuando hay fidelidad, las relaciones familiares se caracterizan por una confianza mutua profunda, inquebrantable. No hay nada que temer, no hay motivos para la inseguridad. Había una confianza admirable, recíproca entre Noemí y Rut, entre Rut y Booz y entre Noemí y Booz. Todos ellos podían confiar entre sí porque habían aprendido a confiar en Dios: el manantial que alimenta la confianza entre los hombres es, sin duda, la confianza en un Dios que dirige nuestras vidas. Cuán iluminadoras son al respecto las palabras de Booz a Rut: «He sabido todo lo que has hecho con tu suegra... El Señor recompense tu obra, el Dios de Israel bajo cuyas alas has venido a refugiarte»(Rut 2:11-12). ¡Qué contraste más triste con la situación de muchas familias hoy! La confianza ha sido sustituida por los celos, a veces tan fuertes que son una de las causas principales de violencia doméstica. La desconfianza mutua es lo que lleva a muchos cónyuges a serios problemas en su relación. En casos extremos se llega a contratar a un detective para espiar y controlar los movimientos del cónyuge. Los celos no son expresión de amor, sino todo lo contrario: son expresión de falta de confianza en elcónyuge y también en uno mismo. — La abnegación.Negarse a uno mismo implica pensar en el otro, preocuparse por sus necesidades, por su bienestar. El Señor Jesús nos enseñó muy bien esta idea con la conocida «regla de oro»: «Y todo lo que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Mateo 7:12). En realidad la abnegación es algo tan sencillo como «amar a tu prójimo como a ti mismo». El primer lugar, el más natural, para poner en práctica este mandamiento es la familia. ¿Dónde queda mi autoridad moral para darme a los demás si tengo descuidada a mi propia familia? La entrega generosa a mis seres queridos tiene un gran obstáculo: el egoísmo. Éste es el peor enemigo de la abnegación. Elmatrimonio no es apto para egoístas porque el egoísmo apaga poco a poco la llama del amor. La abnegación es una asignatura de la vida que se aprende ante todo en la familia: el modelo de padre y madre y la educación que ellos dan influirán mucho en nuestras respuestas de adulto. Por ejemplo, un hijo consentido tiene muchas posibilidades de ser un gran egoísta, como bien nos indica la Biblia: «El muchacho consentido avergonzará a su madre»(Proverbios 29:15). Es curioso observar cómo el ser humano ha sentido la necesidad de dedicar determinadas fechas del año a recordar y homenajear a los miembros de la familia: el día del padre, el día de la madre, el día de los enamorados, incluso la Navidad se nos presenta como el día de recogimiento familiar por excelencia. No tenemos nada en contra de tales celebraciones, salvo que en la actualidad están fuertemente comercializadas y sujetas a una presión publicitaria excesiva. Pero ¿no es cierto que detrás de la necesidad de estas fiestas se puedan esconder sentimientos de culpa porque durante el resto del año hemos sido egoístas? No hemos tenido las expresiones de amor adecuadas dentro de la familia. La entrega de flores, de regalos, las palabras amables y los gestos de cariño o de ternura no deberían quedar relegados sólo a unas fechas concretas. Cada día del año debería ser el día del padre, de la madre o de los enamorados. En definitiva, de la familia. FAMILIA CONSTRUIDA CON PALABRAS DE AMOR ¿Cómo transmitir el amor dentro de la familia?En el libro de Rut descubrimos algunas formas prácticas. En concreto vemos tres maneras en que los recíprocamente. Constituyen algo así como la espina dorsal del amor: las actitudes, las palabras y las decisiones. La pasada semana hablamos de las actitudes. Hoy trataremos las palabras como expresión del amor. Ya vimos que la primera característica de una familia sana (aunque imperfecta) es la capacidad de lucha ante la adversidad. El segundo indicador de salud en la familia es capacidad para demostrarse amor. En la familia sana los miembros han aprendido a darse este amor los unos a los otros. Enfatizamos la palabra «expresar» o «demostrar» porque ahí radica la clave: no basta con amar a alguien; hay que hacerle llegar este amor, transmitirlo. En realidad, en la inmensa mayoría de familias existe amor. Es difícil encontrar, por ejemplo, unos padres que no amen a sus hijos. Parece, por tanto, un principio muy elemental. Sin embargo, son innumerables los adultos que tienen problemas emocionales porque en su infancia no sintieron el amor de sus padres. Sin duda que éstos les amaron, pero fueron incapaces de transmitirles adecuadamente este amor. El amor se transmite con palabras. Es la expresión verbal del amor. No basta con tener actitudes buenas como las descritas en el artículo de la semana anterior. Las palabras son el complemento necesario que viene a aderezar la buena comida que es el amor.«La palabra dicha a su tiempo, ¡cuán buena es!»nos recuerda el autor del libro de Proverbios (Proverbios 15:23). O también, «manzana de oro configuras de plata es la palada dicha como conviene»(Proverbios 25:11). Para mí, uno de los rasgos más aleccionadores del libro de Rut es la riqueza de los diálogos entre sus personajes. Me fascina observar la dinámica de la comunicación dentro de aquella familia. ¡Cuántas horas habrán pasado Noemí y Rut hablando, escuchándose, consolándose la una a la otra o, simplemente, sufriendo juntas en silencio! La comunicación aparece allí de forma constante y espontánea. ¡Cuán hermosa y aleccionadora la escena cuando Rut llega a casa de Noemí después de espigar todo el día (cp. 2:19-23) y le cuenta su nuera con todo detalle sus vivencias del día, con la espontaneidad casi propia de una niña! Esto ocurría así porque en una familia sana el diálogo surge de forma natural. La comunicación es expresión de salud en la familia y, a su vez, le añade más salud. Hablar, escuchar, dialogar constituye una de las formas más prácticas de amarnos unos a otros. Por desgracia, el fenómeno inverso también es cierto: la falta de comunicación expresa egoísmo y genera aislamiento y separación dentro de la familia. No es casualidad que una de las causas más frecuentes de ruptura matrimonial sea la falta de diálogo. También ocurre entre padres e hijos. Una familia donde no se habla, donde nadie escucha, donde no hay pequeños espacios de tiempo para el compartir mutuo, es como una planta que poco a poco se va secando. ¡Cuántas familias hoy son como plantas que languidecen por falta de agua, el agua vital de la comunicación! Frases tales como «siempre estás en tu mundo», «cuando te hablo, pareces ausente», «con mis padres no puedo hablar porque no tienen tiempo para escucharme» son quejas frecuentes hoy. ¿Por qué es tan importante la expresión verbal del amor? La respuesta a esta pregunta nos lleva a un aspecto singular de la comunicación humana que no encontramos en los animales. Éstos ciertamente se comunican entre sí, sobre todo en ciertas especies; los delfines, por ejemplo, tienen unas formas de comunicarse realmente sorprendentes. También en los pájaros vemos cierto tipo de código acústico o de lenguaje. Pero no es la comunicación humana. ¿En que se distingue la comunicación de un delfín o de un ruiseñor de la comunicación de una esposa con su hijo o con su marido? La singularidad de la comunicación humana viene dada por la capacidad de escuchar. Los animales pueden oír, pero el ser humano es el único capaz de escuchar. El oír es un acto mecánico e involuntario; escuchar, por el contrario, es un acto reflexivo que implica la voluntad, el deseo de hacerlo. Yo no puedo evitar oír, pero sí puedo evitar escuchar. Por ello, en la medida en que escucho a mi prójimo —esposo, hijo etc.— le estoy expresando interés, dedicación, en una palabra, amor, capacidad de reflexión y de escucha —de escucha reflexiva— única en el ser humano, que es fruto de la imagen de Dios en nosotros y una de las formas más sublimes de amar. Quisiera proponer aquí a mis lectores dos recomendaciones prácticas en forma de pequeños hábitos. Su puesta en práctica puede enriquecer la comunicación familiar de manera sorprendente: - En primer lugar, apagar la televisión a la hora de comer. El sencillo acto de tener la televisión apagada durante toda la comida provee un marco precioso e insustituible para el diálogo en familia. La mesa es casi el último reducto de comunicación entre esposos o con los hijos. Los resultados sobre el bienestar familiar pueden ser de verdad sorprendentes. - La segunda recomendación es más para los padres: buscar pequeños fragmentos de tiempo para estar con y por los hijos. Los llamaremos tiempos de dedicación familiar. Son momentos para estar con ellos, hablar, escucharles, averiguar sus necesidades, sus alegrías, sus penas, ponerse en su mundo. Pueden ser suficientes períodos tan cortos como 20 ó 30 minutos tres veces por semana, pero han de ser momentos de dedicación exclusiva. No basta «estar con», hay que «estar por».Esta proximidad emocional de los padres produce cambios notables en el ambiente familiar y en la conducta de los hijos. Además es la mejor manera de prevenir adolescencias tormentosas. La misma sugerencia podemos aplicar a la relación entre los esposos: estos pequeños oasis de dedicación mutua serán vitales para mantener viva la relación matrimonial. Quienes lo han practicado reconocen, además, que es el mejor antídoto contra la rutina y el aburrimiento, grandes enemigos de la relación conyugal.

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