Nuevos retos

Si pensamos en perspectivas futuras y en cómo hemos de transmitir nuevos valores en torno a los Derechos Humanos a las nuevas generaciones de creyentes, veremos que estos derechos se amplían.

05 DE NOVIEMBRE DE 2013 · 23:00

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Los cristianos debemos caminar por el mundo asumiendo retos y desafíos con mente abierta de cara al futuro y con una mente comprometida de cara al presente. Si pensamos en perspectivas futuras y en cómo hemos de transmitir nuevos valores en torno a los Derechos Humanos a las nuevas generaciones de creyentes, veremos que estos derechos se amplían como si pudieran surgir nuevas generaciones de derechos casi hasta el infinito. Las culturas: Hay derechos humanos en relación con la cultura que hemos de aplicar y defender en nuestras propias congregaciones. Nos encontramos en nuestras iglesias y en nuestras ciudades con grupos de diferentes culturas con riesgo de perder identidad. No es fácil, ni en nuestras iglesias ni en nuestras sociedades, caminar por sendas interculturales. Hay quienes sólo desean que los inmigrantes, por ejemplo, se asimilen bruscamente a nuestras culturas perdiendo identidad y rompiendo las tramas culturales que les han conformado desde el punto de vista identitario. La identidad: Aquí tendríamos que hablar de los Derechos Humanos en relación con la identidad cultural. Deberíamos trabajar para vivir en culturas abiertas que se enriquecieran en contacto con otras culturas, evitar las prepotencias culturales y los desprecios a otras formas de vivir las tradiciones culturales que forman todo el entramado identitario de muchas personas que tienen que vivir fuera de sus culturas de origen, entramado identitario que hemos de respetar en los países de acogida fomentando la interculturalidad. Esto es trabajar por los Derechos Humanos. Eso sería trabajar en otra generación de derechos, los derechos culturales de las personas. Las minorías. Hoy tenemos que seguir trabajando también por ampliar y perfilar una generación de derechos de las minorías. Tanto dentro de nuestras congregaciones como en nuestras vivencias como ciudadanos en los países de acogida o en las relaciones internacionales, hemos de tener en cuenta los derechos humanos de las minorías de cualquier tipo. Respetar el derecho a la diferencia y a las costumbres. Respeto a las diferencias. El respeto a estos derechos va a enriquecer las relaciones solidarias entre los hombres. Vamos a llegar a ver que el slogan que se usa: “Somos diferentes, somos iguales”, es un slogan enriquecedor y que nos ayuda a cumplir con los derechos de cualquiera de las minorías que hay en el mundo. Derechos en el entorno religioso. También hay ciertos derechos religiosos que se deberían respetar dentro de nuestros templos con las minorías inmigrantes que provienen de otras congregaciones, de otros ambientes religiosos. El derecho a no sentirse extranjeros en la casa de Dios. Esto se consigue trabajando sobre la conformación de iglesias interculturales en donde se respetan por igual tanto las diferencias culturales que pueden ser enriquecedoras, como algunas diferencias en las prácticas del ritual, sin prepotencias ni eurocentrismos, permitiendo y favoreciendo la integración y la participación. Nadie es extranjero ni debe sentirse como tal en la casa de Dios. Con los niños: Desde la iglesia, desde las perspectivas cristianas, se puede potenciar y trabajar de una forma muy especial por los derechos de los niños. Trabajar sobre esta generación de derechos desde la sensibilidad de Jesús hacia los pequeños, los niños. Lo que hacemos por ellos lo hacemos por el Señor. Si los cristianos en el mundo rico tienen noticia de la situación de tantos niños en el mundo privados de sus derechos más esenciales, abusados en el trabajo infantil, con la prostitución infantil, en el hambre y en el abandono, de la iglesia debería surgir toda una necesidad de trabajar por los derechos humanos de los niños. La familia. Este trabajo por conseguir los derechos de la infancia, nos llevaría, necesariamente, a trabajar por los derechos de la familia. En nuestras iglesias se habla hasta el infinito de la familia, de la defensa de la familia, tronando contra el concepto del matrimonio homosexual y sus derechos o no sobre la adopción de niños. Hablamos del hundimiento de la familia, de su desestructuración, pero en el trabajo real por la familia en el mundo, no somos efectivos, no hacemos un trabajo solidario real, no somos el buen prójimo que se para, se mancha las manos, usa sus propiedades, su dinero y se compromete a tener un seguimiento de estas situaciones tal y como nos enseñó Jesús con la Parábola del Buen Samaritano. Con los pueblos pobres. Lo mismo habría que trabajar por el derecho de los pueblos y de las naciones para que no haya opresiones ni despojos, para que puedan acceder a la construcción de su propio futuro, a un mercado justo, a la capacitación de sus miembros, al derecho a la propia cultura, a las tradiciones, a la propia lengua. Todo esto debe ser parte de la acción de la iglesia y de los cristianos en el mundo cumpliendo sus deberes de projimidad, una projimidad que, a veces, nos muestra el concepto de prójimo como colectivo y hay que defender no sólo los derechos individuales, sino los sociales. En torno a la mujer. La iglesia, necesariamente, se debería de involucrar en la defensa de los derechos de la mujer en una nueva generación de derechos que comenzara por no marginar a la mujer de la propia vida eclesial donde no debe haber ni hombre ni mujer, eliminando la prepotencia en la que se mueven muchos de los varones frente a la mujer que puede sufrir cierta marginación en el ámbito de las iglesias de las diferente confesiones cristianas o religiosas en general. Pero, desde ahí, habría que trabajar por los derechos de la mujer en todas las áreas, sin que la iglesia quedara a la zaga de la defensa de los derechos de las mujeres en el mundo. Con inmigrantes. También, viendo la situación de los flujos de personas en el ámbito de las migraciones internacionales, se debería tratar de defender un derecho muy especial: el derecho a no emigrar, lo cual nos llevaría a pensar en el desarrollo de los pueblos pobres, en cómo dotarles de las infraestructuras necesarias en todos los ámbitos para que las personas tuvieran el derecho a quedarse, si así lo desean, en sus propios países en donde deberían tener derecho al trabajo y a una vida digna. Apertura amorosa. Así, las perspectivas cristianas ante las nuevas generaciones de derechos humanos pueden llegar a ser innumerables. Sólo se necesita una apertura amorosa hacia el prójimo y una reflexión cristiana y ética que nos lleve a la estructuración de extensa y nuevas generaciones de derechos humanos en los que el creyente debe trabajar siguiendo al Maestro. Y el único regalo que el creyente debe esperar, la única recompensa, es que algún día el Señor nos pueda decir: “Benditos de mi Padre… Por mí lo hicisteis”.

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