Las doctas tinieblas del `Jemer rojo´

En la fotografía el anciano se mira apacible, inofensivo y vulnerable. Cualquiera diría que se trata de un hombre a quien sus hijos o nietos le ayudan a caminar y mantenerse erguido. Pero no, el personaje de la imagen es Khieu Samphan, el último jemer rojo, quien a los 76 años fue llevado a prisión hace unos días, acusado de participar en el genocidio que tuvo lugar en Camboya entre 1975 y 1979.

24 DE NOVIEMBRE DE 2007 · 23:00

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El régimen de los jemeres rojos, con Pol Pot al frente, fue un baño de sangre. Su ideología (mezcla de maoísmo y nacionalismo a ultranza) y sus comandos encargados de ponerla en práctica asesinaron a casi dos millones de personas. Todas ellas consideradas enemigas del pueblo, a quienes era necesario eliminar para construir una nueva sociedad, libre de las contaminaciones burguesas y occidentales. Los revolucionarios fueron crueles con los universitarios, porque les consideraban portadores de la decadencia y enemigos del futuro glorioso que tendría como centro a idílicas sociedades agrarias. Todos y todas los usuarios de gafas para corregir deficiencias de la vista eran sospechosos de portar enfermedades ideológicas, porque se les asociaba con el hábito de leer. Y para cualquier régimen dictatorial, de izquierda o de derecha, los lectores son peligrosos porque les da por pensar y cuestionar. También asesinaron a cuanto monje budista encontraban a su paso. El hoy inerme anciano, Khieu Samphan, fue jefe de Estado durante el gobierno de los jemeres rojos. De la primera plana de dirigentes, Samphan es el último en ser llevado ante la justicia. Otros ya fueron juzgados o murieron antes de serlo, como Pol Pot, cuyo deceso tuvo lugar en 1998. Khieu alega en su favor que él no tuvo responsabilidad en las macabras atrocidades perpetradas por los jemeres rojos. Lo mismo han dicho, pretendiendo lavarse las manos, estrechos colaboradores de dictadores en Alemania, España, Uganda, Chile, Argentina, Irán, la URSS y México, por sólo mencionar unos cuantos países. A diferencia de otros altos dirigentes del Jemer rojo, que tenían poca o regular escolaridad, Khieu Samphan tuvo una formación en una universidad francesa, donde, según la extensa nota de AFP que informa de su encarcelamiento, “se hizo famoso en círculos de izquierda, convirtiéndose en líder estudiantil. Su tesis de doctorado, terminada en la universidad de París en 1959, promovía la autosuficiencia económica nacional y la independencia, y sería adoptada como la política jemer roja 16 años después”. Es decir, él fue el ideólogo del delirante gobierno que eliminó sin miramientos a cientos de miles de aterrorizados camboyanos. El intelectual de la devastación que sembró la muerte en Camboya durante media década, dice ahora a quienes perdieron familiares y/o amigos en la densa neblina de exterminio que cubrió a la nación asiática, que “perdonen su ingenuidad” porque él nunca se percató de las matanzas. Ya lo había escrito así hace tres años, en un libro que dejó estupefactos a sus lectores que no sabían si adjudicarle a su autor locura, cinismo o afición por mentir persistentemente. Días antes de su arresto, Samphan había publicado otro libro (Reflexión sobre la historia camboyana desde la época antigua hasta la era de Kampuchea Democrática), en el cual, dice AFP, “sigue negando que se hubiera cometido un genocidio deliberado”, ya que “no hubo una política de hacer morir de hambre al pueblo. No existió una política de matanzas masivas”. Para su infortunio las evidencias arrojan exactamente lo contrario. El de Samphan es un caso donde la preparación universitaria y la tarea del intelectual se ponen al servicio de “principados y potestades”, como les llama la Biblia, que se tornan diabólicos. Todas sus capacidades las usó el último jemer rojo para tejer la argumentación que sostenía al entramado que aniquilaba sistemáticamente a los ciudadanos. Las suyas eran “doctas tinieblas”, como llamó Octavio Paz a las ideologías que justifican con argumentos bien estructurados a los regímenes de terror. Esas penumbras del pensamiento pretenden tener respuesta para todas las críticas, aspiran a gobernar desde un centro panóptico que vigila, y castiga, a la ciudadanía para evitar que cuestione las buenas obras de sus liberadores. La barbarie fue posible por la eficaz máquina de matar que eran los jemeres rojos. Pero a conveniencia de las potencias, y sus intereses geopolíticos, se les pasó por alto esa brutalidad y a los asesinos hasta se les reconoció un lugar en el llamado concierto de las naciones. Por esto dice bien el escritor mexicano José María Pérez Gay, en su libro El príncipe y sus guerrilleros: la destrucción de Camboya, que “una de las cosas más increíbles de esta historia increíble: (es que) la ONU reconoció en 1982 a los delegados de Pol Pot como los únicos representantes legítimos de Camboya. ¿Por qué nadie los acusa de genocidio? Las burocracias diplomáticas enaltecen los preceptos del derecho internacional, pero no se molestan en explicarnos esa contradicción. La barbarie y el exterminio no merecieron su cuidado, acaso porque consideran que Camboya no vale la pena. ¿Por qué nadie ha llevado ante un tribunal a Henry Kissinger, el todopoderoso consejero de seguridad del presidente Richard Nixon durante la guerra de Vietnam y eminencia gris del presidente Ronald Reagan para su política centroamericana, por sus crímenes de guerra?” El famoso Doctor K, a quien hasta el Premio Nobel de la Paz le otorgaron, es otro gestor de doctas tinieblas. Mientras tanto Samphan tal vez se siga obstinando en negar el genocidio en Camboya, ya tendrá tiempo en la cárcel para reelaborar sus teorías.

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