En cápsulas de cristal… hacia el averno

Lo importante, pensamos, soy yo, mi familia, mi bienestar. Lo demás, vendrá después… o no vendrá nunca.

12 DE FEBRERO DE 2012 · 23:00

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El fuerte individualismo que se vive en nuestras sociedades, individualismo que también entra en nuestras congregaciones, moldea nuestra forma de percibir el fenómeno religioso. Deforma la experiencia religiosa. Nos hace vivir un “cristianismo” de autoconsumo y de búsqueda de cierto bienestar no coincidente o contrario al cristianismo que nos dejó Jesús. Vivimos el cristianismo desde nuestra cápsula de cristal con un individualismo atroz. El individualismo moderno hace que muchos religiosos intenten gestionar su religiosidad de forma que se sientan bien, que la experiencia religiosa les compense de manera que pueda tener una vida más placentera. Se pueden buscar los goces espirituales de forma individualista e insolidaria. Vivir la fe, para algunos, es buscar el sentirse bien, el acallar la interpelación de la conciencia. La religión la gestionan muchos de forma individualista, para evitar todo aquello que puede molestar. Puede servir, dentro del individualismo moderno, para que muchos, de espaldas al compromiso con el prójimo, puedan ir planificando sus vidas para sentirse a gusto. Nos gozamos en la insolidaridad de nuestra cápsula de cristal. Para otros, la práctica religiosa les ayuda a mejorar su situación psicológica, el bienestar material e incluso afectivo. Les ordena su vida familiar en la que se centran sin pensar para nada en las vidas de los otros… se pierde el concepto de projimidad. El individualismo moderno hace que nos sintamos bien, aunque nuestro prójimo cercano esté sufriendo y demandando ayuda…. No es mi problema, decimos. Lo importante, pensamos, soy yo, mi familia, mi bienestar. Lo demás, vendrá después… o no vendrá nunca. El individualismo nos encierra en nuestra cápsula de cristal, en donde podemos buscar los mayores goces posibles y el mayor bienestar, el sentirnos bien, olvidando al otro, dejando al prójimo en la estacada… y caminando hacia el averno de la condenación. Por eso Jesús nos recuerda: ¿Tiene tu hermano algo contra ti? ¿Tu hermano pobre te está demandando justicia? ¿Tu hermano, prójimo despojado y tirado al lado del camino tiene que ver algo contigo, con la forma de vivir tu experiencia religiosa, la experiencia de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana? Jesús dijo: “Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas q1ue tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano…”. ¿Te molesta que te saquen de tu bienestar individualista y que te recuerden tus deberes de projimidad? ¿Estás gestionando tu religiosidad de forma que te aleje de la interpelación del prójimo sufriente, de la interpelación de los pobres de la tierra, de los desclasados, oprimidos y robados de dignidad? ¿No entran estos parámetros dentro de la gestión que estás haciendo de tu experiencia religiosa? A veces, los religiosos integrados en las iglesias cristianas, también buscan vivir una moral sin mandamientos, sin compromisos, sin las urgencias que los seguidores de Jesús tienen para con el prójimo abandonado, apaleado y tirado al lado del camino. Esta ética o moral sin ningún tipo de imperativos éticos con respecto al prójimo, nos hace vivir de forma individualista una moral sin mandamientos, una ética que sólo busca el bienestar individual, el sentirse bien. ¿Es eso vivir el auténtico cristianismo? Sal ya de tu cápsula de cristal. Parece que pudiera haber una religiosidad sin prójimo, sin hermanos que nos necesitan. Yo, a veces, he dicho, en línea con el contexto que estamos comentando, que en los atrios de las iglesias, antes de poder avanzar hacia el altar, antes de disponernos al culto, a la adoración, para que haya autenticidad, tendríamos que pasar por la pregunta por la que pasó Caín: “¿Dónde está tu hermano? Los consejos deberían ser: Si no estás reconciliado con tu hermano, si vives tu experiencia religiosa de forma individualista, no avances hacia el altar. Retrocede. Sal fuera del templo y reflexiona, no se que tu respuesta coincida con la cainita, la de la muerte, la que carece de las señas de identidad cristiana, la que te aparte de Dios: “No sé. ¿Soy yo, acaso, el guarda de mi hermano?”. Cuando queremos vivir la experiencia cristiana de forma individualista, buscando nuestros goces y satisfacciones espirituales, estamos pecando. Alguien puede decir: Yo no me meto con nadie, no he robado, ni apaleado, no he excluido, ni vejado a ninguno de los pobres de la tierra, a nadie. Yo vivo con mi familia en paz y en pureza… falso. Es falso porque estamos cayendo en lo que la Biblia reconoce como el pecado de omisión. La omisión de la ayuda, la omisión de la búsqueda de justicia, la omisión de ser la voz profética de denuncia, la omisión de ser las manos del Señor que cuidan, que alimentan. La omisión de ser las manos y los pies del Señor que se cansan buscando por los caminos del mundo a los apaleados y robados de dignidad. El fuerte individualismo moderno, que también penetra en nuestras iglesias y conforma la vida de muchos cristianos que quieren vivir su experiencia religiosa con comodidad para sentirse bien, echa fuera todo mandamiento de Dios con respecto a la projimidad, a la ayuda al prójimo, echa fuera toda moral en relación con nuestros hermanos pobres de la tierra, con los sufrientes y oprimidos del mundo. El fuerte individualismo intenta acallar conciencias, es como una adormidera de la que tenemos que liberarnos. El ser cristianos no es buscar de forma individualista mi concepto de bueno que puede ser coincidente con aquello que me beneficia de forma egoísta, aquello que, aparentemente, me protege y no me hace daño, que me sumerge en mi cápsula de cristal y me pone de espaldas al prójimo sufriente. El cristianismo no es la búsqueda del gozo que no me compromete. Mi prójimo no soy yo mismo, ni lo importante es que yo me sienta bien. Esas son trampas del individualismo. El fuerte individualismo moderno nos separa de esa imagen de Dios que hay en nosotros, como si pusiera barreras entre nosotros y nuestra propia alma, adormeciéndola de forma insolidaria… Nos separa de nuestros semejantes, de nuestro prójimo. Nos impide ser las manos y los pies del Señor en medio de un mundo de dolor. Nos va sumergiendo en las profundidades del averno, allí donde mora Satanás y los suyos… Nos aparta de Dios. El ser cristianos auténtico no es algo que nos habilite a sentirnos a gusto y bien, sino que nos habilita para sentir las necesidades de nuestros hermanos, nuestros prójimos, como si fueran nuestras propias necesidades. Es así como podemos sentirnos “movidos a misericordia” como buenos prójimos. Es así como desentrañaremos la esencia de la auténtica vivencia de la espiritualidad cristiana.

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