‘Samuel’, por Félix González

Para González “Samuel es una figura central en el Antiguo Testamento. Reúne en su persona el triple ministerio de sacerdote, juez y profeta”.

28 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 22:05

Ana presentando su hijo Samuel al sacerdote Eli, un cuadro de Gerbrand van den Eeckhout. / Wikimedia Commons,
Ana presentando su hijo Samuel al sacerdote Eli, un cuadro de Gerbrand van den Eeckhout. / Wikimedia Commons

El profeta Samuel figura en las páginas del Antiguo Testamento como uno de los grandes hombres elegidos por Dios para salvar al pueblo de Israel de una crisis religiosa provocada por la convivencia con naciones paganas de su vecindario. No fue rey, pero sí el auténtico instaurador de la monarquía, ungiendo al primer rey que tuvo Israel, Saul.

Para Félix González “Samuel es una figura central en el Antiguo Testamento. Reúne en su persona el triple ministerio de sacerdote, juez y profeta”.

La biografía de Samuel que escribe define la personalidad de un profeta elegido por Jehová desde niño para corregir las desviaciones religiosas del pueblo rebelde contra el que escribió con dureza el profeta Isaías en el primer capítulo de su libro. Aunque este que estoy comentando se trata de un libro breve -no llega a las 200 páginas- el autor se muestra como un excursionista bíblico deseoso de dar a conocer los pormenores de una vida grande y consagrada.

La biografía recorre toda la vida del profeta. Fue hijo querido de una buena madre llamada Ana. Una mujer de corazón puro y limpio, verdadera adoradora de Jehová. Cuando nace el niño por intervención divina, apenas tuvo edad lo pone a disposición del sumo sacerdote Eli, encargado del tabernáculo en Silo.

Una noche que Samuel dormía en el templo oyó el llamamiento de Dios y respondió: “Heme aquí”. Dice González que la historia de Samuel “nos muestra que Dios utiliza a los niños para salvar a los hombres”. Refuerza el argumento con el episodio vivido por Agustín de Hipona en el siglo VI, en cuya conversión influyó la voz de un niño que en el patio de su casa cantaba el texto de Romanos 13:13: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas ni envidias”.

En el versículo veinte del tercer capítulo en el primer libro de Samuel, leemos: “Todo Israel, desde Dan hasta Beerseba, conoció que Samuel era fiel profeta de Jehová”. En aquellos tiempos, al igual que en nuestros días, para desgracia del cristianismo, han existido y existen falsos profetas y apóstoles. González pregunta en la página 65 de su biografía: “¿Cómo podemos distinguir a un verdadero profeta de uno falso?”. Señala tres características que deben diferenciar a uno de otro. El verdadero profeta no elige serlo, no busca el ministerio religioso, es llamado por Dios a ejercerlo. Segundo, el verdadero profeta permanece humilde y fiel a su ministerio. Samuel permaneció fiel en las observaciones diarias, no se ensoberbeció a pesar de haber oído la voz del mismo Dios. En tercer lugar, González observa el efecto de sus palabras al pueblo. Todos los israelitas lo reconocían como verdadero profeta de Jehová.

Después de las tres señales de un auténtico profeta Félix González escribe un capítulo superior en el que trata de otras tres señales en torno a la manera de alcanzar las bendiciones divinas, manteniéndose siempre en el estudio del profeta Samuel.

La primera señal es un ejercicio de espiritualidad. Con frecuencia sentimos que llevamos una carga pesada en el corazón y en la vida. Queremos que alguien cerca de nosotros nos ayude. Pero antes de pedir ayuda exterior hemos de permitir que Dios realice cambios en nuestro interior.

Cuando Israel deseaba ser liberado del yugo filisteo, Samuel dice al pueblo: “Si de todo vuestro corazón os volvéis a Jehová, quitad los dioses ajenos y preparar vuestro corazón” (1º Samuel 7:3). En la vida espiritual existe un orden. Si queremos ayudar a otros se impone que Dios nos ayude primero a nosotros. Que purifiquemos el corazón por medio de la conversión y la entrega a Él.

González entiende que una segunda forma de alcanzar las bendiciones divinas es confesando nuestra impotencia. El pueblo judío pide al profeta Samuel: “No ceses de clamar por nosotros a Jehová nuestro Dios para que nos guarde de la mano de los filisteos” (1º Samuel 7:8).

Impotencia y victoria. El pueblo es consciente de su impotencia frente al enemigo. Y pide al profeta que invoque la intervención divina. Escribe acertadamente González: “¿No ocurre lo mismo hoy? El que quiera recibir poder y victoria de lo alto, que se deje revelar primero por su propia debilidad. El que sienta de verdad su impotencia recibirá de Dios el poder”.

La Biblia dice que el poder viene de Dios. El pueblo judío obtuvo la victoria cuando entendieron que por sí mismos no la lograrían. Que necesitaban a Dios. ¿Y nosotros, ¿no?

Para González la tercera forma de lograr bendiciones de Dios es renunciando a la honra propia y siendo revestidos de la honra que procede de Dios. “Primero la humildad, después la exaltación”. 

A fin de conmemorar la batalla de Israel contra los filisteos Samuel mandó erigir un pequeño monumento al que puso por nombre Eben-Ezer, con la lectura “hasta aquí nos ayudó Jehová” (1º Samuel 7:12). Concluye González: “El que busque gloria y honores, aprenda primero a renunciar a ellos y dé toda la honra y gloria a Jesucristo el Señor”, tal como declaró uno de los seres vivientes en el último libro de la Biblia: “Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder” (Apocalipsis 4:11).

Félix González cierra su excelente biografía del profeta Samuel escribiendo sobre el final de su ministerio. Cuando entendió que era un hombre “viejo y lleno de canas” (1º Samuel 12:2) consideró que era el momento de renunciar a su cargo de juez, a la dirección del pueblo hebreo y, en cierto modo, a su ministerio profético. Toda vez que sus hijos no heredaron su misma visión de lo que está en la tierra y lo que está en el cielo.

“Entonces todos los ancianos de Israel se juntaron, y vinieron a Ramá para ver a Samuel, y le dijeron: He aquí tú has envejecido, y tus hijos no andan en tus caminos; por tanto, constitúyenos ahora un rey que nos juzgue, como tienen todas las naciones” (1º Samuel 8:4-5).

La propuesta de instaurar en Israel un régimen monárquico desagradó a Samuel, quien no reconocía más rey que Jehová. Sim embargo, presionado por el pueblo aceptó lo que querían sus líderes después de una fuerte advertencia sobre la desventaja que tendría la monarquía (1º Samuel 11:22). El joven Saúl fue elegido y proclamado como primer rey de Israel.

“Y Samuel dijo a todo el pueblo: ¿Habéis visto al que ha elegido Jehová, que no hay semejante a él en todo el pueblo? Entonces el pueblo clamó con alegría diciendo: ¡Viva el rey!”  (1º Samuel 10:24).

Félix González parte de esta historia para escribir de la importancia que tienen los ministros de culto de dejar el liderazgo que ejercen en sus congregaciones en el momento oportuno. Con un largo párrafo del autor cierro mi comentario a su libro:

¡Qué sabio es Samuel! No siempre ha sido así en el reino de los cielos, en la vida del pueblo de Dios. Ha habido algunos hombres que han pensado que la obra no podía funcionar sin ellos, y han hecho todo lo posible por perpetuarse en sus cargos. O han creído que habría un estancamiento o una peligrosa reorientación en el rumbo de la iglesia si ellos dejaban el timón de la nave evangélica en otras manos menos experimentadas. En ambos casos, ¡triste error!”.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - El punto en la palabra - ‘Samuel’, por Félix González