De vuelta a casa

Recuerda el calor del hogar, la hogaza de pan tierno sobre la mesa, el olor a familia, a descanso a ropa recién lavada y perfumada con lavanda.

18 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 17:30

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El silencio lo impregna todo. Un silencio tan abrumador que le permite oír como late acompasado el corazón en su pecho, un rítmico sonido que atempera la soledad y el mutismo.

Las palabras han cesado, el bullicio de la noche espiró en cuanto la lluvia comenzó a regar las calles. Una fina lluvia que ha ido creciendo en intensidad y que ahora lo inunda todo de húmeda tristeza.

Siente la soledad más absoluta, la pétrea soledad de quien nunca deseo estar solo.

En ese estado de completo vacio sus ojos anegados de miedo miran de soslayo. Teme ser raido por la escasez de su alma, seca y herida, amordazada por la desconfianza y la cobardía. Teme que la cabeza pueda jugarle una mala pasada y llevarle a la locura.

Allí está, solo, asustado, hambriento, con el cuerpo mojado por la lluvia y las lágrimas.

El silencio usa su canto invisible para regalarle una melodía de remembranzas, una música plagada de notas nostálgicas.

Recuerda el calor del hogar, la hogaza de pan tierno sobre la mesa, el olor a familia, a descanso a ropa recién lavada y perfumada con lavanda.

Evoca los juegos infantiles a la puerta de la casa, la algarabía desprendida de las risas contagiosas de los niños.

En su interior nace un deseo, el impetuoso anhelo de volver al lugar del que nunca debió huir.

Abnegado ante el presente turbio que de despereza ante él, convierte una idea en una ilusión, un deseo de regreso, de volver a los orígenes, tener un encuentro sanador con su padre.

La noche oscura acaricia su tez devolviéndole el esplendor que produce la esperanza aderezada por la urgencia. Cierra los ojos y emite un ruego susurrante, descansa sobre el húmedo y frío suelo con la certeza de que esa noche será la última que pasará lejos del padre, lejos del hogar.

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