‘Alzheimer femenino’ en la memoria de la iglesia

El papel clave de las mujeres ha continuado hasta el presente. Sin embargo, la memoria de las mujeres en la misión se perdió en determinado momento.

04 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 13:00

Ben White, Unsplash,mujeres orando
Ben White, Unsplash

En mis estudios sobre la historia de las misiones cristianas he llegado a la conclusión de que en varios aspectos hace falta una recuperación de la memoria y una nueva  visión de la historia.

Un valioso ejemplo de esta revisión histórica es el libro La memoria del pueblo cristiano, un estudio histórico acerca de los tres primeros siglos de la iglesia, desde una perspectiva misional.

Su autor Eduardo Hoornaert es un ex-sacerdote católico que salió de Bélgica como misionero hacia el Brasil en 1958 y ha permanecido en ese país como teólogo y maestro. Su trabajo misionero se concentró en el Nordeste brasileño, una región pobre y explosiva, y estuvo entre los pioneros de la llamada “iglesia popular” y las Comunidades de Base.

Su trabajo de investigación se dedicó en particular a la historia de la iglesia entre los negros e indígenas del Brasil, desde lo que llama “la perspectiva de los pobres y las clases marginales.” Sus preguntas surgen de la práctica misionera entre las Comunidades de Base.

En varios puntos de su libro mencionado establece paralelos entre la vida de las comunidades cristianas entre los pobres del Brasil y la vida de la iglesia primitiva antes de Constantino, porque como dice en su Prólogo: “Existe realmente un paralelismo sorprendente entre la experiencia actual de las comunidades de base y las primeras comunidades cristianas. La gente de la base no se engaña cuando exclama con entusiasmo ‘los primeros cristianos vivían así’.” [1]

Este paralelismo es también marcado en el caso de las iglesias populares evangélicas que han ido creciendo notablemente.

Tal ha sido también mi experiencia personal. He tenido oportunidad de participar en cultos o reuniones de iglesias en lugares tan distantes como Harare en Zimbabwe, África; Manila en las Filipinas; la sección de habla hispana en la ciudad de Filadelfia en Estados Unidos; o una iglesia de habla quechua en el sur del Perú.

El año pasado me encontré con una iglesia de habla quechua en Mallorca, parte de una iglesia más grande. Es realmente sorprendente la facilidad con que en estas iglesias los miembros pasan de su lectura o estudio de los Hechos de los Apóstoles a su propio contexto. ¡Las condiciones son muy similares! 

Para Hoornaert la lectura de la historia con una nueva clave arroja luz sobre aspectos de la vida misionera de la iglesia primitiva. Redescubrimos la importancia del papel que jugaron los laicos, las mujeres, los niños y los ancianos, el lugar del dinero y la comunidad de bienes y la dimensión social de las controversias teológicas.

Esta lectura provee nuevas perspectivas sobre la teología de las epístolas del Nuevo Testamento. Hoornaert sostiene que en epístolas como 1 Pedro o 2 Corintios las personas pobres y marginales son aquellos “escogidos” por Dios para su propósito misionero.

Hoornaert nos llama también la atención al papel importantísimo de las mujeres en los documentos de la iglesia primitiva. Así por ejemplo en los escritos de Lucas encontramos que el servicio a “los más pequeños” fue practicado sobre todo por las mujeres cristianas, quienes continuaron cuidando del cuerpo, proveyendo alimentos, hogares y ropa (Lc. 8: 1-3; 23: 55-24:1), “mientras que los hombres sólo se hundían más y más en la lucha por el poder y el prestigio.”

Las mujeres proveyeron mucho de la infraestructura de las primeras comunidades: hogares para reuniones (Hch. 12: 12-16), alojamiento para profetas itinerantes (Hch. 16: 12-14), ropa para viudas (Hch. 9: 36-39); y también compartían en el liderazgo de las comunidades y profetizaban (Hch. 18: 26-27; 21: 9).

Este papel clave que jugaron las mujeres ha continuado hasta el presente. Sin embargo, la memoria del papel de las mujeres en la misión se perdió en determinado momento.

Esta pérdida de memoria en la manera de contar la historia se debe a lo que la historiadora evangélica estadounidense Ruth Tucker considera la dominación masculina en la iglesia institucionalizada, con hábitos arraigados en cuanto a la autoridad y el poder, en los cuales no hay lugar para la mujer.

Tucker escribió su libro Guardianas de la gran comisión precisamente porque su investigación histórica le demostró la participación masiva de las mujeres en la misión tanto al otro lado del mar como en su propio territorio.

Sin embargo cuando estudió los manuales de historia misionera que se usaban preferentemente como textos en seminarios e institutos bíblicos del mundo evangélico de habla inglesa, se dio cuenta que las mujeres no aparecían en las páginas de esos manuales. 

“Esto es verdad en los textos de historia de las misiones de Stephen Neill y Herbert J. Kane. Ninguno de estos dos autores menciona siquiera el movimiento femenil misionero... sin embargo el movimiento femenil misionero no sólo auspició la obra misionera de miles de mujeres misioneras y promotoras de la Biblia, y construyó escuelas y hospitales, sino que también produjo algunas de las más grandes estrategas de la misión y misionólogas de fines del siglo diecinueve y comienzos del veinte.”[2]

Respecto a aquellas mujeres a cuyo estudió se dedicó, Tucker percibe que tenían una profunda conciencia de ser discriminadas y en algunos casos esas misioneras tuvieron que librar largas y arduas batallas por la justicia y liberación, que están muy bien documentadas.

También sostiene que las mujeres alcanzaron excelencia como autoras de literatura misionera que influyeron sobre gran número de lectores. Menciona a mujeres como Elizabeth Elliot, Amy Carmichael y Mildred Cable.

Hay una conclusión de Tucker que es de especial valor para los historiadores: “Muchos de los libros más perspicaces y honestos en cuanto a las realidades de la obra misionera han sido escritos por mujeres... Sin la perspectiva femenina la literatura misionera sería terriblemente deficiente. Los conflictos y pruebas de la vida familiar y las luchas espirituales interiores con frecuencia son tratadas con más profundidad por las mujeres, y frecuentemente ellas están más dispuestas que los varones a admitir sus propios conflictos.”[3] 

Se está dando una recuperación de la memoria histórica entre los evangélicos españoles, y hay que estar agradecidos por ella. En un trabajo próximo haré referencia a varios trabajos históricos publicados recientemente.

Hay que evitar dos extremos al presentar la historia de las misiones. Uno es el de presentar las vidas de los misioneros y su trabajo como si hubieran sido héroes y heroínas angelicales, sin referencia a sus debilidades humanas. El otro extremo sería el tipo de enfoque crítico que generalmente siguen los historiadores o científicos sociales modernos, quienes por no tener convicciones cristianas parten de un actitud muchas veces hostil en su tarea de interpretación de las fuentes misioneras.

Es posible un tercer enfoque en el cual tomamos en cuenta las realidades históricas y comprendemos tanto la pasión y entrega a Cristo de los misioneros como también sus limitaciones y defectos.

Hay que tomar en cuenta los duros hechos de la realidad social, política y económica  que rodean la empresa misionera. Partiendo de una percepción lúcida y clara de la realidad se desarrollará  una historia más pertinente para las generaciones futuras de misioneros. Cuando leemos el Evangelio de Lucas y el libro de Hechos vemos un modelo de cómo se escribe historia misionera.

Aunque escritos desde dentro de la comunidad de fe, estos libros no tratan el material histórico en forma ingenua. Lucas capta con claridad el contexto histórico y social y sus descripciones de la vida y las relaciones humanas son realistas y fascinantes, por ello constituyen un ejemplo de escrito histórico maduro.

 

Notas


[1]             Eduardo Hoornaert, La memoria del pueblo cristiano, Buenos Aires: Ediciones Paulinas, 1986; p. 14.

[2]             Ruth Tucker,"Female Mission Strategists: A Historical and Contemporary Perspective," Missiology XV(1) 1987; p. 76

.[3]             Ruth Tucker, Guardians of the Great Commission, Grand Rapids: Zondervan, 1988; p. 95

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