España: reformadores sin reforma protestante (5)

España tuvo reformadores que no consolidaron el movimiento de Reforma debido a la brutal represión de las fuerzas inquisitoriales.

02 DE NOVIEMBRE DE 2019 · 21:00

Francisco Rizi, Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid, 1683. Dominio público,
Francisco Rizi, Auto de fe en la plaza Mayor de Madrid, 1683. Dominio público

Las obras que contenían enseñanzas prohibidas por la Inquisición llegaron a Sevilla, y otras partes de España, mediante distribuidores como Julián Hernández, tal vez el más conocido contrabandista de libros, pero también llevadas por personas que vivieron durante un tiempo fuera de España, y regresaron con creencias diferentes a las del catolicismo romano. 

Fray Domingo de Guzmán, de la orden de los dominicos, residente del Monasterio de San Pablo en Sevilla, regresó de Amberes trayendo con él “muchas copias de libros heréticos, y tenídolos mucho tiempo en su poder, y leído en ellos y comunicádolos con otras personas que sabía tenían [afinidad con] la dicha secta luterana”. Abjuró en el Auto de Fe del 11 de julio de 1563, le fue retirada la ordenación sacerdotal, le impusieron cárcel perpetua y sus libros heréticos quemados públicamente en la plaza de San Francisco” (Schäfer, 2015a: 553 y 2015b: 453).

La filtración de libros, sobre todo a Sevilla y Valladolid, alcanzó niveles sorprendentes e insospechados inicialmente por los encargados de evitar que las obras heréticas ingresaran a España. La Inquisición sevillana informaba al Consejo de la Suprema, 5 de noviembre de 1562, sobre libros incautados en años recientes, La lista de autores y títulos era amplia y pormenorizada. Figuraban en el recuento, solamente por mencionar a los personajes más conocidos, Andreas Osiander, Bernardino Ochino, Constantino de la Fuente,1 Celio Secondo Curione, Erasmo de Rotterdam,2 Enrique Bullinger, Ulrico Zwinglio,3 Juan Calvino,4 Juan Ecolampadio, Juan de Valdés,5 Juan Pérez de Pineda,6 Juan Agrícola, Martín Bucero,7Martín Lutero,8 Miguel Servet,9 Felipe Melanchthon,10 Sebastián Castelio,11 y Wolfgang Capito (Schäfer, 2015b: 539-553). Los autores citados no fueron el origen de la ruptura de los monjes y otras personas en Sevilla con las doctrinas católicas romanas, sino que aceleraron un alejamiento que ya estaba en curso por motivaciones e ideas internas.

El caso de Julianillo repercutió en el Monasterio de San Isidoro, donde un grupo de monjes tomó la decisión de buscar refugio en el extranjero. A finales del verano, tal vez principios del otoño, de 1557, de forma escalonada, doce frailes salieron de Sevilla y acordaron encontrarse en Ginebra. Huyeron el prior, Francisco Farías, el vicario, Juan de Molina, el procurador, Pedro Pablo, Antonio del Corro, Peregrino de Paz, Casiodoro de Reina, Alonso Bautista, Miguel Carpintero, Cipriano de Valera, Lope Cortés, Hernando de León y uno más que tal vez fue Bartolomé de Gómez Hernández. El hermano laico Juan de León también huyo (López Muñoz, 2016a: 147; Moreno, 2017: 66; Kinder, 2019: 42-43). Uno de los que salieron escribió dos décadas más tarde un resumen de lo sucedido en aquel annus mirabilis:

En el año de 1557 acontecieron en Sevilla cosas maravillosas y dignas de perpetua memoria. En un monasterio de los más célebres y ricos de Sevilla, llamado S. Isidro, el negocio de la verdadera religión iba tan adelante, y tan a la descubierta, que no pudiendo ya más con buena conciencia estar allí, doce de los frailes en poco tiempo se salieron, unos por una parte, y otros por otra: los cuales, dentro de un año se vieron en Ginebra, a donde, cuando salieron, tenían determinado ir: no hubo ninguno de ellos que no pasase grandes trances y peligros: pero de todos estos peligros los escapó Dios, y con mano potentísima los trajo a Ginebra. Los que en el monasterio se quedaron (porque es de notar que casi todos los del monasterio tenían conocimiento de la religión cristiana, aunque andaban en hábitos de lobos), padecieron gran persecución: fueron presos, atormentados, afrentados, muy dura y cruelmente tratados, y al fin muchos de ellos quemados. En muchos años casi no hubo auto de Inquisición en Sevilla, en el cual no saliese alguno, o algunos, de este monasterio (Valera, 1588: 247-248).

Con el encarcelamiento de Julianillo la Inquisición intensificó las investigaciones para descubrir las redes que denominaba luteranas, y uno de los lugares intervenidos fue el ocupado por los monjes jerónimos. El 17 de noviembre de 1557 el Consejo de la Suprema Inquisición informó al rey Felipe II acerca de los huidos del Monasterio de San Isidoro del Campo. Le comunicaban que por la información recabada era notorio que los monjes tenían “muchos errores y opiniones luteranas”. Apresaron a tres y proporcionaron los nombres de quienes huyeron con destino a Ginebra (López Muñoz. 2016a: 133).

El informe contenía detalles que son evidencias del cuidadoso trabajo de los agentes inquisitoriales por reconstruir la cadena cuyo eslabón más preciado era San Isidoro del Campo. Mencionaron el contrabando de libros realizado por Julián Hernández (obras “que contienen muchas herejías”), también enfatizaron el nexo de Juan Pérez de Pineda (“que reside en Frankfurt”) con el envío transportado por Julianillo y la relación cercana de Pineda con el doctor Egidio. Le suplicaron a Felipe II que hiciera una demostración de fuerza para terminar con la distribución clandestina de libros, porque “la desvergüenza y astucia de estos herejes es tan grande que con gran dificultad se puede proveer por los ministros del Santo Oficio el remedio que conviene” (López Muñoz, 2016b: 113). 

La política de Felipe II contra los señalados como herejes en España contó con la plena colaboración del Inquisidor general, Fernando de Valdés. Este último permaneció en el cargo veinte años, de 1546 a 1566, período en el cual hizo frente a los mayores retos contra la unidad religiosa española que se definía como sujeta al catolicismo romano. El 16 de enero de 1556 Carlos V transfirió a su hijo, Felipe II, el reino de España y sus dominios. No se hallaba en territorio ibérico cuando fue proclamado rey, en la plaza mayor de Valladolid el 28 de marzo de 1556 (Tellechea Idígoras, 1969: 329; Kamen, 1997: 65).12

El nuevo rey tenía menos de dos años en el trono cuando salió a la luz el caso de los monjes jerónimos de Sevilla. Él estaba ausente de España y el Consejo de la Inquisición le mantuvo informado de lo que sucedía con los descubrimientos de los núcleos protestantes de Sevilla y Valladolid.13 Felipe II regresó a España y el 14 de septiembre de 1559 entró a la ciudad vallisoletana. Dos eran entonces las prioridades que debía enfrentar: una financiera, la otra tenía que ver con el descubrimiento de células protestantes y cómo enfrentaría el asunto. Menos de un mes después de su retorno presidió en Valladolid (8 de octubre) el Auto de Fe, en el cual “el Rey, desenvainando su espada frente a los inquisidores juró mantener la autoridad del Santo Oficio […] Toda la ceremonia, presenciada por varios miles de espectadores, duró unas doce horas”. Debido a la “mezcla de fe, castigo y espectáculo, el Auto fue concebido deliberadamente como una pieza teatral capaz de impresionar y de disuadir” (Kamen, 1997: 81-82).

El interés común de Felipe II y Fernando de Valdés en cortar de tajo cualquier atisbo de cristianismo evangélico encontró una buena oportunidad en la comunidad de monjes jerónimos. Este grupo estaba integrado por cuarenta varones, veintidós de los cuales salieron de España o fueron condenados como herejes por la Inquisición (Kinder, 2019: 41). La cifra refleja el alcance que tuvieron las ideas y anhelos de regresar a un cristianismo permeado por las enseñanzas del Evangelio y la ética que se desprende del mismo. Por otra parte, “los pocos monjes cuya implicación directa no se pudo probar fueron confiados a la Compañía de Jesús, encargada de velar periódicamente por su ortodoxia”. (Pastore, 2010: 317). 

Si bien es cierto que el Monasterio de San Isidro representó un caso en extremo alarmante para la Inquisición, el movimiento reformador también alcanzó importantes logros en otros espacios, por ejemplo entre las monjas de Santa Paula, “la rama femenina de los jerónimos”, o el convento de Santa Isabel (Pastore, 2010: 317). 

La monja del Convento de Santa Isabel, Francisca de Chaves, estuvo involucrada con círculos renovadores desde el tiempo en que el doctor Egidio era canónigo magistral de la Catedral de Sevilla. En páginas anteriores mencioné la carta que le hizo llegar Luis Castillo desde París dirigida a la Iglesia chiquita en Sevilla, es decir, al grupo que compartía creencias evangélicas.

Francisca de Chaves era una “mujer culta que atacaba al papado y al Santo oficio, negaba la utilidad de las obras y la existencia del purgatorio, no creía en la transubstanciación, y negaba la utilidad de la mortificación y la penitencia” (Nogues Chavero, 2019: 67). Francisca fue acusada ante el Tribunal de la Inquisición por Diego Muñoz, promotor fiscal del Santo Oficio. El caso lo juzgó Juan González, obispo de Tarazona.

El fiscal señaló a la monja “como mala cristiana”, que se había apartado “de la unión de la santa Madre Iglesia Apostólica y Católica de Roma, siguiendo nuevas doctrinas y errores luteranos condenados por la Iglesia, había sido hereje diciendo e afirmando con pertinacia muchas cosas contrarias a nuestra santa fe católica y religión cristiana” (López Muñoz, 2016b: 199). Ante las acusaciones no se arredró Francisca de Chaves. El amplio documento que da cuenta del interrogatorio muestra la firmeza de sus creencias y cómo las argumentó ante los jueces inquisitoriales:

Clara y abiertamente dijo y confesó que en el Santo Sacramento del Altar no estaba realmente el cuerpo y sangre de Nuestro Maestro y Redentor Jesucristo, teniendo e aprobando el uso y sentido que los de Alemania tienen acerca d’esto, a los cuales dijo que tenía por acertados, señaladamente a Martín Lutero y otros que se aventajaban agora de mejor entendimiento, como Felipe Melanchthon y otros, lo cual dijo que así lo tenía y creía agora.

[…] Asimismo dijo que no había otra Iglesia Católica, sino la que tenían los luteranos y que tenía por miembros d’esta Iglesia los que tenían la fe luterana y la tenían y sentían como ellos […] [Por] pastor había tenido al doctor Egidio, y a ella por una de sus ovejas. Y que a los católicos cristianos que estaban debajo de la obediencia de la Santa Sede Apostólica los tenía por lobos y falsos ministros y por perros mudos que no predicaban la verdad del Evangelio.

[…] E vista su dureza y obstinación le dijimos que nos pesaba mucho que una mujer de tan buen juicio persistiese en una doctrina tan ponzoñosa, y que le rogábamos, por reverencia de Dios, nuestro Señor, que se apartase d’ella y volviese al gremio de la Santa Iglesia Católica Romana, que como madre piadosa siempre tenía los brazos abiertos para la recibir siempre que ella quisiese volver (López Muñoz, 2016b: 200-202).

La sentencia contra Francisca de Chaves “hereje luterana, dogmatizadora pertinaz” fue enviarla a la hoguera, pereció en Sevilla en el Auto de Fe del 22 de diciembre de 1560. En la misma fecha otras mujeres murieron quemadas: Ana de Ribera, Francisca Ruiz, Leonor Gómez, Elvira Núñez, Teresa Gómez, Lucía Gómez, Leonor Gómez (originaria de Lope, distinta persona que la primera Leonor mencionada) y Juana de Mazuelos. La lectura de sus procesos muestra el adentramiento y apropiación que habían hecho de premisas evangélicas/protestantes y la forma en que las defendieron. La participación de mujeres en los conventículos renovadores sevillanos alcanzó, en algunos de ellos, espacios de liderazgo y la denodada negativa de retractación ante las presiones de los inquisidores demuestra la solidez de las creencias por las que pagaron con su vida. La nueva religiosidad les ofrecía un horizonte distinto, sobre todo en la etapa inicial del movimiento:

A diferencia de lo que pudo afirmarse en el siglo XVI la Reforma no modificó sustancialmente el papel tradicional de las mujeres en la sociedad en los países protestantes, reducido al ámbito del hogar y de la educación de niños muchas veces. Pero sí que en su inicio fue el vector de profundas esperanzas y tuvo una incidencia en el protagonismo de las mujeres. En el desarrollo de las nacientes iglesias, el cuestionamiento de las viejas estructuras de la Iglesia romana y el anhelo de una reforma religiosa y de nuevas formas de piedad podía invitar a las mujeres a abrir una brecha en la dominación masculina en el mundo socio-religioso; y en aquellos círculos semi-clandestinos o clandestinos que llegarían a ser los conventículos luteranos, las mujeres lograron obtener un reconocimiento importante y ejercer un destacado protagonismo. El compromiso religioso, la lectura de los Evangelios, la influencia igualmente de determinados personajes, como la del doctor Egidio en diversos círculos de la élite sevillana, iba a modificar el papel de muchas mujeres en aquellos años (Boeglin, 2016: 175).

Además de Sevilla y Valladolid existieron células en búsqueda de renovación religiosa en otras partes del territorio español, no tan numerosas ni tampoco tuvieron la relevancia de las que existieron en las ciudades aludidas.14 Sin embargo, la dispersión geográfica de los núcleos protestantes más allá de los dos casos sobresalientes revela la existencia de un magma espiritual que buscaba nuevos cauces para expresarse.15 También existieron brotes en Aragón (Kinder, 1986b), Valencia (Pons Fuster, 2018) y Navarra (Usunáriz, 2018), por ejemplo. 

En España desde principios del siglo XVI con creciente intensidad se manifestaron intenciones de renovación religiosa/espiritual. Primero por movimientos internos como el de los alumbrados, después a través de quienes por sus lecturas bíblicas marcaron distancias con dogmas católicos romanos, otros y otras fortalecieron la tendencia al coincidir y/o adoptar las propuestas de Erasmo y, finalmente, por quienes sensibilizados con todo lo anterior le agregaron el conocimiento de autores de distintas vertientes de la Reforma. El recorrido efectuado en el capítulo demuestra, me parece, que España tuvo reformadores que no consolidaron el movimiento de Reforma debido a la brutal represión de las fuerzas inquisitoriales.

Los monjes que huyeron de San Isidoro del Campo y acordaron reencontrarse en Ginebra no se hicieron protestantes después abandonar España, sino que salieron porque ya eran protestantes. Los prófugos acordaron, como se ha visto, tomar caminos distintos y encontrarse en Ginebra, ciudad en la que Juan Calvino encabezaba la reforma religiosa. Es probable que al huir de Sevilla, Casiodoro de Reina ya tuviera el propósito de iniciar la traducción de la Biblia al español. Guardaba esperanzas de contar con apoyos y condiciones propicias para emprender el trabajo y lograr verlo publicado. 

 

Referencias bibliográficas:

Boeglin, Michel (2016): “Religiosidad femenina y herejía: monjas y beatas ‘luteranas’ ante la Inquisición en Sevilla en tiempos del Emperador”, Scripta, vol. 8, diciembre, Valencia: Universidad de Valencia, pp. 164-178.

Kamen, Henry (1997): Felipe de España, segunda edición. Madrid: Siglo XXI de España Editores.

Kinder, Arthur Gordon (1986b) “Un grupo de protestantes del siglo XVI en Aragón desconocido hasta ahora”, Diálogo Ecuménico, t. XXI, núm. 70-71, Universidad Pontificia de Salamanca, pp. 171-216. 

Kinder, Arthur Gordon (2019): Casiodoro de Reina. Reformador español del siglo XVI. Madrid: Sociedad Bíblica de España.

López Muñoz, Tomás (2016a): La Reforma en la Sevilla del XVI, vol. 1, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.

López Muñoz, Tomás (2016b): La Reforma en la Sevilla del XVI (corpus documental), vol. 2, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.

Moreno, Doris (2017): Casiodoro de Reina. Libertad y tolerancia en la Europa del siglo XVI. Sevilla: Centro de Estudios Andaluces.

Moreno, Doris (2018): “El protestantismo castellano revisitado: geografía y recepción”, en Boeglin, Michel, Fernández Terricabras, Ignasi y Kahn, David, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI. Madrid: Casa de Velázquez, pp. 181-197.

Moreno Berrocal, José (2012): “La primera Reforma en España”, en Moreno Berrocal, José, Coster, Bernard y Segovia De, José, La Reforma ayer y hoy. Barcelona: Publicaciones Andamio.

Nieto, José C. (1997): El Renacimiento y la otra España. Visión cultural socioespiritual. Ginebra: Librairie Droz.

Nogues Chavero, Pablo Luis (2019): “La mujer y la Reforma protestante en la Sevilla del siglo XVI”, en Monjo Bellido, Emilio, Oyola Fabián, Andrés, Nogues Chavero, Pablo Luis, Casiodoro de Reina y la Reforma española. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español, pp. 61-98.

Pastore, Stefania (2010): Una herejía española. Conversos, alumbrados e Inquisición (1449-1559). Madrid: Marcial Pons Historia.

Pons Fuster, Francisco (2018): “Disidencia religiosa y heterodoxia en Valencia durante el siglo XVI”, en Boeglin, Michel, Fernández Terricabras, Ignasi y Kahn, David, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI. Madrid: Casa de Velázquez, pp. 227-243.

Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015a): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 1, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.

Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015b): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 2, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.

Shäfer, Ernst Hermann Johann (2015c): Protestantismo español e Inquisición en el siglo XVI, vol. 3, traducción e introito de Francisco Ruiz de Pablos, segunda edición. Sevilla: Centro de Investigación y Memoria del Protestantismo Español.

Tellechea Idígoras, José I. (1969): “Felipe II y el Inquisidor general D. Fernando de Valdés. Documentos inéditos”, en Salmanticensis, vol. 16, núm. 2, Salamanca: Universidad Pontificia de Salamanca, pp. 329-372.

Tellechea Idígoras, José I. (1973): “Reacción antiluterana en España. Dos cartas de Carlos V desde Worms”, en Diálogo Ecuménico, t. 8, núm. 29, Universidad Pontificia de Salamanca, pp. 57-64.

Tellechea Idígoras, José I. (1977): Tiempos recios: Inquisición y heterodoxias. Salamanca: Ediciones Sígueme.

Tellechea Idígoras, José I. (1982): “Perfil teológico del protestantismo castellano del siglo XVI. Un memorial inédito de la Inquisición (1559)”, en Diálogo Ecuménico, t. 17, núm. 59, Universidad Pontificia de Salamanca, pp. 315-373.

Usunáriz, Jesús M. (2018): “Protestantes y protestantismo en la Navarra del Siglo XVI”, en Boeglin, Michel, Fernández Terricabras, Ignasi y Kahn, David, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI. Madrid: Casa de Velázquez, pp. 245- 260.

Valera, Cipriano de (1588 y 1599): Los dos tratados del Papa y de la misa (2ª ed., reimpresa en 1851). Madrid: Colección de Reformistas Antiguos Españoles.

Villacañas, José Luis (2018): “La política religiosa del emperador Carlos V”, en Boeglin, Michel, Fernández Terricabras, Ignasi y Kahn, David, Reforma y disidencia religiosa. La recepción de las doctrinas reformadas en la Península Ibérica en el siglo XVI. Madrid: Casa de Velázquez, pp. 17-37.

 

Notas

1 Cinco títulos. Doctrina cristiana grandeSuma de la doctrina cristianaExposición sobre el primer Salmo de DavidCatecismo cristianoConfesión de un pecador.

2 Dieciséis obras en latín. 

3 Obras completas, en latín, tomos 1, 3 y 4.

4 Once títulos, entre ellos Institución de la religión cristiana y Breve instrucción contra los anabautistas, ambos en latín.

5 Comentario sobre la Epístola de San Pablo a los Romanos.

6 Comentario sobre los salmos de David.

7 Ocho libros en latín.

8 Obras completas, en latín, tomos 1, 2, 3, 4 y 6.

9 Tratado contra la Trinidad, en latín.

10 Diez títulos, en latín.

11 El Salterio, en latín. 

12 Características y contrastes de la política de Carlos V y Felipe II hacia el movimiento protestante en Tellechea Idígoras, 1973 y 1977 (particularmente pp. 19-110); Villacañas, 2018.

13 Para el caso de protestantes en Valladolid ver Moreno, 2018: 181-188. Sobre las creencias del protestantismo castellano: Telleche Idígoras, 1982. Valladolid tenía antecedentes de presencia de disidentes religiosos desde años atrás, por ejemplo, Francisco de San Román, comerciante, asistió a una iglesia evangélica en Bremen, Alemania, “poco después de su conversión mostró un increíble celo” por la nueva fe, la cual difundió en varios lugares. Fuerzas inquisitoriales lo arrestaron en 1541, padeció cárcel y torturas. “Pereció quemado por su fe en Valladolid, en 1544” (Moreno Berrocal, 2012: 28).

14 El intercambio entre los núcleos de las dos ciudades ha sido bien documentado, lo que llevó a José C. Nieto a concluir que “Sevilla y Valladolid como centros de evangélicos no católico romanos, aunque sí católicos, estaban distanciados geográficamente pero unidos por una red espiritual la cual se estrechaba con contactos personales y viajes de una ciudad a la otra. El Dr. Egidio después de su proceso y condena, ya en libertad hizo viajes a Valladolid. [Fuerte evidencia] hermenéutica [permite] ver a esos ‘herejes’ andaluces y castellanos a la luz de una comprensión de la historia que no ignore el significado personal e intelectual de aquellos que como reos fueron sus participantes en el sangriento retablo de esa historia de España” (1997: 419). En Valladolid también fueron incautados libros como los antes enlistados para el caso de Sevilla (Schäfer, 2015c: 137-140). 

15 La imagen de “magma espiritual” es usada por Castro Sánchez para las inquietudes de los alumbrados (2018: 177), y la uso porque me parece describe adecuadamente la situación de los protestantes sevillanos, vallisoletanos y otros.

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