Diez en el trabajo, de John Parmiter

Tal vez suena sorprendente hablar de cómo aplicar amor al contexto laboral, pero ese es el maravilloso mensaje del Evangelio; que el amor de Dios es tan importante en ese espacio como en el resto de facetas de la vida.

31 DE OCTUBRE DE 2019 · 18:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

Un fragmento de “Diez en el trabajo”, de John Parmiter (Andamio editorial, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.

Amar a los demás puede suponer todo un reto, especialmente en el trabajo. Tal vez el segundo al mando es un abusón, los profesores colegas son unos pretenciosos, el responsable de oficina intimida con solo mirarlo, el gestor es un mentiroso y la enfermera encargada es una tirana. Por otro lado, quizá el jefe es muy inspirador y los compañeros siempre están dispuestos a ayudar. Para la mayoría, el lugar de trabajo aporta una de cal y otra de arena, ya sea en una tienda, un hospital, una biblioteca, un despacho o unos almacenes. Incluso los que trabajan desde casa se enfrentan a desafíos relacionados con las personas con quienes interactúan o hacen negocios.

Tal vez suena sorprendente hablar de cómo aplicar amor al contexto laboral, pero ese es el maravilloso mensaje del Evangelio; que el amor de Dios es tan importante en ese espacio como en el resto de facetas de la vida.

Al final, los mandamientos tratan fundamentalmente sobre el amor y las relaciones. Dios nos los concedió por amor para que nos protegieran y proporcionaran libertad de la culpa y la vergüenza; y también como marco para entablar relaciones. El Decálogo resume las enseñanzas principales de Jesús: amar a Dios y amar al prójimo.

Jesús recordó a sus oyentes la importancia de los mandamientos en relación con nuestra relación de amor con Dios: “Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor” (Juan 15:10); “Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos” (Mateo 19:17). Lo principal no es el buen comportamiento externo (aunque este será el fruto evidente), sino el estado espiritual de la persona. De hecho, todos los mandamientos lidian con la condición del corazón humano.

Por nuestra parte, la respuesta que damos al amor de Dios cuenta con dos caras: amar a Dios al obedecer sus mandamientos y demostrar ese amor ofreciéndolo a los demás.

Damos testimonio del amor a Dios cuando le seguimos de todo corazón y obedecemos sus mandamientos en todo lo que hacemos; una cosa lleva a la otra. Con el modo en que vivimos, le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros. Y el trabajo es parte de ello.

 

Portada del libro.

Los mandamientos no deben entenderse como cargas pesadas que Dios nos impone ni como reglas opresivas de un régimen religioso, sino como promesas. Igual que le sucedió a Israel, puede que los mandamientos nos parezcan gravosos y dejemos de cumplirlos. Pero Dios ya explicó lo que eran en realidad en boca del profeta Ezequiel:

“Os daré un nuevo corazón, y os infundiré un espíritu nuevo; os quitaré ese corazón de piedra que ahora tenéis, y os pondré un corazón de carne. Infundiré mi Espíritu en vosotros, y haré que sigáis mis preceptos y obedezcáis mis leyes” (Ezequiel 36:26-27).

Así es cómo Dios obra en nosotros y convierte lo que parecen cargas gravosas en promesas vivas. Y lo hace en el trabajo si entregamos toda nuestra vida al señorío de Jesucristo.

Por ello, es necesario que consideremos los mandamientos como promesas a través del filtro de la cruz; son las promesas que aseguran que el Espíritu de Dios nos da fuerzas para poner en práctica los mandamientos como fruto de nuestras vidas y ver así cómo Dios nos transforma el corazón. El Espíritu de Dios, según dijo Ezequiel, nos hace actuar de manera diferente: “No robarás” se convierte en “No tengo intención alguna de robar”. Es como lo que Pablo dijo a los gálatas: “Así que os digo: Vivid por el Espíritu, y no seguiréis los deseos de la naturaleza pecaminosa. [...] Pero, si os guía el Espíritu, no estáis bajo la ley” (Gálatas 5:16, 18). La obra de Dios transforma en deseo del corazón lo que parecía ser una ley dura.

La obra de Jesús en la cruz y del Espíritu Santo en la vida de los creyentes también cambia toda perspectiva. No es que nos preguntemos qué haría Jesús; nos preguntamos qué es lo que está haciendo Jesús. Confiamos en que él hará lo que desee en nosotros e iremos más allá de las sensaciones de lucha y desesperación en que tantas veces nos hallamos en el trabajo.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Fragmentos - Diez en el trabajo, de John Parmiter