España: reformadores sin reforma protestante (2)

Los doctores Vargas, Egidio y Constantino de la Fuente conformaron un grupo en la Catedral de Sevilla en el que se leía desde principios de 1540 obras de autores protestantes.

12 DE OCTUBRE DE 2019 · 20:30

Sevilla en el siglo XVI. / Grabado Jonis Hoefnagel,
Sevilla en el siglo XVI. / Grabado Jonis Hoefnagel

Además de los clérigos y teólogos españoles que buscaban renovar al catolicismo por distintas motivaciones y vías, contribuyó a fermentar el ánimo reformador Erasmo de Róterdam, quien se mantuvo en la Iglesia católica romana pero adelantó propuestas que después serían radicalizadas por Lutero y otros. Por lo mismo se hizo famoso un dicho que describe en cierta manera lo acontecido: “Erasmo puso el huevo y Lutero lo empolló”. El aforismo habría sido acuñado por franciscanos de Colonia, a quienes, con ingenió, respondió Erasmo: “Sí, pero yo esperaba un pollo de otra clase”.1

La buena recepción en España de las críticas y postulados de Erasmo encontraron eco en un ambiente previamente abonado por inquietudes internas, y éstas se potenciaron con el conocimiento de las obras del teólogo holandés. En su monumental obra (Erasmo y España) Marcel Bataillon demuestra la influencia del personaje en autores y clérigos españoles, quienes pasaron de la afinidad de ideas con el neerlandés a la puesta en práctica de acciones reformadoras y producción de materiales catequísticos con el objetivo de reconfigurar la religiosidad tradicional (Bataillon, 2013).

El pensamiento de Erasmo tuvo mayores repercusiones en España que en ninguna otra parte de Europa. Dicha influencia habría funcionado como espacio para dejar salir convicciones y exigencias sobre la necesaria depuración del catolicismo español. De tal manera que para su principal estudioso, Bataillon, “el erasmismo español [fue una] forma mitigada de Reforma protestante” (Gilly, 2005: 309). Un popular panfleto (El molino divino) sintetizaba el rol de Erasmo en el proceso renovador: “Jesucristo echa el grano los cuatro evangelistas y san Pablo en el molino. Del molino sale la harina: energía, fe, esperanza y amor; con todo lo que ha salido Erasmo llena un saco. De ello Lutero hace pan, esto es, libros” (Rivera García, 2006: 24). 

Si bien es cierto existe presencia de Erasmo en prácticamente todos los reformadores españoles que transitaron hacia distintas modalidades del protestantismo, ya sea por descubrimientos propios y/o el contacto con obras de autores que rompieron con Roma, aquellos reformadores fueron más allá de los planteamientos y actitud del maestro holandés. Las evidencias así lo demuestran, ya que sus renovadas convicciones teológicas fueron vertidas en obras que testimonian la pluralidad y riqueza del protestantismo hispano del siglo XVI.

Entre los alumbrados de Toledo destacan los Cazalla. La familia era de origen judío y supo tejer buenas relaciones con la nobleza. En 1528 Juan, fue capellán del cardenal Jiménez de Cisneros y obispo de Vera, “escribió una de las obras más importantes de la espiritualidad del momento, Lumbre del alma” (Castro Sánchez, 2018: 169-170). Su hermana María sobresalió por méritos propios en el movimiento alumbrado. Debió enfrentar juicio inquisitorial entre 1532 y 1534. Fue hábil para tejer

Estrecho contacto con franciscanos espirituales, leyó y comentó textos y el Evangelio en Pastrana y en el palacio de los Mendoza de Guadalajara, mayormente entre mujeres pero también hizo de maestra de hombres, admiró y leyó a Erasmo, a san Agustín y elogió el Diálogo de doctrina cristianade Juan de Valdés. [Estuvo] vinculada en un primer momento al círculo de Isabel de la Cruz y Pedro de Alcaraz. [De Erasmo] la propia María había encargado una traducción de sus Coloquiosy cuya posición se había visto condenada en una junta de teólogos en Valladolid en 1527 (Castro Sánchez, 2018: 174-176).

En los interrogatorios de los inquisitoriales María de Cazalla demostró amplios conocimientos bíblicos. Los jueces estaban frente a una judía conversa, cristiana nueva, que representaba, queriéndolo o no, a un grupo (el de los cristianos nuevos) contra el cual se instituyó en 1478 el tribunal de la Santa Inquisición. La identidad heredada de María en combinación con su identidad elegida reproducía un perfil que es posible identificar en hombres y mujeres que transitaron por el mismo camino de intensas creencias fundamentadas en la Biblia: “Para el judío convertido, la historia de la salvación no tenía cesuras: era el infalible cumplimiento de las Escrituras de las cuales Cristo representaba el momento culminante” (Giordano, 2016: 71). La enseñanza espiritual anti institucional de los alumbrados, como María de Cazalla, que privilegiaba el dejamiento en el amor de Dios fue vista por los inquisidores como disolvente del corpusdoctrinal católico romano.

En España existieron núcleos protestantes en varios lugares. Fue en Valladolid y Sevilla donde fructificaron más. En cuanto a Sevilla, la ciudad era un centro de intensos intercambios de todo tipo, en ella se concentraba gran riqueza proveniente del Nuevo Mundo. Cipriano de Valera la describía como “una de las más civiles, populosas, ricas, antiguas, fructíferas y de más suntuosos edificios que hoy día hay en España”. Era riquísima, “pues todo el tesoro de las Indias Occidentales viene a ella, y pues de ella [recibe] el rey un millón y medio de ducados cada año. La cual es tan gran renta, que pocos reyes hay que tengan tanto de todo un reino entero” (Valera, 1588: 241). Para finales del siglo XVI Sevilla alcanzaba una población de 40 mil pobladores, y un siglo después habitaban en la urbe 120 mil personas (López Muñoz, 2016a: 22). En contraste durante la segunda estancia de Juan Calvino en Ginebra (1541-1564) la ciudad alcanzó una población de 14 mil habitantes, de los cuales cuatro mil eran refugiados (Monjo Bellido, 2007: 8).

Rodrigo de Valer junto con su esposa se instaló en Sevilla en 1522, era originario de Nebrija, mismo lugar donde nació el autor de la primera gramática castellana que, “con dedicatoria a Isabel la Católica, hizo imprimir en 1492 Antonio de Nebrija” (Alatorre, 2018: 239). Valer era hidalgo, llevaba una vida de lujos y excesos. Cipriano de Valera escribió que “no se sabe cómo, ni por qué medio Dios lo tocó, trocó, y mudó en otro hombre bien diferente del primero”. Dispuso “todas las fuerzas de su cuerpo y de su entendimiento en ejercicios de piedad, leyendo y meditando la Sagrada Escritura [en latín]” (Valera: 1588: 242).

La transformación le atrajo a Rodrigo de Valer opiniones que lo consideraban loco. A partir de su entendimiento de la Biblia disputaba con clérigos, a los que señalaba en plazas y calles como responsables de haber corrompido la fe cristiana. Sus interlocutores quedaban sorprendidos, de tal manera que

Viéndose los nuevos fariseos tratados de esta manera, demandábanle ¿de dónde le hubiese venido aquella sabiduría y noticia de cosas sagradas? ¿De dónde le venía aquella osadía de tratar así tan descalzadamente a los eclesiásticos, que son pilares de la Iglesia, siendo él seglar, y no habiendo estudiado, ni dádose a virtud: mas antes habiendo tan mal empleado su juventud en vanidades? Demandábanle, ¿con qué autoridad hacía esto? ¿Quién lo había enviado? ¿Qué señal tenía de su vocación? Estas mismas preguntas hicieron los viejos fariseos a Jesucristo, y a sus apóstoles, cuando no podían negar sus bellaquerías, ni podían con buenas razones tapar la boca del que les mostraba su maldad (Valera, 1588: 244-245).

Los inquisidores llamaron a Valer en marzo de 1540 (López Muñoz, 2016b: 43), tras interrogarlo determinaron el 8 de noviembre que estaba plenamente consciente de sus dichos y le decomisaron bienes. Los jueces de la Inquisición lo presionaron para que se retractara de sus creencias, lo condenaron a llevar sambenito perpetuo (que se conservó en la Iglesia del Sagrario) con la leyenda “Rodrigo de Valer, ciudadano de Nebrija y apóstata y seudoapóstol hispalense, que dijo haber sido enviado por Dios” (González Montes, 1567: 285; Gil, 2018: 139) y pasar el resto de sus días encarcelado. Cada domingo era llevado a misa en la Iglesia de San Salvador, donde “muchas veces se levantaba, viéndolo todo el pueblo, y contradecía al predicador, cuando predicaba falsa doctrina” (Valera, 1588: 246). Fue trasladado de la cárcel de Sevilla a Sanlúcar, al monasterio de Nuestra Señora de Barrameda, donde murió “siendo de cincuenta años y más”.

Para Valera fue Rodrigo de Valer el primero en difundir la verdad evangélica en la geografía sevillana: “Por medio de este Valer, muchos que le oyeron y trataron tuvieron el conocimiento de la verdadera religión: y principalmente el cándido y buen doctor Egidio […] Este Valer parece haber sido el primero que abiertamente y con gran constancia descubrió las tinieblas en nuestros tiempos en Sevilla” (León de la Vega, 2011: 50). De la misma forma mediante Valer habrían conocido el mensaje “Constantino Ponce de la Fuente así como Casiodoro de Reina, Antonio del Corro y Cipriano de Valera” (Moreno Berrocal, 2012: 2).

El testimonio de Cipriano de Valera sobre Rodrigo de Valer es importante, sin embargo para la difusión de la heterodoxia religiosa en Sevilla confluyeron más factores e influencias que se hace necesario aquilatar a la luz de los datos que múltiples investigaciones han proporcionado. Acerca de Valer como precursor del protestantismo sevillano es destacable que haya sido señalado por tal en escritos redactados algunas décadas después de su muerte, pero hoy con mayor información disponible tenemos un perfil del personaje que revela peculiaridades de su cuerpo de creencias:

Rodrigo de Valer manifestaba aquellos principios propios del evangelismo o de las corrientes críticas que apelaban a una reforma eclesiástica, ya se trate del iluminismo o de las primeras manifestaciones del protestantismo en la Bética: una fe marcada por un vivo sentimiento de la gracia, una espiritualidad fundada en la fidelidad a los Evangelios más que en el teologismo y en el apostolado de Pablo más particularmente. Aquello se unía en él con una tendencia hacia el profetismo, muy común en una época que veía los sueños milenaristas de redención aún recorrer amplios sectores, tanto religiosos como laicos, en un momento en que los temores apocalípticos favorecían la emergencia de seudoapóstoles por las llanuras del Guadalquivir […] Pertenece precisamente a la época confusa de cuestionamiento religioso de una Reforma anhelada, entendida como una reforma eclesial más que simplemente eclesiástica que viniese a adaptar las estructuras de la Iglesia a la necesidad de los tiempos y renovar los planteamientos teológicos. Indudablemente, los ecos de las arengas de Lutero parecen traslucir en las diatribas y el comportamiento vehemente de Valer; pero éstas se mezclaban aún a cuerpos de doctrina y corrientes populares, sedientas de una ascética vital y visiones proféticas (Boeglin, 2007: 133-134).

Otros personajes en Sevilla coincidieron con los postulados de Valer, aunque no necesariamente puede hablarse de una línea de continuidad entre aquél y ellos, sino, más bien, de concomitancia en ideas a las que llegaron por distintas vías. Es el caso de Francisco de Vargas y Juan Gil, más conocido por su nombre latinizado: Egidio. Ambos se expresaron favorablemente sobre Rodrigo de Valer cuando fue juzgado por la Inquisición. Los doctores Vargas, Egidio y Constantino de la Fuente conformaron un grupo en la Catedral de Sevilla en el que se leía desde principios de 1540 obras de autores protestantes (Boeglin, 2018: 203).

El doctor Egidio estuvo en la Universidad de Alcalá de Henares al tiempo de “la efervescencia en torno a los alumbrados y a la circulación de obras reformadas. Su periodo en el Colegio de San Ildefonso se extiende, precisamente, desde el inicio de la represión del alumbradismo en la diócesis de Toledo [hasta] la condena de [Pedro Ruiz de Alcaraz] en los años 1529-1530” (Boeglin, 2018: 201). En la época universitaria de Juan Gil la institución donde se preparaba tenía fuerte influencia erasmiana, y entabló amistad con “dos sobresalientes jóvenes del liceo complutense: Francisco de Vargas y Constantino de la Fuente” (López Muñoz, 2016a: 73). En Alcalá conoció el Diálogo de doctrina cristiana que en 1929 se publicó anónimamente, y cuyo autor era Juan de Valdés.

El ambiente hostil contra la Universidad de Alcalá que desató el Santo Oficio a partir de la prohibición dada contra el Diálogo de doctrina cristiana y considerar a la institución universitaria centro sospechoso de transmitir herejías, provocó que varios tomaran la decisión de salir como medida precautoria, entre ellos Egidio, quien abandonó Alcalá en 1531 y se trasladó a enseñar en la Universidad de Sigüenza. 

En 1533 el cabildo de la Catedral de Sevilla invitó a Egidio para ser predicador, y a finales del año siguiente, en el otoño, fue designado canónigo magistral de la Catedral de Sevilla por el arzobispo Alonso Manrique (Nieto, 1997: 183). Por las enseñanzas que daba desde el púlpito y que años antes defendió a Rodrigo de Valer, Egidio debió enfrentar acusaciones de la Inquisición en 1549.Durante el proceso contra el doctor Egidio los inquisidores interceptaron la carta que uno de sus discípulos, Luis Fernández (alias Luis Castillo), envió desde París a la religiosa Francisca de Chaves, igualmente discípula del canónigo magistral. La misiva incluía el Diálogo consolatorio entre la Iglesia chiquita que está en Sevilla y Jesucristo. Los inquisidores sevillanos solicitaron a sus semejantes parisinos que interrogaran a Fernández/Castillo para saber

¿Quién[sic]son las personas de esta iglesia chiquita que dice en el diálogo y quién es el pastor y quiénes son esos miembros delante de Cristo que han quebrado los miembros sanos por podridos herejes y quién son los tres f[ulan]o, f[ulan]o y f[ulan]o que no nombra y han cortado y quién son aquellos que tienen los que allí dicen de Bulas y jubileos y qué doctrina de evangelio es la que se sigue [?] acá como en París como por sus cartas escribe y quién son los Herodes y Nerones que dice que los hay aquí y qué doctrinas es la que acá y en París se persigue y en qué difiere de la doctrina común que tiene la Iglesia y qué libros son los que allá dice que lee que no se venden en público y quién son los que leen allá y acá y qué es aquello que dice que allá hay muchas lecciones pero de lo otro público nihil[?], quién lo predica o enseña y en qué está la diferencia y quién son los lobos hipócritas y fariseos de quien en el dicho diálogo y en sus cartas habla?” (Boeglin 2005: 170).

La condena contra Egido se hizo pública el 21 de agosto de 1552. Debía permanecer encarcelado en el castillo de Triana por un año y abjurar “diez proposiciones heréticas, declarar otras ocho como falsas y erróneas y otras siete como sospechosas (López Muñoz, 2016a: 76). Para cuando recibe sentencia, Egidio llevaba “más de quince años predicando en distintos lugares de Sevilla y en particular en diversos conventos de la ciudad una religión más interior y liberada del acatamiento formal a las prescripciones de la Iglesia” (Boeglin, 2005: 170).

El acto de retractación del doctor Egidio tuvo lugar en el coro de la catedral de Sevilla. En la primera abjuración el reo reconoció: “Dije que por la fe sola somos justificados, y hice vehemente sospecha haberlo dicho en sentido herético, que por la sola fe somos justificados”. Instruido por el Santo Oficio se retractaba y contradecía “la dicha proposición, y como de vehementemente sospechoso en ella la abjuro según la forma del derecho, prometiendo de nunca más la tener ni afirmar” (López Muñoz, 2016b: 88). 

Las otras nueve proposiciones de las que debió abjurar Egidio fueron las siguientes: 2) Que la fe no puede existir sin que la caridad necesariamente la acompañe. 3) Que uno puede saber si está en estado de gracia y en qué estado. 4) Que la fe se pierde cuando uno comete un pecado mortal. 5) Que las obras de uno que está en pecado mortal son vanas. 6) Que la obra redentora de Cristo hace [actos] de penitencia y mortificación innecesarios. 7) Que aquel que tiene a Jesucristo no necesita ningún otro conocimiento. 8) Que solamente Dios debe ser adorado y que la adoración de pinturas [imágenes], tales como las de la Virgen, es idolatría. 9) Que la cruz no debe ser adorada, pues adoración pertenece solamente a Dios. 10) Que por medio de la justicia de Cristo uno no puede ser enteramente libre de la tiranía del pecado en esta vida (Nieto, 1997: 203). Confesó incurrir en mal ejemplo al favorecer a Rodrigo de Valer y hablar bien del reformador Felipe Melanchton (López Muñoz, 2016b: 88 y 96).

La muerte del doctor Egidio aconteció a fines de noviembre de 1555. Hechos posteriores llevaron a los inquisidores a revisar el juicio del que fuera canónigo de la catedral de Sevilla. Tras haber descubierto que en la ciudad existían células que llamaron luteranas, en los últimos meses de 1557 el Santo Oficio, instruido por el inquisidor general Fernando de Valdés, investigó la extensión de la herejía. En el marco persecutorio reaparecieron acusaciones contra Egidio. Sus restos fueron desenterrados y quemados junto con una efigie que lo representaba, ésta fue vestida con hábito y se le colocó una coroza con demonios.3El documento inquisitorial dictaminó. “condenada su memoria y fama y relajada su estatua y huesos por hereje luterano dogmatizador impenitente relapso con confiscación de bienes” (López Muñoz, 2016b: 214).

Durante los años en la Universidad de Alcalá el doctor Egidio conoció bien el clamor de Erasmo por volver a la sencillez del Evangelio. Para cuando se traslada a Sevilla la influencia erasmiana es reforzada con otras ideas que van más allá de los planteamientos expresados por Erasmo. Marcel Bataillon puso más atención a doctrinas que no menciona Egidio en las diez abjuraciones, por ejemplo el acusado no tocó “ni a las indulgencias, ni al purgatorio, ni a los sacramentos, ni a las ceremonias fundamentales”. Entonces concluye que la abjuración del personaje “demuestra que, hasta el fin del reinado de Carlos V, el ‘luteranismo’ sevillano debe poquísimo a Lutero, y que, por el contrario sigue siendo erasmiano hasta en su aversión al martirio”. (Bataillon, 2013: 526).

Posteriores investigaciones a la realizada por Bataillon han documentado que la Iglesia chiquita sevillana, de la que el doctor Egidio era pieza clave, coincidía con enseñanzas de Erasmo pero las rebasó para abrazar afirmaciones como la de la justificación solamente por fe y exclusiva mediación de Cristo. De tal manera que es posible confirmar “la existencia ya en 1550 de un cenáculo organizado alrededor de Juan Gil, partidario de una vuelta a las fuentes del Evangelio, abierto a doctrinas protestantes y que cuestionaba varios principios que fundaban la autoridad de la Iglesia romana” (Boeglin, 2005: 170). Es conocido que Egidio escribió comentarios a Génesis, algunos Salmos, Cantar de los Cantares, y la Epístola de San Pablo a los Colosenses, sin embargo, “estos escritos no llegaron a publicarse” (Estrada Herrero, 2009: 49).

En la que Stefania Pastore llama “construcción teológica del doctor Egidio” había más de Juan de Valdés que de Erasmo: “todos los aspectos de la vida cristiana remitían al misterio del sacrificio de Cristo, última verdad ante la que enmudecían ritos y supersticiones hueras”. El de Egidio era “un espiritualismo radical […] que debía servir de guía al cristiano en este mundo. Nada en el aparato dogmático de la Iglesia podía ser válido para lograr la salvación […] Sólo Dios y su Espíritu podían conducir al hombre inspirado por la gracia a la verdadera comprensión de las Sagradas Escrituras (Pastore, 2010: 300).

 

Referencias bibliográficas:

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1https://elpais.com/elpais/2016/12/13/opinion/1481628802_630290.html

2El informe de la Inquisición sevillana del 7 de diciembre de 1541 mencionó que el doctor Egidio había aprobado y autorizado “las cosas del dicho Rodrigo Valer y los oprobios e infamias que había dicho contra los ministros del Santo Oficio”. Agregaba el documento que Valer se atrevió a tanto por contar con el citado respaldo (López Muñoz, 2016b: 47).

3Definición de coroza del Diccionario de la Real Academia de la Lengua: “Cono alargado de papel engrudado que como señal afrentosa se ponía en la cabeza de ciertos condenados, y llevaba pintadas figuras alusivas al delito o a su castigo”.

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