Una piedra en el zapato

Si nos obligamos a eliminar esa gran roca que estorba podremos abandonar la cueva donde estamos cautivos y así sentir el gozo de la verdadera libertad.

10 DE OCTUBRE DE 2019 · 16:15

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¿A quién no le ha molestado en alguna ocasión una pequeña piedra dentro del zapato? 

Casi todos hemos tenido esa experiencia, la dolorosa sensación producida por una inapreciable materia rocosa que introduciéndose de forma estratégica dentro del calzado hace que nuestra manera de andar sea modificada, obligándonos a quitarla rápidamente antes de que nos haga daño. Cuando nos deshacemos de tan indeseable intruso, sentimos un gran alivio que nos permite seguir caminando cómodamente.

En nuestro transitar diario solemos encontrarnos con otro tipo de piedras; desgraciadamente no tan fáciles de excluir. Pequeñas piedras de complejos, de sentimientos de culpabilidad, piedras de frustraciones pasadas, de sueños incumplidos, de envidias, pedruscos de egoísmo, guijarros de rencor. Es paradójico que en vez de deshacernos de estos molestos entrometidos les hacemos un hueco en nuestras vidas, acoplándolos en la rutina del día a día, potenciando su protagonismo en cada uno de los momentos que vivimos.

Sabemos que atesorar sentimientos que Dios nos insta a desalojar no es apropiado para nuestro crecimiento ni para adquirir esa quietud tan deseada, sin embargo guardamos esas molestas piedrecitas en nuestro interior, las dejamos dentro y ellas se encargan con lentitud y sigilo de ir provocando una herida. Al principio apenas molestan, nos acostumbramos a que estén ahí, incluso creemos haberlas omitido de nosotros, pero una vez provocada la herida, esta llega a supurar un dolor que nos hace más daño del que creíamos, recordándonos que debemos prescindir de aquello que nunca debimos conservar. 

Cuando Lázaro murió, Jesús lloró, derramó un llanto ante la tumba de su amigo. Antes de obrar el milagro de la resurrección el maestro exclamó: QUITAD LA PIEDRA.

¡Qué locura aquel imperativo! ¿Quizá no era consciente del tiempo que había transcurrido, de que aquella cueva tan sólo albergaba muerte. Milagrosamente, después de quitada la piedra, Lázaro pudo abandonar la tumba y volver a la vida. 

Puede que la solución a esos grandes obstáculos que nos limitan sea tan sencilla como deshacernos de las piedras que dificultan la salida. Que si nos obligamos a eliminar esa gran roca que estorba podremos abandonar la cueva donde estamos cautivos y así sentir el gozo de la verdadera libertad. Los imperativos pueden parecernos un desacierto, no obstante, poseen efectividad cuando los pronunciamos en el nombre de Jesús.

Aunque la teoría siempre es fácil, es el primer paso antes de pasar a la acción, es un peldaño a subir en la elevada escalera que nos llevará  a conseguir una vida más ligera de equipaje.

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