John Stott: Un hombre de Dios excepcional, de Roger Steer

Un fragmento de la biografía de John Stott.

19 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 16:00

Detalle de la portada del libro.,
Detalle de la portada del libro.

John Stott. Un hombre de Dios excepcional, de Roger Steer (Andamio editorial, 2011). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Bajo los arcos de Charing Cross

Desde sus tiempos de estudiante en Rugby, época en la que había fundado por sus propios medios la Asociación para Beneficio de la Comunidad, John había mostrado un interés especial en las personas rechazadas por la sociedad. ¿Cómo se sentiría uno realmente siendo de los repudiados? John decidió que había llegado el momento de hacerse una idea de primera mano. Para ello, dejó de afeitarse durante varios días y, llegado el momento, se puso unas ropas raídas y viejas. Conservaba todavía su carnet de identidad de la guerra y, tras metérselo en el zapato, salió a la calle camino de la zona del Embankment, en la ribera norte del río Támesis.

 

Roger Steer, autor de la biografía.

Pasó su primera noche bajo los arcos del puente de Charing Cross rodeado de vagabundos. Se había acomodado con un grupo de hombres y mujeres que solo disponían de cartones para cubrirse, aparte de su propia ropa y unos periódicos. No consiguió dormir gran cosa. El pavimento era muy duro, las personas no dejaban de ir y venir, armando algunos de ellos mucho jaleo por estar borrachos. Corría el mes de noviembre y hacía mucho frío.

Según fue amaneciendo y salió el sol, experimentó no poco alivio al comprobar que no iba a llover. Decidido a conseguir algo para desayunar, y dado que no había querido llevar dinero encima, probó suerte en varios establecimientos de la cadena ABC.

“¿Puedo hacer algún trabajillo a cambio de una taza de té?”, rogó imitando lo mejor que pudo a un obrero. Los empleados, ocupados en hacer la limpieza de la mañana, no le hicieron ningún caso.

Al ver que nadie se compadecía de él, empezó a sentirse rechazado. Se dirigió a continuación a la zona del East End y, habida cuenta de que apenas había podido pegar ojo en toda la noche, se acomodó en uno de los muchos boquetes dejados por las bombas. Los matojos se habían hecho con el lugar y John juntó un montón de ellos, se acostó entonces lo mejor que pudo en ese improvisado lecho y se quedó dormido de inmediato.

Al llegar la noche, encaminó sus pasos al albergue del Ejército de Salvación de Whitechapel, poniéndose a la cola para conseguir una cama. Cerca ya de la ventanilla de admisión, el oficial al cargo trató de mala manera al hombre que le precedía. Olvidando por un momento su presente condición, le espetó:

“¡Como oficial del Ejército de Salvación, debería buscar ganar a ese hombre para Cristo y no tratarle de ese modo!”.

El oficial le miró con cara de pocos amigos, preguntándose quizás de quién podría tratarse, pero sin decir nada.

 

Portada del libro.

Se le asignó una cama en un dormitorio común sin separaciones y sin ningún tipo de intimidad. No consiguió dormir más que intermitentemente. Los hombres iban y venían de continuo, algunos de ellos borrachos y otros con la mente trastornada.

John abandonó el albergue, dirigiéndose a continuación a Toynbee Hall. Tratando de imitar una vez más el acento y jerga del “cockney” típico del trabajador, pidió de desayunar. Pero esta vez la cosa no funcionó.

“Venga ya”, le dijo el encargado de turno, “basta de guasa, y más te vale decirnos quién eres”.

Callándose que era clérigo, les mostró su carnet de identidad.

Toynbee Hall era un centro de atención social que, en el curso de unos años, había conseguido el apoyo conjunto de Clement Attlee, Primer Ministro laborista, del reformador social William Beveridge y del político Jack Profumo, posteriormente caído en desgracia. Tras darle algo de desayunar, le despidieron sin más. De vuelta en Queen Anne Street, se encontró a su casero, Cuthbert Dukes (renombrado patólogo) y a su esposa Ethel (una de las fundadoras de la Consejería para el Matrimonio) esperándole. Como cuáqueros, con una acendrada conciencia social, no se sorprendieron en absoluto del aspecto que tenía.

“Vayamos a la salita”, le instó Cuthbert, “y cuéntanos todo sobre esta intrigante aventura. Siéntate donde mejor te parezca”.

John se esforzó por mantenerse despierto mientras les relataba los distintos sucesos y encuentros, y su visión de unos lugares muy distintos del entorno habitual de su parroquia.

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