La fe que crece

Qué solos estábamos frente al imperio del mal antes de Jesús. Qué buenas noticias trae su presencia.

09 DE SEPTIEMBRE DE 2019 · 14:30

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Ayúdame en mi poca fe.

Marcos 9:24

Lo que me sorprende de la conversación de Jesús con este padre que clama por la liberación de su hijo es, de nuevo, la humanidad de Jesús. Se para y habla con él, le escucha, le enseña, le entiende. Está pendiente del sufrimiento que milenios después de haberse escrito siguen desprendiendo estas palabras. Cuánto dolor llevaba este hombre acumulado, cuánta frustración, qué situación tan irresoluble la de un hijo impedido, endemoniado, que le robaba el tiempo y la salud mental a la familia. Qué solos estábamos frente al imperio del mal antes de Jesús. Qué buenas noticias trae su presencia.

La mansedumbre y la cercanía de Jesús nos trastocan, y en este pasaje nos traen un importante aviso. Hay que destacar que Jesús no reprende a este hombre por su falta de fe, por sus dudas o su debilidad. Más allá de los códigos de cortesía de la época, cuando se acerca a Jesús podemos ver en él una batalla que nos resulta familiar: quiere que Jesús actúe, pero no sabe si lo hará. Quiere creer, pero le cuesta; no deja que las dudas le aparten del milagro que busca, y no permite desecharlo por prejuicio, pero es prudente. No está seguro de si será posible. Cree que todo depende del poder y de la voluntad de Jesús, y tiene toda la razón.

Sin embargo, Jesús tiene tiempo de enseñarle que su poder y su voluntad siempre estarán disponibles para quien acuda a él con humildad. Jesús le indica a este padre que la buena voluntad de Dios es tan abundante que la fe en sí misma se convierte en la puerta de acceso a que nos responda. Su buena voluntad es amarnos, guardarnos y darnos todo lo necesario. Su buena voluntad es devolvernos la dignidad que nos toca como hijos suyos, como seguidores de Cristo. Está tan dispuesto que el único requisito es que nosotros también lo estemos. En parte, eso es la fe.

A lo largo de mi vida de creyente me he peleado mucho con esto; de hecho, es algo que aún no está resuelto del todo. Pero hay dudas que no se pueden resolver sin la sabiduría necesaria para poder observar la realidad de manera justa, y eso lleva años. ¿Cómo es posible que, a pesar de las palabras de Jesús en este pasaje, haya tanta gente que no reciba su milagro o su petición?

No tengo una respuesta a todo, pero sí tengo una respuesta a una parte.

Cierta clase de predicaciones y doctrinas modernas asumen este principio de la fe de una manera superficial y aprovechada. Hay predicadores que se llenan la boca (y los bolsillos, vamos a decir la verdad) de la sanación de Dios, pero luego se hacen los ofendidos cuando sus palabras no surten ningún efecto. Le echan la culpa a la falta de fe del susodicho para disimular su falta de poder real. Y así se nos llenan las iglesias de frustrados con Dios, gente que clama y clama por su milagro pero que nunca ha acudido directamente a la fuente, sino que se ha conformado con buscar supuestos intermediarios milagreros. Después, cuando la cosa no funciona (cosa que suele ocurrir), le echan la culpa al predicador sanador, y el predicador sanador les echa la culpa a ellos por su falta de fe, y ellos de vuelta le echan la culpa a Dios porque no tienen suficiente fe y no saben cómo tenerla. Conozco a mucha gente que permanece constantemente en ese ciclo inútil por “tener más fe”, a la espera de que eso sea lo que haga clic en su milagro esperado.

Pero este pasaje deja al descubierto la vergüenza de estas predicaciones. Jesús no necesitaba una fe inquebrantable y pura para actuar: de hecho, la fe de este padre es débil y escasa. No necesitas tener una fe completamente formada para empezar a vivir en la maravilla del reino de Dios y de las oraciones respondidas, porque no es así como funciona. Es el Señor de la fe el que la ensancha, la agranda y la afianza con cada uno de sus actos de fidelidad y amor, con cada ocasión que nos recuerda toda la bondad que abarca la salvación que ya hemos recibido por gracia. Estoy segura de que la fe del padre creció tras el milagro de liberación de Jesús, y esa es la clave: la fe que crece. Dios no necesita superhéroes de la fe que sin previo aviso ya dispongan de todas las claves teológicas necesarias. Avisadme si veis alguno de esos, porque será tan peculiar como un unicornio. La fe que abre las puertas a este cambio de realidad no tiene por qué ser sobrenatural: puede ser nada más que ese primer instante, por débil que parezca, en el que se vence la costumbre, el hábito y la creencia mal aprendida. Ese momento en que uno desafía la lógica aparente de la sociedad y, sencillamente, abre la puerta a que Dios pueda hacer algo que no estamos acostumbrados a ver. 

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - La fe que crece