Esfuérzate y sé valiente

Inclinemos nuestros oídos a los consejos de Dios, deseemos beber de la fuente de agua viva y doblemos nuestras rodillas en oración. 

21 DE AGOSTO DE 2019 · 09:00

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No creo en dietas milagrosas, en esos anuncios que prometen que puedes perder cinco kilos en dos semanas comiendo todo lo que quieras. No creo en aprobados con excelentes calificaciones sin un previo esfuerzo en preparar las asignaturas. No creo en el evangelismo light, en esa falsa concepción de Dios metamorfoseado en genio maravilloso que está dispuesto a complacer tus deseos si tan solo te tomas la molestia de frotar la lámpara donde reside. 

Creo en el trabajo, en el esfuerzo, en la continuidad, la disciplina. Conozco y amo al Dios todopoderoso y ese conocimiento me ha llevado a comprender que la vida cristiana posee sus luces y sus sombras, y que sobre todo, es una vida comprometida y no escenta de vicisitudes. 

Él nos dice: Pedid, y se os dará. Este imperativo lleva implícito una forma ordenada de oración, de entrega, de recogimiento, un doblegar el yo para presentarnos ante él libres de ornamentos.

Para recibir hemos de dar. Tenemos que aprender a vivir en integridad, mostrando a Jesús a través de nuestros gestos cotidianos, en nuestra forma de hablar y actuar.

Vivimos en una sociedad donde rige la vida cómoda, la ley del mínimo esfuerzo. Muchos valores están en vía de ser extintos alzándose de forma alarmante el hedonismo, un estilo de vida nos salpica a todos, por ello, hemos de ser fuertes y no dejarnos manipular por la tendencia a lo fácil. 

Lograr una vida basada en la voluntad de Dios requiere esfuerzo, al esforzarnos, hacemos que los músculos de nuestra alma se vigoricen y dejen a un lado su estado de flaccidez. Acudamos cada día al gimnasio divino, inclinemos nuestros oídos a los consejos de Dios, deseemos beber de la fuente de agua viva y doblemos nuestras rodillas en oración. 

Cuando abandonamos la rutina de una vida sedentaria hacemos que nuestro ritmo cardíaco aumente, mejorando así el funcionamiento de nuestro corazón. 

Cada día que valientemente coronamos las horas de nuestra jornada con los matices del esfuerzo, conseguimos que lo difícil se vuelva sencillo y logramos sentirnos más que vencedores en las batallas diarias, guerreros infalibles contra la desidia, victoriosos hijos del Rey de Reyes.

Cuando aplicamos nuestro oído a su santa palabra, ella, viva y eficaz, nos conforta, nos alecciona, dirige nuestras vidas a lugares de delicados pasto para así mostrarnos en lo secreto grandes cosas y ocultas que desconocemos.

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