Vidas con sentido

Nuestra mayor frustración tiene que ver con la necesidad de encontrar un sentido en la vida.

12 DE AGOSTO DE 2019 · 10:13

Foto: Darvin Santons, Pixabay (CC0),
Foto: Darvin Santons, Pixabay (CC0)

La selección de fútbol de la URSS fue la campeona de la Eurocopa del 1960 (Ganaron a Yugoslavia 2 a 1). Todo el mundo quedó impactado por el juego de los soviéticos. Santiago Bernabeu, entonces presidente del R. Madrid C.F. no salía de su asombro al verlos jugar, sobre todo a Babukin, su máxima estrella. Después de entregarles el título de campeones, Bernabeu se acercó al capitán del equipo y les dijo “Os ficho a todos”. Cuando el traductor les comunicó las palabras del presidente se rieron y le preguntaron “¿Por cuanto?” D. Santiago les dijo que escribieran una cantidad, y ellos pusieron “medio millón de dólares” (era una fortuna en aquel tiempo).

Yashin, “la araña negra” como se le conocía (fue uno de los mejores porteros de la historia del fútbol) le entregó el papel con la cifra. Bernabeu dijo que sí, pensando que esa cifra era sólo por el guardameta, pero no pudieron seguir hablando porque el gobierno ruso les impedía salir del país. Recibieron 150 dólares de recompensa para cada uno por haber sido campeones, y ahí se terminó todo. Ni que decir tiene que los jugadores quedaron absolutamente frustrados.

La frustración individual y colectiva es una de las características de nuestra sociedad. Desgraciadamente no es debido a situaciones concretas como la que sucedió en la historia de hoy, sino a algo mucho más terrible; la desilusión constante ocasionada por la sensación de que la vida no tiene sentido. Lo que suele hacernos daño es pensar no sólo en lo que podía haber sido y no fue, sino sobre todo el no poder hacer casi nada para luchar contra la injusticia y el desánimo. Y lo peor es saber que esa frustración no puede resolverse.

Creemos que podemos ilusionarnos con situaciones futuras y proyectos que van a venir; ¡incluso con cosas que podemos comprar! pero siempre terminamos dándonos cuenta de que lo que alcanzamos no puede llenar nuestro corazón. El mismo Salomón lo describió perfectamente después de haberlo tenido absolutamente todo: “Todas las cosas son fatigosas, tanto, que el hombre no puede expresarlo” (Eclesiastés 1:8).

A lo largo de la historia la humanidad ha intentado resolver la mayoría de sus problemas basándose en todo lo que lograba construir a nivel material, pero con el tiempo, la propia tecnología, desarrollada para ser uno de sus mejores amigos, le ha colocado en situaciones que le empobrece cada día más. Al final, las máquinas acaban por tener más valor que nosotros mismos.

Nuestra mayor frustración tiene que ver con la necesidad de encontrar un sentido en la vida. Si negamos a Dios perdemos todo nuestro significado como personas individuales. El problema no es que la naturaleza sea un producto del azar, sino que si nosotros lo somos también, nada tiene sentido. Sólo podemos aparentar que disfrutamos, porque tarde o temprano reconocemos que todo en la vida es hastío y cansancio.

Todo cambia radicalmente cuando “permitimos” que Dios tome su lugar en nuestra vida.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Con otro ritmo - Vidas con sentido