Isaías II, de Matthew Henry

Dios les da la seguridad de que pueden contar con su presencia entre ellos como su Dios, y un Dios todosuficiente para ellos aun en los peores momentos

09 DE AGOSTO DE 2019 · 06:19

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Un fragmento de Isaías II, de Matthew Henry (Editorial Peregrino, 2019). Puede saber más sobre el libro aquí.

 

Israel alentado (708 a. C.)

Isaías 41:10-20

La finalidad de estos versículos es acallar los temores y estimular la fe de los siervos de Dios en medio de sus aflicciones. Quizá estén destinados, en primer lugar, a apoyar al Israel de Dios, que estaba en cautividad; pero también para que todos los que sirven fielmente a Dios por la paciencia y consolación de esta Escritura tengan esperanza (Ro 15:4). Y se dirigen a Israel en singular, para que todo verdadero israelita (Jn 1:47) lo pueda adaptar y aplicar a sí mismo tanto más fácil y rápidamente. Es una palabra de advertencia, consejo y consuelo que se repite mucho: No temas (v. 10) y, de nuevo: No temas (v. 13), y: «No temas, gusano de Jacob (v. 14). No temas las amenazas del enemigo, no dudes de las promesas de tu Dios; no temas que vayas a perecer en tu aflicción, ni que vaya a fallar la promesa de tu liberación». Va contra el pensamiento de Dios que su pueblo sea temeroso. Para que repriman su temor, Dios les da la seguridad de:

I. Que pueden contar con su presencia entre ellos como su Dios, y un Dios todosuficiente para ellos aun en los peores momentos. Obsérvese con qué ternura habla y cuán dispuesto está a que conozcan los herederos de la promesa la inmutabilidad de su consejo (He 6:17), y cuán deseoso de que estén tranquilos: «No temas, porque yo estoy contigo (v. 10), estoy aquí presente, contigo, y no solo cuando me llamas. No desmayes por el poder de los que están contra ti, porque yo soy tu Dios (v. 10), y estoy de tu parte. ¿Eres débil? Yo […] te esfuerzo (v. 10). ¿No tienes amigos? Te ayudaré cuando lo necesites (v. 10). ¿Estás a punto de hundirte, de caerte? Te sustentaré con la diestra de mi justicia (v. 10), esa diestra llena de justicia que reparte premios y castigos (cf. Sal 48:10)». Y de nuevo se promete que:

1. Dios fortalecerá sus manos, esto es: les ayudará: «Te sostendré de tu mano derecha (v. 13 RVG), te llevaré de la mano (según lo traducen algunos)»: nos llevará de la mano como nuestro guía para dirigirnos en el camino, nos ayudará cuando caigamos o evitará que caigamos; cuando estemos débiles, nos sostendrá en medio de nuestras vacilaciones; cuando temblemos, nos dará estabilidad; nos animará; y, de esta manera, nos tomará de la mano derecha (Sal 73:23).

2. Acallará sus temores. Te dice: No temas (v. 13). Lo ha repetido una y otra vez en su Palabra, y en ella ha proporcionado un insuperable antídoto contra los temores; pero va más lejos: por medio de su Espíritu lo dirá a sus corazones, les hará escucharlo y, de este modo, les ayudará.

II. Que, aunque sus enemigos sean, de momento, absolutamente terribles, arrogantes y poderosos, va a llegar el tiempo en el que Dios les pedirá cuentas y triunfarán sobre ellos. Hay algunos que están enfurecidos con el pueblo de Dios, que contienden con él (v. 11), que le hacen la guerra (v. 12), que lo odian, que buscan su ruina, que están continuamente provocando peleas. Pero que el pueblo de Dios no se enfurezca con ellos, ni contienda con ellos, ni devuelva mal por mal (Ro 12:17; 1 Ts 5:15; 1 P 3:9), sino que crea y espere el tiempo de Dios:

1. Que serán convencidos, al menos, de su necedad, ya que no del pecado de contender con el pueblo de Dios y, al ver que no tiene sentido, serán avergonzados y confundidos (v. 11). Esto podría llevarlos al arrepentimiento, pero más probablemente los llenará de rabia.

2. Que serán completamente destruidos y desechos. Serán como nada (v. 11) ante la justicia y el poder de Dios. Cuando Dios procede contra sus poderosos enemigos, los desdeña. O serán reducidos a nada (v. 11 N-C), como si nunca hubieran existido. Y esto se repite: Serán como nada, y como cosa que no es (v. 12). Como lo que ha desaparecido y ya no está. Los que eran terribles resultarán despreciables; los que imaginaban poder hacer cualquier cosa no podrán hacer nada; los que se creían importantes en el mundo y hacían mucho ruido se convertirán en meras cifras y serán sepultados en el silencio. Perecerán (v. 11), no solo no serán nada, sino que serán desdichados. Los buscarás (v. 12 RVR 1909), indagarás qué fue de ellos, que ya no se les ve como de costumbre, pero no los hallarás (v. 12 LBLA). Como en el caso de David: Lo busqué, y no fue hallado (Sal 37:36).

III. Que ellos mismos se convertirían en terror para los que ahora los aterrorizaban, y que la victoria se pondría de su parte. Véase aquí:

1. Cómo Jacob e Israel son empequeñecidos y humillados. Es el gusano de Jacob (v. 14), tan pequeño, tan débil, tan indefenso, despreciado y pisoteado por todo el mundo, obligado a deslizarse bajo tierra buscando seguridad. Y no nos maravillemos de que Jacob se convierta en un gusano, porque el Rey de Jacob se llama a sí mismo gusano, y no hombre (Sal 22:6). Los hijos de Dios son, a veces, como gusanos, en la humilde opinión de sí mismos, y en la soberbia opinión que sus enemigos tienen de ellos: gusanos, pero no víboras como sus enemigos; no son de la simiente de la serpiente. Dios toma en consideración el abatimiento de Jacob y dice: No temas, gusano de Jacob, no temas que te aplasten; y vosotros los pocos de Israel (v. 14) ([vosotros] hombres de Israel (v. 14 LBLA), en algunas versiones, vosotros hombres muertos, en otras) no os deis por vencidos, a pesar de todo. Adviértase: la gracia de Dios acalla los temores, aun cuando parece haber poderosas razones para sentirlos. En apuros, mas no desesperados (2

Co 4:8).

2. Cómo Jacob e Israel son sacados de su abatimiento y se hacen tan formidables ahora como despreciables han sido anteriormente. ¿Pero quién levantará a Jacob? porque es pequeño (Am 7:2). Aquí tenemos la respuesta: Yo te ayudaré, dice el SEÑOR (v. 14 LBLA), y ayudar al débil es un honor para Dios. Los ayudará porque es su Redentor (v. 14), que acostumbra siempre a redimirlos, que se ha comprometido a hacerlo. Cristo es el Redentor, de él viene nuestra ayuda. Los ayudará, porque es el Santo de Israel (v. 14 LBLA), adorado por ellos en la hermosura de su santidad (Sal 29:2; 96:9; 110:3) y comprometido con ellos por medio de promesas. El Señor los ayudará haciéndolos capaces de ayudarse a sí mismos y haciendo que Jacob se convierta en trillo (v. 15 LBLA). Jacob no es otra cosa que un instrumento, una herramienta en las manos de Dios, a quien le agrada utilizar. Es un instrumento que ha fabricado Dios, ni más ni menos. Pero, si Dios lo ha puesto por trillo (v. 15), lo utilizará como tal; por tanto, lo capacitará para su uso: Nuevo, lleno de dientes, o clavos afilados. Después, por fortaleza y dirección divinas, trillarás montes (v. 15): a los enemigos más arrogantes, fuertes y contumaces no solamente los atacarás, sino que los molerás (v. 15). No serán un grano trillado, valioso, que se guarda cuidadosamente (como el pueblo de Israel, cuando está siendo desgranado: Oh pueblo mío, trillado y aventado—cap. 21:10—, que no se perderá); pero estos son convertidos en tamo (v. 15 RVR 1909), que para nada sirve y que el labrador se alegra de desechar. El versículo 16 continúa con la metáfora: «Después de la trilla, los aventarás […] y los esparcirá el torbellino». Quizá se cumplió esto, en parte, en las victorias de los judíos sobre sus enemigos en tiempos de los Macabeos; pero parece que, en general, se refiere a la sentencia final de todos los implacables enemigos de la Iglesia de Dios, y que se cumplirá, asimismo, con los triunfos de la cruz de Cristo, del evangelio de Cristo y de todos los fieles seguidores de Cristo sobre la potestad de las tinieblas (Col 1:13), que, antes o después, serán disipadas y, en Cristo, todos los creyentes serán más que vencedores (Ro 8:37), y el que venciere tendrá autoridad sobre las naciones (Ap 2:26).

IV. Que, además, tendrán abundante consuelo en Dios y Dios recibirá abundante honor de ellos: Te regocijarás en el SEÑOR (v. 16 LBLA). Cuando somos liberados de lo que impedía nuestro gozo y somos bendecidos con el motivo del mismo, deberíamos recordar que Dios es nuestro supremo gozo (Sal 43:4 LBLA), y en él debe culminar todo nuestro gozo. Cuando nos regocijamos a causa de nuestros enemigos, debemos regocijarnos en el Señor (cf. Fil 4:4), porque solamente a él le debemos nuestra libertad y nuestras victorias: «Te gloriarás en el Santo de Israel (v. 16), en tu participación en él, en tu relación con él y en lo que ha hecho por ti». Y, de esta manera, si hacemos de Dios nuestra alabanza y exaltación, nosotros nos convertimos en alabanza y gloria para él.

V. Que, en tiempos de necesidad, tendrán adecuada y oportuna provisión de cuanto les sea conveniente. Y, si lo precisa la ocasión, Dios hará de nuevo por ellos lo que hizo por Israel en su marcha de Egipto a Canaán (cf. vv. 17-19). Cuando los cautivos, sea en Babilonia o a su regreso de allí, estén angustiados por falta de agua o de cobijo, Dios los cuidará y, de una u otra manera, hará que su viaje, aun a través del desierto, les resulte agradable. Pero, sin duda, en esta promesa hay algo más que esta interpretación privada (2 P 1:20). Su regreso de Babilonia es figura de nuestra redención por Cristo y, así, los contenidos de estas promesas:

1. Fueron provistos por el evangelio de Cristo. La gloriosa revelación de su amor ha dado completa seguridad a todos los que oyen esta voz de júbilo (Sal 47:1; 89:15 LBLA; 118:15; cf. Sal 5:11; 52:8; 132:16; cap. 54:1; Jer 31:7; Sof 3:14; Zac 9:9): que Dios les ha proporcionado inestimable consuelo, suficiente para suplir todas sus necesidades, compensar todas sus aflicciones, y responder a todas sus oraciones.

2. Se aplican, por la gracia del Espíritu Santo, a todos los creyentes para que tengan gran consolación durante el camino y completa felicidad al final. Nuestro camino hacia el Cielo discurre a través del desierto de este mundo. Ahora bien:

(1) Aquí se supone que el pueblo de Dios, a su paso por este mundo, se encuentra a menudo en aprietos: Los afligidos y menesterosos buscan las aguas, y no las hay (v. 17); los pobres en espíritu […] tienen hambre y sed de justicia (Mt 5:3-6). El alma del hombre, al sentirse vacía y necesitada, busca satisfacción en alguna parte, pero pronto pierde la esperanza de encontrarla en el mundo, que nada tiene para facilitársela. Las criaturas son cisternas rotas que no retienen agua (Jer 2:13), así que seca está de sed su lengua (v. 17), están cansados de buscar en el mundo una satisfacción que no se puede hallar en él. Su dolor les da sed, lo mismo que su trabajo.

(2) Se promete aquí que, de un modo u otro, todas sus penas serán aliviadas y se sentirán tranquilos: [1] Dios mismo estará cerca de ellos en todo aquello que le pidan. Que todo el que ora a Dios preste atención a esto y se consuele con ello. Él ha dicho: Yo, el SEÑOR, les responderé (v. 17 LBLA), los oiré, yo el Dios de Israel no los desampararé (v. 17); estaré con ellos en todas sus aflicciones, como siempre lo he estado. Mientras estamos en el desierto de este mundo, esta promesa es para nosotros lo que la columna de nube […] y […] de fuego fue para Israel (Éx 13:21): la seguridad de la misericordiosa presencia de Dios. [2] Tendrán una constante provisión de agua fresca, como Israel en el desierto, aun donde menos se pueda esperar: En las alturas abriré ríos (v. 18), ríos de gracia, ríos de deleites, ríos de agua viva, que Cristo dijo del Espíritu (Jn 7:38-39), ese Espíritu que se derramaría sobre los gentiles (cf. Jl 2:28-29; Hch 2:17-18), que habían estado, como las alturas, secos y áridos, engreídos en su pretensión de no necesitar tal don. Y habrá fuentes en medio de los valles (v. 18), valles de lágrimas (Sal 84:6), llenos de arena y fatigas; o entre los judíos, que habían sido como fértiles valles en comparación con las montañas de los gentiles. La predicación del evangelio al mundo convirtió el desierto en estanques de aguas (v. 18), y dio fruto a su dueño y alivio al viajero que lo cruza. [3] Tendrán agradable sombra que los proteja del calor abrasador del sol, como los israelitas cuando acamparon en Elim, donde no solo había fuentes de aguas sino también palmeras (cf. Éx 15:27). «Daré en el desierto cedros (v. 19). Convertiré el desierto en un huerto o jardín, en los que se plantaban estos placenteros árboles, para que crucen el desierto con la misma seguridad y tranquilidad con las que un hombre pasea por su huerto. Estos árboles serán para ellos lo que la columna de nube fue para los israelitas en el desierto: protección para el calor». Cristo y su gracia son eso mismo para el creyente: Como sombra de gran peñasco (cap. 32:2). Cuando Dios establezca su Iglesia en el desierto gentil, habrá un cambio tan grande en el carácter de los hombres como si las espinas y las zarzas se convirtieran en cedros, […] arrayanes y abetos (v. 19). Y de esta manera se describe un bendito cambio (cf. cap. 55:13). [4] Verán y reconocerán la mano de Dios, su poder y su favor en todo esto. Dios hará estas cosas extrañas y sorprendentes a propósito, para despertarlos la convicción y consideración de que su mano está en todo. Para que vean (v. 20) este cambio maravilloso y, advirtiendo que superan el curso y poder de la naturaleza, puedan deducir que, por tanto, proviene de un poder superior y, haciendo comparaciones, entiendan todos (v. 20), y estén de acuerdo en reconocer que la mano del SEÑOR (V. 20 LBLA), esa mano poderosa suya, que se extiende por su pueblo y se extiende a ellos, hace esto, y que el Santo de Israel lo creó (v. 20), lo hizo nuevo, lo sacó de la nada, lo hizo para consuelo de su pueblo. Adviértase: Dios hace grandes cosas por su pueblo, para que se le preste atención.

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