No te preguntes qué es lo que la iglesia puede hacer por ti

El compromiso requiere esfuerzo y sacrificio, palabras mayores que demandan entrega y renuncia.

01 DE AGOSTO DE 2019 · 08:56

John F. Kennedy. / Pixabay,
John F. Kennedy. / Pixabay

Una de las frases más conocidas del presidente Kennedy es: ‘No te preguntes qué es lo que América puede hacer por ti; pregúntate, más bien, qué es lo que tú puedes hacer por América.’ Se trata de un gran lema cívico, que echa abajo la actitud de esperar sacar la mejor tajada posible sin aportar nada y ensalza la de poner el interés general antes que el particular. Y la diferencia entre una nación que se levanta y echa a andar y una nación que se queda atascada sin horizonte, radica en la proporción de gente que inclina la balanza hacia un lado u otro.

Pero la frase se podría parafrasear así: ‘No te preguntes qué es lo que la iglesia puede hacer por ti; pregúntate, más bien, qué es lo que tú puedes hacer por la iglesia.’ Por iglesia entiendo aquí no la universal sino la local.

La diferencia entre un cristiano maduro y otro inmaduro reside en que el primero se pregunta qué puede hacer por la iglesia, mientras que el segundo se pregunta qué puede hacer la iglesia por él. A lo largo de mi ministerio cristiano he conocido a algunos cristianos maduros, que están pendientes de cómo servir, de cómo ayudar y poner sus dones al servicio de Dios y de los demás. Pero he conocido a innumerables cristianos inmaduros, que sólo están pendientes de obtener ventajas y sacar beneficio. No aportan nada, no hacen nada y únicamente están ahí por su interés personal. Si surgen dificultades no tardan en desaparecer, porque lo último a lo que están dispuestos es a soportar penalidades.

Los cristianos que siempre se están preguntando qué es lo que la iglesia local puede hacer por ellos no saben lo que es la palabra compromiso; de hecho, es una palabra que está ausente de su vocabulario, porque el compromiso requiere esfuerzo y sacrificio, palabras mayores que demandan entrega y renuncia.

Los cristianos que siempre se están preguntando qué es lo que la iglesia local puede hacer por ellos son los más exigentes; pero esas exigencias van dirigidas hacia los demás, no hacia ellos mismos. Esperan del predicador que cada domingo sea brillante, profundo, original y relevante, a la vez que ameno, vibrante y edificante; una tarea que está más allá de la capacidad de la inmensa mayoría de los predicadores, si es que hay alguno que pueda alcanzarla domingo tras domingo a lo largo de años y años; si el predicador tiene un mal día y la predicación no ha estado a la altura esperada, es indicio suficiente para empezar a indagar en otro sitio en busca del predicador ideal. También esperan que el culto sea conforme a sus preferencias, imaginando que el resto de la congregación tiene que adaptarse a los mismos y en caso de no ser así optarán por ir a otra parte. Como las relaciones humanas no son fáciles y demandan grandes dosis de paciencia, amor y perdón, se mantienen al margen de implicaciones que les supongan quedar envueltos en el ejercicio de tales esfuerzos. Su lema es la ley del mínimo esfuerzo. Mínimo esfuerzo propio, aunque máximo ajeno. Dado que en las iglesias pequeñas se precisa un enorme nivel de responsabilidad y trabajo, escogen las grandes, donde pueden pasar desapercibidos, sin dar ni golpe. Finalmente, muchos de estos cristianos acaban siendo meros miembros virtuales de iglesias virtuales, conectándose por internet, lo que no requiere deberes, ni cargas, ni obligaciones.

Sin embargo, estos cristianos que andan dando tumbos por las iglesias, que un día están en una, mañana en otra y pasado mañana en otra, en su simpleza creen que existe la iglesia local perfecta, olvidando que en el caso de que existiera, cuando ellos llegaran, dejaría de ser perfecta.

Si todos los cristianos fueran como los que siempre se están preguntando qué es lo que la iglesia puede hacer por ellos, no existiría ninguna iglesia local. Porque para que exista una iglesia local necesariamente hacen falta cristianos comprometidos y responsables, que tienen sentido del deber y que permanecen en los momentos buenos, en los regulares y en los malos. Los que solamente viven a costa de los demás y son parásitos espirituales no pueden ser piedras sobre las que se pueda construir nada sólido. Hoy están y mañana han desaparecido.

Doy gracias a Dios por los cristianos que se preguntan qué pueden hacer por la iglesia local. Es gracias a esa minoría que han existido, existen y existirán las iglesias locales. Ellos son los que llevan sobre sus hombros el peso de la responsabilidad, los que asumen los enormes costos que supone navegar contra viento y marea, los que sabiendo que errarán y serán criticados, no obstante, perseveran y siguen adelante.

¿A qué clase de cristianos perteneces tú? ¿Eres de los que se preguntan qué puede hacer la iglesia local por ti? Si eres de ese tipo, no llegarás a nada. Mejor dicho, llegarás a ser el eterno querelloso, inestable y dolor de cabeza allí donde vayas. ¿Eres de los que se preguntan qué puedes hacer tú por la iglesia local? Entonces serás un ‘instrumento para honra, santificado, útil al Señor y dispuesto para toda buena obra’ (2 Timoteo 2:21).

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