El color del arcoíris, la nobleza de la cruz

La firmeza en determinadas cosmovisiones no debería estar desligada del respeto, el equilibrio y la moderación.

21 DE JULIO DE 2019 · 12:00

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He tardado en escribir este artículo por varias razones. De hecho, llevo varios días dándole vueltas porque me gustaría hilar un poco fino en este asunto sin entrar en controversias o polémicas que no llevan a nada. Por otro lado, es inevitable, supongo, porque más allá del cuidado que uno ponga, aunque ayuda, esto nunca fue solo un problema de la sensibilidad de quien habla, sino también de quien escucha, y de las ganas que haya de entenderse. En general, ahora mismo, los ánimos vienen subidos de tono, mire uno donde mire.

Alguno que no me conozca demasiado, al leer el título puede pensar que a pocos días de la celebración del orgullo gay en la capital y siendo, como soy, cristiana, lo que se va a terciar en las próximas líneas es una “apología de la discriminación” (porque parece que ser cristiano en estos días y, lo que es peor, decirlo abiertamente, automáticamente te sitúa como enemigo público número uno para algunos colectivos “pro-diversidad”, que en el fondo no lo son tanto si para incluir a unos tienen que discriminar a otros). Esto no es a lo que me dedico, así que no será así. He llegado a este artículo por un conjunto de factores. Y he de decir, en honor a la verdad, que lo que más bien despierta mis emociones, muy a menudo encontradas, son las actuaciones de toda agrupación, ya sea de signo multicolor, o de color madera-cruz, que bajo pretexto de defender su verdad lo hacemos a precio de la sensibilidad y cabeza del que consideramos contrario. 

Sin embargo, aquí no hay bandos. Es solo que sobre lo que reflexiono hoy, sí hay dos cosmovisiones diferentes, porque priorizan, o a Dios por encima de lo que como humano nos pide el cuerpo (ese es mi caso, por si había dudas), o bien al hombre por encima de Dios (da igual si se considera que existe o no porque eso es lo de menos para posicionarse aquí):

  • En unos casos, están los de la sobria cruz vacía, que parece para los que no creen fuera de todo orden temporal, desfasada y, por tanto, despreciable porque no creen que aplique al día de hoy. Para nosotros, los seguidores de Jesús, la pretensión es que sea Él quien esté en el centro de la vida y que todo lo demás se articule alrededor de ello. No por fanatismo, sino porque Él mostró una manera diferente de vivir las cosas en este plano espacio-temporal. 

Por eso renunciamos voluntariamente, mal que algunos lo rechacen y nos tomen por tontos por no entenderlo, a muchas inclinaciones naturales que tenemos, como todos, pero que entendemos que se pegan de patadas con el criterio de quien decidió morir por nosotros y hacerlo voluntariamente y por amor. Sí, eso creemos. 

Pero es cierto que en la manera de vivir, explicar y defender esto, no lo hacemos como Jesús lo haría, y esa es nuestra ruina y la de quienes nos conocen. Porque no le conocen a Él. Porque desde tantas luchas mal planteadas les impedimos conocer a un Jesús que no tuvo ni siquiera problema en acercarse a nosotros, los que estamos bajo Su bandera, los que ahora nos llamamos cristianos. Así que mucho menos problema tendría en acercarse a todos los demás, tengan la ideología y la forma de vida que tengan, si quisieran acortar esa distancia.

  • En otros casos, bajo el atractivo colorido de un arcoíris flamante, se colocan básicamente todo tipo de personas que, desde su libertad y libre albedrío inapelables en los que yo no voy a meterme, porque Dios no lo hace, aunque tenga Su posición al respecto, como la tengo yo y ellos sobre mí, deciden que su elección en cuanto a la sexualidad es un elemento absolutamente definitorio de su persona y lo defienden con orgullo, apartando el elemento de si hay o no un Dios que pueda estar de acuerdo con su postura. Eso les da igual, es su opción quieren que se les respete, lógicamente. 

Eso lo suscribo, porque también nos pasa a los de la cruz, lo que pasa es que las leyes y la sociedad no nos defienden tanto, ni nos dan tantas oportunidades de mostrarnos a pecho descubierto. Algunos bajo esta bandera defienden su postura de forma elegante y sosegada. Les felicito, porque es más de lo que hacen algunos bajo la bandera de la cruz. Pero en otros muchos casos se hace más que evidente que se trascienden todo tipo de límites que, desde el verdadero respeto, son inviolables. También nosotros lo hacemos. 

Esto solo pone de manifiesto que a las personas, estemos en el grupo, ideología o cosmovisión que estemos, nos afecta el mismo mal. La tolerancia intolerante no es el mal del otro, créanme. Es evidente, por las cosas que uno escucha y lee a veces, que es el mal nuestro también. Por eso…

  • a los que nos alineamos bajo una cruz nos conviene recuperar principios bíblicos como los de la viga en nuestro ojo y la paja en el del prójimo, o recordarnos, como hace Pablo en Romanos 2, que nosotros que juzgamos a otro, hacemos lo mismo en aquello en lo que juzgamos,
  • y a los que se agrupan bajo un arcoíris en defensa de la diversidad y no de una diversidad a mi imagen solo, les animaría a que empiecen a incluir también a los heterosexuales y cristianos bajo el mismo paraguas de respeto que defienden para ellos, porque sería lo justo. Es evidente que a día de hoy, las leyes a las que hemos llegado, o la libertad de expresión que se nos permite a unos y otros, sin ir más lejos, no es la misma, pero ese es otro tema que no podemos abordar.

Por esa razón escribo estas líneas desde un intento de empatía parcial (la empatía, por mucha carne que se ponga en el asador, nunca es total), intentando  comprender por qué tanto encono y tantas líneas trascendidas desde uno y otro “bando”. Y en esa reflexión me analizo a mí misma también, porque muchas veces me veo no entendiendo ni a unos, ni a otros, o intentando comprender a los dos, cosa que por cierto no haría alguien que se haya radicalizado en lo uno o lo otro. Quizá es de eso de lo que huyo, porque la firmeza en determinadas cosmovisiones no debería estar desligada del respeto, el equilibrio y la moderación, se esté en la facción ideológica que se esté. De esto, tenemos que aprender todos.

Por eso te animo, de hecho, a que, si vas a leer esta consideración, no juzgues precipitadamente lo que leas por el hecho de que pertenezca al grupo con el que ya me he alineado en líneas previas, que es el de la cruz. Lo advierto porque soy consciente de que juzgar es lo que yo haría por tendencia natural. Más bien te animo a que lo leas hasta el final, porque quizá algunas conclusiones te sorprendan y no puedo plantearlas todas desde estas primeras líneas.

El arcoíris ha sido una de mis imágenes favoritas siempre. Por muchas razones, pero la más obvia es porque como estampa y fenómeno natural, es absolutamente increíble y precioso. Si, como muchos creemos, detrás de él hay un Creador que ha puesto intencionalidad en ese arco, más allá del propio significado que tiene para los que creemos, que obviamente también y en primer lugar, hay muchas razones para enamorarse de ello. De hecho, sería de justicia, sea uno cristiano o no, poder reconocer que, si existe un Dios Creador que ha puesto semejante elemento en el cielo, que ha sido capaz de concebirlo en su mente y operativizarlo de manera tan magistral, ya simplemente como diseñador, es absolutamente brillante. Es lo que diríamos honestamente de cualquier diseñador, creativo o publicista en esa situación si el nombre “Dios” no estuviera de por medio: estéticamente equilibrado, de una simplicidad escandalosamente preciosa, con una riqueza cromática inigualable… brillante, en definitiva. 

Por eso muchos lo escogen también para intentar representar su manera de entender ciertas realidades, aunque los métodos que escojan no hagan justicia a la brillantez del símbolo, ni a sus colores diversos. Igual sucede con la cruz, como ya hemos dicho antes, cuya nobleza y belleza no se ven reflejadas por muchas de las acciones que, quienes enarbolamos su bandera, ponemos en marcha para “defenderla”. Quiero entonces un arcoíris que verdaderamente lo sea para todos en el sentido de poder pensar distinto y convivir sin problemas. Y quiero una cruz a la que todos libremente podamos y puedan acercarse para buscar salvación, y que no usemos para repartir leña haciendo gala de la naturaleza que se suponía habíamos dejado atrás.

Quizá estos días, con motivo de la reciente celebración del orgullo gay en Madrid y los altercados producidos con determinadas formaciones políticas con las que no tengo ninguna afinidad especial y tampoco vinculación, me han hecho despertar a esta reflexión, aunque me la hago varias veces al año. Es casi inevitable, porque por razones diversas en cada uno de los frentes, este tema está puesto encima de la mesa a todas horas, hasta el aburrimiento. Está claro que interesa, pero no sé si lo profundizamos desde el análisis de lo propio tanto como desde la crítica mordaz de lo ajeno.

Lo único que quizá mueve más mis emociones en estos días es que, con motivo de la celebración que mencionaba, se aprovecha de nuevo para cruzar ciertas líneas que, me parece, son infranqueables. Y cada vez más se suceden las noticias sobre acciones radicales sobre las que se guarda un silencio cómplice por parte de los colectivos cuya bandera se ha enarbolado para cometerlos. Esto se hace de manera quizá más obscena, más irrespetuosa, más increíble de lo habitual últimamente. Y me da igual donde esté cada cual posicionado: la falta de acierto en ocasiones es absolutamente increíble y eso hace que uno le vaya perdiendo el color al símbolo escogido, sea cual sea. Puede ser el arcoíris, la bandera de un país, o la propia cruz, como decimos. Todo es lo mismo en cuanto a la forma de actuar, desgraciadamente, aunque para unos unas causas estén más justificadas que otras. 

La falta de respeto, la desmesura y la agresividad, es evidente, no conocen de ideologías, ni de creencias, y los llamados cristianos sabemos demasiado de eso, desgraciadamente, porque muchos bajo esta bandera podemos seguir siéndolo si no ponemos un cuidado exquisito. Las peores aberraciones de la historia las hemos cometido usando el nombre de Dios como pretexto. Y en parte, ahora pagamos el precio de ello en carne propia, aunque la carga caiga sobre generaciones nuevas. Pero asegúrense nuestros verdugos, poco dados al diálogo y a la medida, en ocasiones, aunque como siempre hay de todo en la viña (lo que pasa es que los que gritan, gritan muchos), de que no estén pecando exactamente de aquello que nos acusaban. Y quienes observan las faltas de respeto desde las mismas filas, me da igual cuáles sean, por otro lado, piensen y manifiesten si les parece que esas son las formas, porque el silencio ofende. Nos recuerdo a unos y a otros, y por lo tanto a mí misma que, como la historia nos recuerda una y otra vez, nuestra naturaleza es igual, nos disfracemos del orgullo que nos disfracemos.

El momento en el que estalló esta necesidad de escribir fue hace unos pocos días por dos elementos que se alinearon, aunque llevo varios sobresaltos provenientes del otro lado en estos últimos meses: 

  • el primer elemento surge cuando el Muro de los Reformadores en Ginebra aparecía completamente bañado de pintura con un mensaje que rezaba “¿Dónde están las mujeres?”. La pintura había sido convenientemente lanzada en la secuencia del arcoíris, intentando dejar bien claro de quién venía la hazaña y defendiendo una supuesta diversidad con la que yo, como mujer (siendo que lo que había detrás era un grupo de feministas salidas del tiesto), como persona y como alguien que creo que, hasta aquí, he venido defendiendo las libertades, particularmente las de expresión y las de creencia, no me identifico. A mí, no me representan, y mucho menos de esa forma;
  • el segundo, porque retada por una reflexión en la iglesia local en la que me reúno, identificaba este asunto como uno de esos en los que prefería dar un paso al frente que un paso atrás, porque creo que estos asuntos han de abordarse de manera urgente, y elijo el medio de mi individualidad pública, por otro lado, porque la asociación con grupos o banderas de cualquier signo se me hace cada vez más difícil. Nadie en la conversación de la iglesia me hablaba de que me manifestara sobre esto en concreto, en este contexto de arcoíris y cruces, pero mi corazón hace tiempo que se debatía en un tira y afloja que solo se rebaja, en general, cuando uno decide expresar lo que siente que tiene que decir y que decirse a sí mismo por coherencia.

No me siento representada por quienes se auto-asignan el derecho de imponer sus arcoíris particulares sobre todo lo demás. Porque puedes pensar diferente, te puedes indignar, ofender o revolverte frente al pensamiento de otro que sientes que te ofenden desde sus creencias religiosas. Pero si realmente tienes madurez, te pones por encima de eso y no te rebajas al mismo nivel. Porque algunas reacciones parecen más producto del estómago y la acidez que de la cabeza y el raciocinio. Y sepan los tales, por cierto, que el arcoíris es un símbolo de naturaleza universal que, si por “casualidad”, resulta que Dios existe, refleja el pacto de Dios con una naturaleza a la que no renuncia, por más que se empeñe en darle la espalda. Tiene que ver con la no destrucción precisamente, por causa de todo ello y de ahí que, con el tiempo, sobre el horizonte, se haga visible la sombra de una cruz. 

Emociones apasionadas tenemos todos, pero hay líneas, lo siento, que entiendo que no se deben cruzar. Y no se han de traspasar en ningún sentido: 

  • ni para echar botes de pintura sobre las estatuas de reformadores, desnudarse en una iglesia, recitar poemas sangrantes mofándose de lo que otros entienden como sagrado, escoger títulos de libro ofensivos por el tono del insulto que durante tanto tiempo se intentó erradicar, o colgarse en una cruz en pro de los derechos LGTBI, por poner solo algunos ejemplos,
  • ni tampoco para insultar, emitir juicios sobre el fin del mundo, usar la Biblia como arma arrojadiza, o incluso hacer propuestas de quema de libros o librerías, si la cosa se enciende y el ambiente de los chats se presta a ello.

¿A alguien se nos escapa que ambos enfoques reposan sobre la misma naturaleza torcida, y que eso está bien lejos de elecciones sexuales, o de tipo religioso? A ver si va a ser que tenemos mucho más en común entre nosotros de lo que nos diferencia, pero que estamos tan obsesionados con lo que cada uno hemos querido potenciar que nos estamos perdiendo todo lo demás y realmente importante. Jesús mismo explicaba que Él no venía a condenar al mundo, sino a que el mundo fuera salvo por Él. Lo relevante, entonces y ahora, entonces, siempre fueron o debieron ser las personas, con capacidad de decisión para aceptar o no esa salvación y vivir coherentemente con ello. Pero esa misma libertad la quiero también para mí, porque es justo que así sea, aunque no salga a la calle en un día del orgullo cristiano (si es que tal cosa puede existir).

  • Los cristianos durante mucho tiempo malentendimos que persona y conducta no son lo mismo, aunque vayan juntos. Y que Jesús nunca dejó de acompañar y acercarse a las personas a pesar de su comportamiento. Así lo hizo con nosotros, que no se nos olvide. Mis inclinaciones no son muy diferentes de las que observo en las calles del orgullo gay, si soy del todo honesta. Quizá se manifiestan de forma diferente, pero Dios nunca estuvo contento, ni lo está, con ninguna de ellas. Ni con las que se quedan en mi corazón y no dejo salir por temor, vergüenza o ser políticamente correcta. Eso me hace exactamente igual al resto. La diferencia no soy yo, entonces, sino Jesús, porque con Él Dios sí estaba satisfecho.  Así que decido agarrarme a eso por convicción y decisión propias. Es algo entre Dios y yo, que no me convierte en homófoba, mal que algunos lo crean. No veo a Jesús peleando estas cosas, la verdad, así que yo tampoco lo hago en la medida de que soy capaz.
  • Para los que hablan bajo el paradigma del arcoiris, no puedo impedir que les irrite que existan creencias en las cuales a sus elecciones, como a las mías, se les llama pecado. El nombre no se lo pusimos los cristianos, por cierto. Pero sepan que cada uno de los que estamos bajo la bandera de la cruz, aunque a veces se nos olvide recordarlo y decirlo, desgraciadamente, también somos pecadores según ese Dios en el que creemos que no hace acepción de personas. Así que efectivamente no podemos señalarles con el índice sin que los otros dedos de la mano nos señalen a nosotros y hoy, más que en otras ocasiones, me lo recuerdo.

Superemos, entonces, esta aparente cuestión lingüística de una vez y procedamos a convivir, unos y otros, sin que esto se convierta en un atropello constante al patrimonio histórico, cultural, ideológico y personal del que no podemos desprendernos por mucho que nos apetezca. Hemos cometido como cristianos errores imperdonables que no eran desde la ingenuidad, sino desde el pecado mismo. Y lo mismo sigue sucediendo desde otros frentes ideológicos también, lo que pasa es que a cada cual le duele lo suyo, y el dios que se adora es diferente. Sin embargo, a ver si pudiéramos llegar a un punto de respeto por el que la libertad de creencia y expresión, sea de tipo ideológico o religioso, sean iguales para todos, porque aún no hemos llegado ahí.

Obvia decir, porque a los hechos me remito, que uno puede fanatizarse en lo uno y en lo otro. Y da igual, incluso, cuán afín hayas sido a la causa, o durante tiempo, o cuál sea tu historia personal al respecto, como pasa con algunos de los “escracheados” hace unos días de la formación Ciudadanos en pleno orgullo gay en Madrid. Personas cuya ideología no comparto, pero sobre los cuales no cabe demasiada duda en cuanto a su afinidad con la bandera multicolor, por sus propias situaciones personales. Sin embargo ha caído sobre ellos todo el peso de la opresión, la violencia y la amargura de no poder soportar que cada uno decida lo que quiera o ejerza su papel político como estime conveniente. Aquí no hay opción buena: prohibido disentir. O te alineas conmigo en todo y en todo momento, o eres mi enemigo declarado contra el que cargaré con toda mi furia. Suena ciertamente desarrollado y comedido, como puede verse. Absoluto mensaje de inclusividad y tolerancia, como muchos de los nuestros, tristemente, cuando nos cargamos de razones.

Les habla alguien que ha sido discriminada por ser cristiana desde mucho antes de tener incluso uso de razón, así que no han empezado a acuñar ustedes el concepto de discriminación ahora. Es solo que unas diversidades no pesan lo mismo que otras porque no suenan todas tan “progre” ni tan coloridas. Así que nadie les impide sacar a Dios de su ecuación y salir orgullosos a la calle a proclamarlo, pero nadie puede impedir que yo decida incluirle y hablar de ello todo lo abiertamente que crea conveniente, siempre desde el respeto objetivo y, si me apuran, con el mismo nivel de despliegue que usan ustedes. Probablemente no lo haga tal cual, porque no es mi estilo. Pero en las sociedades democráticas  pensar diferente y responder cuando se pregunta nunca fue un delito. Ahora parece que lo es, sin embargo. Eso suena más bien a dictadura ideológica y a regímenes autocráticos de los que no pensé que formaba parte.  

Para los que hablamos desde la cruz, recordemos que la persona central de nuestra cosmovisión ha de ser Jesús y nuestro objetivo es reflejar el tipo de persona que Su acción debiera llevarnos a ser, tratando con los demás como Él trató con nosotros. Demasiadas veces nos parecemos mucho más a un Saulo de Tarso no regenerado, obsesionado con el cumplimiento de la ley, que a un Pablo que, aunque inspiraba a los creyentes a vivir conforme a lo que habían creído, no dedicó su vida a condenar al mundo, sino a que las personas conocieran que podían ser salvos por Jesús. Hoy nadie nos pregunta de Jesús, y en demasiadas ocasiones, si se hace, es de forma capciosa. Pero no desesperemos. Abordemos estos asuntos con la mesura necesaria y no lancemos rayos de juicio cuando Dios mismo no trata así al mundo ni a nosotros mismos cuando andábamos en las mismas cosas que el resto. Mientras no hayamos sido completamente liberados de esa carga del pecado que nos asedia, procuremos tener bien presente la medida en la que hemos sido perdonados y tratados.  

Quien se acerca al cristianismo, desprendiéndose verdaderamente de prejuicios, encuentra un mensaje terriblemente desafiante: Jesús, como Dios, no estaba de acuerdo con el estilo de vida ni de una sola persona sobre la faz de la Tierra, tampoco la nuestra, porque en ningún caso había la alineación correcta con un Dios Santo. Tanto daba si entonces hubieran podido estar bajo la bandera multicolor o la de la cruz, prostitutas, adúlteras, personas de toda orientación sexual también, créanme, y por supuesto fariseos, defensores supuestamente de una ley de Dios que ni el propio Dios suscribía como el propio Jesús mostró. Estos últimos serían los que se ubicaban bajo la bandera de Dios, de su linaje como nación. 

Pero por unos y otros, sin distinción y sin condicionantes diferentes, murió Cristo. Así que, lo que aplicaba a ellos entonces, aplica a todos nosotros hoy, sea bajo arcoíris o bajo la sombra de una fría cruz.

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