La historia de nuestros fracasos

Creemos falsamente que nuestra vida se concentra en nuestras actividades, y no en nuestra simple existencia; llevamos estos modelos empresariales a las iglesias.

15 DE JULIO DE 2019 · 14:20

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En efecto, Herodes mismo había mandado que arrestaran a Juan y que lo encadenaran en la cárcel.

Marcos 6:17

El choque cultural está ahí, y si uno se fija un poco puede verlo detrás de casi toda la crispación y la incomodidad con las que nos reciben las redes sociales últimamente. Está él choque cultural y también está el choque subcultural; y también está nuestra ceguera cultural. Aunque son necesarios y buenos los ejercicios de contextualización, creo que deben quedarse en eso: en ejercicios. Creo que no deberían pasar nunca a la categoría de doctrinas, y mucho menos de dogmas. No es fácil de ver. En una cultura postindustrial que atraviesa una grave crisis de identidad, por muy necesario que sea hablar sobre el éxito, el liderazgo efectivo y los impulsos empresariales, a veces resulta demasiado forzado que la teología que nos llegue a través de la literatura cristiana sea una que no vea más allá de esto y que incluso pretenda blanquear los defectos de esta cultura postindustrial haciéndolos pasar por bíblicos.

Cuando esto sucede, el choque cultural se nos mete dentro. Notamos su incongruencia y cómo nos incomoda, pero sin herramientas para expresarlo se queda en eso nada más: en una incomodidad. Este sistema crea sus propios monstruos y sus propios dioses a los que rendir culto y sacrificio: el dios de la seguridad económica, el dios del éxito, el dios del emprendimiento, el dios de la mente positiva. Y, como todos los dioses paganos que han existido en todas las culturas de la humanidad, todos contienen una parte de la esencia divina real, un destello de lo que se percibe como verdadero, salvo que manufacturándolo hasta desfigurarlo. Nos acabamos creyendo que hemos sido creados para ser productivos, cuando hemos sido creados para que Dios nos disfrute. Creemos falsamente que nuestra vida se concentra en nuestras actividades, y no en nuestra simple existencia; llevamos estos modelos empresariales a las iglesias, algo que las revivifica en un primer momento, pero que después las va anquilosando. El falso dios del éxito hace su aparición, un dios formado por los anhelos humanos, y entonces tenemos que analizarlo todo bajo su perspectiva y sus dogmas. Y tenemos un problema, porque gran parte de la Biblia habla a través de los fracasos.

La vida de Juan el Bautista, tal y como se nos relata en los evangelios, ¿debe considerarse de éxito o de fracaso? Nos resulta imposible de responder. Debería ser considerada una vida de éxito, porque fue el que anunció la llegada del Mesías, porque hizo que muchos se arrepintieran y fueran hacia Jesús. Pero debería ser considerada una vida de fracaso, porque nunca tuvo relevancia más allá que para unos cuantos de sus seguidores; porque acabó encarcelado por su mensaje excéntrico, y murió de una manera ridícula y completamente evitable.

Al encontrarnos con esto, alguien necio diría que hoy la Biblia es imposible de entender, cuando lo que es imposible es forzar categorías morales del siglo XXI en la narración bíblica. No se puede hablar de éxitos ni de fracasos, ni de liderazgos ni seguidores; ni de relevancia, influencia o visibilidad. Nada de lo que hoy consideramos vacas sagradas encaja en una historia como esta.

Hoy tenemos a nuestros héroes (a veces, instantáneos), personas que saltan a la popularidad por algo bueno que han hecho, pero que se ven también aplastadas de repente por una losa insoportable de moralidad. Si has hecho algo bueno y estás en el ojo público, el público que te observa te va a exigir que lo hagas todo bueno siempre, aunque eso, a veces, signifique tener que hacer cosas contradictorias o imposibles. No puedes hacer o decir nada que pueda resultar ofensivo desde ninguna perspectiva o invalidarán toda tu obra. Es más: no puedes haber hecho nada en tu vida mínimamente cuestionable, ni un chiste, ni una decisión antigua, ni una equivocación de juventud. La moral pagana no tiene clemencia. Y no la tiene porque no sirve al Dios bíblico, sino al pequeño falso ídolo de los éxitos humanos. 

Creo que en la historia de Juan hay más sombras que luces y, aun así, se nos habla de él como un ejemplo a seguir. Cumplió su llamado y lo hizo estupendamente, porque su historia y su legado se han venido repitiendo durante milenios. El hecho de que nosotros hoy escuchemos hablar de Juan el Bautista y sepamos que es el que anunció la llegada del Mesías es una inmensa señal de éxito. Pero, como todo, está dentro de una intrincada historia de fracasos. Hoy en día creo que nadie completamente convencido del sistema de los éxitos y el liderazgo aceptaría el llamado de Dios a ser un excéntrico eremita para llevar un mensaje y cumplir una misión así de peculiar. Estamos dispuestos a servir a Dios, pero no a cualquier coste. Y los peros que le vamos dejado a él cada vez nos reducen más el espacio vital.

Este es un tema para zambullirse y explorar en un espacio mucho más largo que un pequeño artículo. Con lo que me quedo es con la historia de la muerte de Juan, la pena y la frustración que produce y, a la vez, la enseñanza que nos deja: no sirve de nada observar la vida como un combate entre éxitos y fracasos. Desde luego, no tienen ningún sentido frente a Dios. Tener una vida de éxitos no nos justifica; ni siquiera tener una vida de éxitos pastorales, o ministeriales. Porque no hay ninguna obra, ninguna, ni siquiera la más santa (ni siquiera, por ejemplo, haber conseguido ser un pastor aclamado mundialmente y haber fundado iglesias prósperas en todas partes) que sirva para pagar el pecado que llevamos metido dentro. Para eso existe la cruz.

Y, a partir de la cruz, escuchemos el mensaje de debilidad que Pablo recita una y otra vez en sus cartas a lo largo del Nuevo Testamento. Observemos nuestra debilidad y nuestro fracaso a los ojos del mundo como el caldo de cultivo en el que Dios hace cosas extraordinarias en sus hijos, y a través de ellos. Dios también es el Señor de nuestros fracasos, y él no es el diosecillo del éxito que nos hará pagar por ellos, sino que se glorificará en la historia de nuestros fracasos, como hizo con Juan. Y con todos los demás.  

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - La historia de nuestros fracasos