Diversas escuelas apologéticas (II)

Un repaso al resto escuelas apologéticas, a parte de la clásica. 

13 DE JULIO DE 2019 · 21:25

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2. Apologética evidencialista

El evidencialismo intenta comprobar, en la medida de lo posible, las afirmaciones fundamentales del cristianismo. En el examen de tales evidencias, como los milagros de Jesús y de los apóstoles, suelen emplearse las leyes naturales, la lógica y ciertas disciplinas científicas como la arqueología, antropología, geografía, historia, lingüística, etc. Se procura enfocar las distintas afirmaciones o acontecimientos relatados en la Biblia como si fueran casos legales y, por tanto, se les trata desde la perspectiva jurídica. Es decir, aplicando criterios procesales con el fin de examinar los hechos disponibles. Esto significa que se le concede mucha importancia a la probabilidad ya que, entre todas las opciones o resultados posibles, se elige el que mejor concuerda con la evidencia disponible. En este sentido, un destacado apologista evidencialista, el teólogo luterano, John W. Montgomery, escribe las siguientes palabras:

Los historiadores deben tomar decisiones permanentemente -y por cierto, todos nosotros también- y el único camino adecuado es guiarse por la probabilidad, puesto que la certeza absoluta solo existe en el campo de las matemáticas y la lógica pura, donde, por definición, uno no encuentra realidades de hecho. (…) Si resulta que en la probabilidad encontramos sustento para estas afirmaciones (…), entonces debemos actuar a favor de tales afirmaciones.[1]

La diferencia entre la apologética clásica y la evidencialista estriba en cómo entiende cada una de ellas la teología natural o racional. Ésta última se define como el método de encontrar evidencias de Dios sin necesidad de recurrir a la revelación sobrenatural. Por tanto, la apologética clásica afirma que la existencia de Dios y de los milagros deben ser demostradas primero, por medio de la teología natural, para que tales acciones sobrenaturales se interpreten como signos de la revelación. Mientras que el evidencialismo, por el contrario, mantiene que el estudio de las pruebas del cristianismo no presupone la teología natural. Son los propios milagros de Jesucristo, en especial su resurrección, los que constituyen evidencias o pruebas de que Dios existe.

La apologética evidencialista hunde sus raíces en la Alta Edad Media, pero es durante los siglos XIX y XX cuando aparecen los principales representantes, como el profesor de teología del Seminario de Princeton (en New Jersey), Benjamin B. Warfield (1851-1921) y el teólogo protestante alemán, Wolfhart Pannenberg (1928-2014). El físico teórico estadounidense, Frank J. Tipler, escribió refiriéndose a este último: "Pannenberg es un caso aislado entre los teólogos del siglo XX: fundamenta la teología en la escatología; para él, la palabra 'Cielo' no es sólo una metáfora, sino algo que realmente existirá en el futuro. Por tanto, se trata de uno de los pocos teólogos contemporáneos que creen realmente que la física debe de mezclarse con la teología; se toma verdaderamente la molestia de comprender la ciencia actual".[2] Entre los teólogos evangélicos evidencialistas contemporáneos cabe citar también a Clark Pinnock, R. Douglas Geivett y Gary Habermas. Entre las obras de Habermas, destaca In Defense of Miracles.[3]

Otro de los evidencialistas evangélicos más populares es Josh McDowell, quien se hizo famoso en la década de los 80 gracias a su libro titulado precisamente así: Evidencia que exige un veredicto.[4] En dicho texto se refería a temas fundamentales de la apologética cristiana como la singularidad y credibilidad de la Biblia, la persona humana y divina de Jesucristo, su resurrección, así como a las profecías del Antiguo Testamento cumplidas en el Nuevo. En todos estos asuntos, apela continuamente a los hallazgos arqueológicos realizados en la región del Mediterráneo oriental y en el Próximo Oriente, tales como manuscritos antiguos, inscripciones en roca y arcilla, así como también ciudades o lugares geográficos mencionados en la Biblia, a los que los escépticos no dieron credibilidad hasta que fueron descubiertos.

 

3. Apologética presuposicionalista

Los autores presuposicionalistas parten de la base de que el cristianismo es verídico y posteriormente razonan a partir de dicho presupuesto. Argumentan que todo el mundo tiene presuposiciones básicas, incluso los escépticos en su equivocada cosmovisión atea. Por tanto, la misión del apologista cristiano consiste en presentar la verdad de la fe cristiana frente a la falsedad de cualquier otra cosmovisión opuesta a Jesucristo. A diferencia de las apologéticas clásica y evidencialista, el presuposicionalismo rechaza la validez de los argumentos tradicionales que pretenden demostrar la existencia de Dios, tales como el argumento cosmológico o el teleológico. De la misma manera, difiere también del uso que se le concede a la evidencia histórica. Si, para el apologista clásico, los acontecimientos históricos hablan por sí mismos o se interpretan a sí mismos en su propio contexto histórico, para el presuposicionalista no lo hacen, ya que todo hecho histórico se interpreta siempre dentro de una determinada cosmovisión. La historia sólo puede entenderse a partir de puntos de vista particulares.

El Dr. Norman L. Geisler, recientemente fallecido, señala hasta cuatro tendencias distintas dentro del presuposicionalismo.[5] Es decir, el presuposicionalismo de la revelación, que es mantenido por autores como el teólogo reformado holandés, Cornelius Van Til (1895-1987).[6] Este autor sostenía que para poder entender bien todas las cosas (el universo, la vida, la conciencia humana, el lenguaje, la historia, etc.) es necesario asumir que el Dios trino se ha revelado al ser humano en la persona humana y divina de Jesucristo, tal como enseña la Biblia. Ningún otro conocimiento sería posible si no se parte de dicha realidad trascendental. Van Til mantenía que la apologética cristiana no debe caer en el error de aceptar la lógica secular como la única herramienta determinante para juzgar la verdad. Muchas afirmaciones de la fe son contrarias a la lógica humana. Desde la doctrina de la Trinidad hasta los milagros realizados por Jesús constituyen realidades que no pueden ser explicadas mediante la razón. ¿Significa esto que sean falsas o no ocurrieran en realidad? Por supuesto que no. Luego entonces, la fe en la Revelación conduce al descubrimiento de la verdad. La cristiandad no puede renunciar a la fe, ni dar por cierto ningún supuesto ideológico que prescinda de Dios.

En segundo lugar, está la tendencia racional (presuposicionalismo racional) del filósofo presbiteriano, Gordon H. Clark (1902-1985) y de su discípulo, Carl F. H. Henry (1913-2003), quienes apelan a la ley de la no contradicción para argumentar que, si realmente Dios se ha revelado en la Escritura y por tanto el cristianismo es verdadero, todas las demás ideologías que se opongan a él serán falsas por definición. Sería una contradicción de términos que no fueran. Las cosmovisiones contrarias presentan contradicciones internas, mientras que la fe cristiana es ideológicamente consistente.

La tercera tendencia es la consistencia sistemática del teólogo bautista y presidente del Seminario Teológico Fuller en Pasadena (California), Edward John Carnell (1919-1967) y de su discípulo, Gordon R. Lewis (1927-2016). Igual que sus colegas del presuposicionalismo racional, creen que la apologética cristiana debe ser racionalmente coherente y, además, satisfacer las necesidades existenciales del ser humano. Según su opinión, únicamente el cristianismo satisface todas estas condiciones, por lo que es el único verdadero frente a todos los demás sistemas falsos que se le oponen.

Por último, está el presuposicionalismo práctico del teólogo presbiteriano, Francis A. Schaeffer (1912-1984), quien estableció la comunidad cristiana L’Abri en Suiza, en la junto a su esposa recibían a intelectuales de los años 60 y 70 interesados. Se trata de una variante de la consistencia sistemática. Una de sus aportaciones más singulares es, como su nombre indica, de carácter práctico o vivencial. Para saber si una ideología o sistema de pensamiento es verdadero o falso, bastaría con llevarlo a la práctica. Si puede ser vivido de manera satisfactoria por las sociedades humanas, produciendo realización y bienestar personal, debe considerarse como ideología verdadera. En caso contrario, tiene que rechazarse porque se trata de un sistema falso. Esto último es lo que ocurre precisamente con todas las ideologías no cristianas imposibles de vivir en la práctica.

Las críticas al presuposicionalismo en general han sido numerosas. Por ejemplo, desde la apologética clásica, se ha cuestionado su rechazo de los argumentos tradicionales en favor de la existencia de Dios. También la apologética histórica o evidencialista ha defendido la neutralidad de los acontecimientos históricos contra la postura presuposicionalista que afirma que éstos no son neutros sino que dependen siempre de alguna cosmovisión que los interpreta a su manera. Y, en fin, desde el fideísmo se ha señalado que el presuposicionalismo de la revelación, no sería más que otra forma de fideísmo.

 

4. Apologética fideísta

El término “fideísmo” proviene del latín fide que significa “fe”. Los teólogos fideístas, por tanto, afirman que sólo mediante la fe se pueden asumir correctamente las propuestas del cristianismo. La razón humana estaría impedida para hacerlo y suponen que ésta siempre fracasará en sus argumentaciones apologéticas. Por tanto, se rechazan los clásicos argumentos para la existencia de Dios (cosmológico, teleológico, moral, etc.), así como las evidencias históricas y todo aquello que dependa de razonamientos humanos. El reformador Martín Lutero ha sido señalado como uno de los primeros teólogos pertenecientes a esta corriente. Según su opinión, comprender no es más que tener fe. En sus comentarios a la epístola a los romanos, escribe:

El entendimiento de que habla aquí el salmista es la fe misma, o el conocimiento de cosas que no se pueden percibir con la vista sino sólo con la fe. Por eso es un conocimiento en lo oculto, porque tiene que ver con cosas que el hombre no puede conocer por sus propios medios.[7]

De manera que únicamente por medio de la fe se pueden entender cosas como la Trinidad, la encarnación o la resurrección de Jesucristo. La mente humana está limitada para comprender tales misterios.

 

5. Apologética integral

Es un intento de recoger los aspectos más importantes de cada uno de los diferentes tipos de apologética. En vez de usar un único método para defender la fe frente a personas escépticas o que dudan, se procura dejar que las necesidades de cada persona sean las que determinen cuál o cuáles métodos emplear en cada caso. Francis Shaeffer lo explicaba así: No creo que haya un único sistema apologético que contemple las necesidades de todas las personas, así como no creo que haya una única manera de evangelizar que responda a las necesidades de todas las personas. La apologética debe modelarse sobre la base del amor por el otro como persona.[8]

 

Notas

[1] Montgomery, J. W. 2002, History, Law and Christianity, Canadian Institute for Law, Theology & Public Policy, Edmonton, AB, Canada, p. 64, citado en Powell D. 2009, Guía Holman de Apologética cristiana, B&H, Nashville, Tennessee, p. 358.

[2] Tipler, F. J. 1996, La física de la inmortalidad, Alianza Universidad, Madrid, p. 26.

[3] Geivett, R. D. & Habermas, G. 1997, In Defense of Miracles, Downers Grove, IVP Academics.

[4] McDowell, J. 1993, Evidencia que exige un veredicto, Vida, Florida.

[5] Geisler, N. L. 2012, The Big Book of Christian Apologetics, BakerBooks, Grand Rapids, Michigan, p. 453.

[6] Cornelius Van Til, 1979, The Defense of the Faith, Presbyterian and Reformed, Phillipsburg, NJ; también puede leerse un breve resumen del pensamiento de Van Til en Ramsay, R. B. 2006, Certeza de la fe, CLIE & FLET, Viladecavalls, Barcelona, pp. 136-143; https://www.tabiblion.com/liber/Libros4/RichardRamsayCertezaDeLaFe.pdf

[7] Lutero, M. 1998, Comentarios de Martín Lutero, Romanos, vol. I, Clie, Terrassa, Barcelona, p. 127.

[8] Schaeffer, F. A. 1982, The Complete Works of Francis A. Schaeffer, vol. 1, A Christian View of Philosophy and Culture, Crossway, Wheaton, IL, p. 177.

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