Caminando a la luz de nuestro ‘Manual de Instrucciones’

En la Biblia, sobre todo, nos encontramos con nuestra tabla de salvación que nos abre la puerta a la Esperanza.

06 DE JULIO DE 2019 · 12:00

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Continuando con la lectura de 2 Reyes, justo en el capítulo 5, llama la atención una historia que muchos conocemos, y que involucra nada menos que a un general que estaba al servicio del rey de Siria, Naamán, y a una muchacha israelita, quien había sido llevada cautiva por los sirios y puesta al servicio de la esposa del general. Dos personas que no tienen nada en común. Nada. Ni creencias, ni posición social, ni edad... Eso lo podemos percibir mientras nuestros ojos recorren las líneas que relatan los hechos. Y una fe genuina en el poder de su Dios, por parte de esta muchacha, quien a pesar de sus circunstancias no se detiene en lo mal que está, no guarda ningún rencor por aquellos que la habían sacado de su país, de su casa, de sus costumbres.   Sabía que no estaba allí por casualidad, que su Dios era un Dios poderoso y justo. Y fiel. Siente misericordia por ese hombre que lo tiene todo, pero le falta algo para ser completo, su salud, pues padecía lepra. Ella no ve su grandeza ni posición, ni sus hechos; sólo ve los propósitos de su Dios. Que Él responde en todos los lugares, aunque no sea en su querido país. Y le da a Naamán, el causante de su exilio involuntario, una propuesta de solución para su estado precario: “Si mi señor fuese a ver al profeta que hay en Samaría, él lo curaría de la lepra”.  Y aun en Naamán, a pesar de su reticencia inicial, vemos que también hay algo que destacar, y es su humildad, pues se digna a oír a una muchacha judía y esclava. Empieza a verlo todo con otros ojos.  Pero también, por un momento, nos encontramos con alguien con mucho poder y deseos de ser atendido como tal, ya que le parece indigno que el profeta Eliseo solo le mande bañarse siete veces en el río Jordán para ser sanado, con los grandes ríos, Abaná y Farfar, que había en su tierra. Al final, vemos a un Naamán que se baja del pedestal, obedece las instrucciones del profeta, ¡atendiendo al consejo de sus empleados! ¡Y reconoce a Dios como el único verdadero dios!: “Ahora conozco que no hay otro Dios en toda la tierra, sino en Israel” (5.15). El que agradece no es una autoridad de Israel, sino un general sirio. ¡Y está agradecido! Una vez más podemos constatar que para Dios no hay un lugar mejor que otro. No sufría pensando por qué no es uno de Jerusalén, o de Ramot de Galaad. Lo que Dios soñaba era que Naamán experimentara su gracia y misericordia, y con ello empezara de cero como un hombre nuevo. Es como si hoy dijésemos qué pena que el que se ha convertido no es de París sino de Nigeria, y nos olvidamos de que Cristo mandó hacer discípulos en Jerusalén y hasta en lo último de la tierra. Y Naamán promete solo adorar a este Dios verdadero cuando llegue a su tierra. Quizá dando testimonio de todas estas cosas entre sus coterráneos. Difundiendo, no los cotilleos de moda, sino desde ya, la verdad que hace libres.

No sé por qué, a veces Dios se va en busca de seguidores no donde a mí me gustaría, sino que va a los lugares donde pienso que no puede salir nada bueno. Y nos presenta a este sirio como un hombre agradecido, a pesar de quien era. Pues los que han sido tocados y son guiados por el espíritu de Dios, y andan en sintonía con él, se vuelven como niños. En ese momento recordé que Jesús no había venido a llamar a los justos.

Agradecido, Naamán quiere remunerar al profeta de alguna manera, a lo que éste se niega rotundamente. Y me imagino que necesitaba cualquier detallito, pues según nos muestra la Palabra, vivía modestamente, pero siempre provisto de lo mínimo necesario. Estoy segura de que, si del carro de Naamán hubiesen caído dos millones de talentos, Eliseo los recogería y devolvería sin dudarlo. Porque su compromiso con Dios así se lo exigía. Él se encargaba de proveerle lo necesario. Y no es que a Dios le repela la prosperidad de sus gentes. Quiero que se entienda bien: no digo que a Dios le desagrada que vivamos bien, claro que sí, y ahí están los ejemplos de Salomón a quien aparte de la sabiduría le concedió fama y riquezas, o David, que no vivía mal, o José en Egipto, o aquellas mujeres que apoyaban con sus recursos el ministerio de Jesús, solo por citar algunos. Pero no de cualquier forma, y sé que no es fácil seguir esta norma. A veces, sin darme cuenta caigo en una de estas pequeñeces, o me parecen tan normales y no quiero parecer legalista rechazándolas. Pero también podemos constatar que cuando Él llama de verdad, el llamado se vuelve desinteresado, tanto que no se puede comprender. Y los demás tampoco lo pueden comprender y desconfían, incluso pueden mirar el bolso de alguno que da muestras de generosidad por si acaso se le ha ocurrido llevarse algo. Pero eso es porque todavía transitamos por este mundo. Nos pasa a todos.

Pero he ahí que el profeta supera cualquier intención. Tenía que demostrar al nuevo prosélito (como Rut), que había decidido refugiarse bajo las alas de Dios, que todo lo que había dado era por pura gracia de Dios. Por soberana voluntad de éste. Que como un hombre de Dios no estaba desesperado por sacar provecho de todo, sino de mostrar la gloria del Dios que le proveía sin necesidad de pedirlo y por los cauces más idóneos. Sobre todo, porque en ese momento la corrupción campeaba a sus anchas y había que marcar la diferencia. Naamán tenía que marchar con un buen sabor en la boca. Pero como decimos, todavía estamos por acá, y lo antiguo se quiere imponer de nuevo. Tanto es así que Guejazí, quien servía al profeta, y veía su ejemplo cada día, se ve revestido por la codicia. No le sienta bien que Eliseo rechace los regalos ofrecidos. Pensaría que se lo merecían y que a él le correspondía un poquito, ya que siempre estaba laborando. Y es verdad, pero seguro que el profeta compartía con él sus exiguos recursos. Y ejemplo tenía en casa sobre cómo actuar, pero todavía no había entendido bien el asunto.

Guejazí pensó: “Mi amo ha dejado marchar al sirio ese, Naamán, sin aceptar lo que le ofrecía. Juro por el Señor que voy a correr tras él para ver si consigo algo”. Y sale tras él. Ya sabemos que a veces las sombras se superponen a la luz. Y lo estropea más cuando miente diciendo que viene en nombre de Eliseo. Utiliza su nombre, algo parecido al tráfico de influencias, que es una práctica que está a mano de todos nosotros. En este caso, Eliseo no había enviado a Guejazí. Vamos en nombre de alguien que no lo sabe y lo dejamos mal, muy mal. Todo lo que Eliseo había hecho podía haber sido en vano, sobre todo delante de alguien que recién conocía las maravillas del Dios de Israel. Qué cuidado debemos tener si queremos ser ejemplo, embajadores de Dios en el mundo. Mostrar un poquito de Él a los demás. Y no es fácil; no lo es. Hay que trabajarlo. “He aprendido…”, dice Pablo en la carta a los filipenses. Y digo esto con gran respeto porque sé que nadie debe creer estar firme y descuidarse, ya que hasta sin darnos cuenta podemos no dar la talla y ser un mal ejemplo para los que están a nuestro alrededor.

Dice 1 Timoteo 6.10: “Y ciertamente la religión es un magnífico negocio cuando uno se contenta con lo que tiene. Porque nada trajimos al mundo y nada podremos llevarnos de él… La avaricia, en efecto, es la raíz de todos los males y, arrastrados por ella, algunos han perdido la fe y ahora son presa de múltiples remordimientos”. Muchas obras y proyectos pueden caer por un mal testimonio delante de los que nos rodean, por eso hay que velar. Pienso en cómo podemos desanimar o estimular a otros con nuestro ejemplo, nuestras palabras, nuestra discreción, prudencia, justicia… Y estropearlo por nuestra avaricia. Seguro que Guejazí tenía proyectos, sueños, deseaba una vida mejor y con mayor independencia, lo cual era lícito, pero quiso ir por la vía más rápida para conseguirlo. Nos puede pasar, ir a por todas sin importarnos cómo, incluso pisoteando a otros. El poder, las riquezas y otras cosas atraen. Pero ahí encaja el dominio propio, la sensibilidad, el afecto, la fe en un futuro que está más allá pero que ayuda en el más acá; eso que no tienen otros seres vivos; o sí, me atrevería a decir, pues nos encontramos con animales que protegen a sus dueños dando hasta la vida. Y veo a otros que la quitan por nada, hasta por un seguro de vida o unas zapatillas. Ejemplo tenemos en Guejazí acerca de lo que no debemos hacer o seguir. Es ahí donde se puede ir notando que nuestra vida va siendo transformada conforme a la estatura de Cristo. Es una responsabilidad muy, pero muy grande. Y qué privilegio el poder tener este manual que puede ayudarnos en nuestro caminar. Hoy mismo, sin planificarlo, estoy recordando estas instrucciones por si se me habían olvidado. Nada sucede por casualidad… 

Y retrocedo hasta el siglo XVI, concretamente al año 1517, cuando Lutero había alcanzado su doctrina sobre la justificación, y también cuando se escandaliza por las consecuencias entre el pueblo por la predicación de indulgencias con el fin de obtener los recursos para la construcción de la basílica de San Pedro en Roma. Aunque Lutero no lo sabía, se dice que también era para sufragar una deuda contraída por Alberto de Brandeburgo, para así poder ocupar las sedes episcopales de Maguncia y Magdeburgo. Sus tesis iban en contra de lo que transmitían los predicadores: que los años de condena en el purgatorio (ya sea propia o de familiares fallecidos) podían reducirse si se daba dinero que contribuyese a los fines mencionados. Se estaban vendiendo los beneficios espirituales. La salvación no se compra ni se vende, lo sabemos. Ni el perdón, ni la misericordia de Dios. Los cristianos eran engañados en un tema crucial como lo es el de la salvación. Pueden existir asuntos difíciles de interpretar en las Escrituras, pero este, a mi modesto entender, es claro. Así decían dos de estas 95 tesis: “Los tesoros de las indulgencias son redes con las que ahora se pescan las riquezas de los hombres” (66). “Las indulgencias que los predicadores pregonan como las mayores gracias, se entiende que efectivamente lo son en tanto que proporcionan ganancias” (67). Y nos preguntamos cómo es posible que los grandes responsables de la Iglesia actuaran así. ¿Continuaba vigente en ellos el viejo hombre? Y no miro a nadie, sino a mí misma. Solo sé que este repaso me lleva a reflexionar y revisarme. Y otra vez digo: nada sucede por casualidad. Y para prevención. Por algo llamamos a las Escrituras nuestro ‘Manual de Instrucciones’, porque hay la indicación para cada situación. Que Dios nos ayude a ver con claridad sus instrucciones y a no equivocarnos a la hora de entenderlas y llevarlas a la práctica. 

Sobre el mismo tema y en la época, nos encontramos al dominico Francisco de Vitoria, coetáneo de Lutero, que menciona hechos similares sucedidos por aquí, en una de sus relecciones impartidas en el Estudio Salmantino: De Simonia. Una obra traducida por Luis Frayle Delgado para acercarnos a un tema de gran actualidad, y con muchas enseñanzas para el día de hoy. En el estudio introductorio sobre esta relección de Vitoria, realizado por Frayle Delgado, dice:

“La simonía fue un vicio habitual durante muchos siglos de existencia de la Iglesia, que llegaban hasta la Sede Pontificia, tanto en la misma elección del Pontífice, como en la provisión de los demás cargos jerárquicos, puesto que la Iglesia con su carácter espiritual, cuyo fin es la santificación y la salvación del hombre, no deja de ser humana y está constituida por hombres. De ahí que esos hombres cayeran en el pecado de simonía, que es la venta de 'cosas espirituales' por un precio, pactado o no, es decir por algo material que no es solo dinero, sino todo lo que son motivos, ajenos a lo espiritual, como es pretender otros fines nada espirituales al entregar los cargos y beneficios a personas indignas, o que no tienen cualificación para desempeñarlos, sin tener en cuenta las reglas de equidad y justicia. Se trataba, pues, fundamentalmente, de la concesión y consiguiente dominio o propiedad de lo que se llamó 'beneficios' y 'prebendas', es decir cargos y puestos lucrativos anejos al ministerio sacerdotal cuyo desempeño tenía como contrapartida una retribución de cualquier manera que fuera. Eran concesiones hechas por la jerarquía por motivos y medios que hoy llamaríamos todavía con una palabra acuñada entonces, nepotismo, o 'coimas', también tráfico de influencias, soborno, etc.". 

Continúo asombrada, otra vez, quizá con ojos nuevos, redescubriendo que la Palabra es viva, eficaz, y para todos los tiempos, permanece, no pasa de moda, no caduca como las hojas del otoño. Ella se pasea sobre la faz de la tierra cada día, para el que tenga ojos para verla, oídos para oírla y entendimiento para entenderla; a veces como un recio viento, y a veces como una suave brisa. Pero con toda la contundencia para dar firmeza y fuerza. En ella encontramos, si buscamos, respuesta para cada circunstancia si la leemos con el espíritu con el que fue escrita. Abre los ojos del entendimiento. Pero ¡ay que nos encontramos por aquí, todavía! Y puede producirse un rifirrafe entre lo antiguo y lo nuevo. Por eso necesitamos ayuda de lo alto. Y estar al día con este manual donde nos encontramos con ejemplos prácticos de cómo hacer y no hacer; por ejemplo, hoy, en 2 Reyes, nos encontramos con un caso de venta de cosas espirituales a cambio de dinero, o eso es lo que pretendía Guejazí. Pero también nos podemos encontrar con hambrunas que asolan la tierra, como las que padecen millones de seres humanos en la actualidad. O con los desastres naturales, o las consecuencias del deterioro del medioambiente. Nos encontramos ejemplos de relaciones interpersonales, en el matrimonio, con los hijos, los amigos, los desconocidos, en el trabajo, la iglesia. Nos encontramos con la hospitalidad, el perdón, el odio, el amor, la ingratitud, el dar, el recibir. La solidaridad, las buenas y las malas palabras. Los colaboradores fieles y los desleales. Las persecuciones, las acogidas, violaciones, asesinatos, migraciones… No terminaríamos nunca. Pero, sobre todo, nos encontramos con nuestra tabla de salvación que nos abre la puerta a la Esperanza. Continúo impactada porque, una vez más, la palabra ha venido para iluminar mis días, y quizá los de otros; espero que no vuelva vacía. Solo sé que, al hablar de estos temas, siento una responsabilidad tremenda; lo hago casi con temor y temblor.

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