Miedo paralizante

Sin miedo podemos enfrentarnos a todo lo que venga con el espíritu en su sitio, templado, firme.

01 DE JULIO DE 2019 · 11:59

Foto: Lucas Pezeta, Pexels (CC0),
Foto: Lucas Pezeta, Pexels (CC0)

¿Por qué tenéis tanto miedo?

Marcos 4:40

Una de las cosas que más me ha costado entender de los evangelios, y de la Biblia en general, es su insistencia en que podemos elegir no tener miedo. Lo asegura e insiste en cada ocasión: no temáis, no tengáis miedo. Es una orden directa. Esa orden implica que tenemos control sobre lo que tememos, pero, sinceramente, hasta hace bien poco yo no sabía dónde encontrar ese control. 

Cuando hablamos de lo corrompida que está la sociedad, se nos olvida siempre hablar de cosas que están profundamente enfrentadas a las verdades bíblicas pero que tenemos metidas tan dentro de nosotros mismos y de nuestras creencias que no nos damos cuenta. Una de ellas es el miedo en que vivimos inmersos: un miedo que es motor de relaciones, de toma de decisiones; el miedo como motor económico. La peor mentira de todas ha sido la de querer hacernos ver que el miedo y la precaución son lo mismo, y si dices que no hay que tener miedo, te responden despavoridos que no se puede andar por la vida sin tomar precauciones. Obviamente, por ejemplo, le pondrás todas las vacunas posibles a tus hijos por precaución, y en agradecimiento de que se hayan inventado. Pero esa precaución no quiere decir que debas estar todo el día meditando en el pavor que te daría que tu hijo se contagiara del tétanos. No son lo mismo, pero hay que pararse a explicarlo, y a veces ni siquiera te creen: ese es el poder del miedo y de quienes quieren controlarlo. Es muy poco agradable hablar de esto porque la gente cree que el miedo es bueno: otra mentira más. Han llegado a convencer de que necesitamos el miedo para estar concienciados, y que es el único modo de hacernos reaccionar. Hemos aceptado esa manipulación constante hasta un punto que sé que muchos leerán esto y se sentirán ofendidos, porque ocurre siempre. La verdad es otra. La verdad es que el miedo nos inutiliza la voluntad; utilizarlo para hacer que los demás hagan cosas para su propio bien (como cuidar del medio ambiente, o actuar en defensa de los débiles) es una bomba con temporizador que tarde o temprano te estallará en la cara. Y luego necesitarás una dosis más grande para que haga efecto. Luego, además, hay cosas que se disfrazan de odio y de rechazo que, en el fondo, no son más que otra forma de miedo: miedo a perder nuestra pequeña parcela de control, o de poder; miedo a que algo cambie; miedo al desconocido. 

Las palabras de Jesús, que resuenan a lo largo de toda la Biblia, nos hablan de que el miedo es un concepto muy diferente a lo que nosotros estamos segurísimos de creer. El miedo se puede rechazar, porque se puede elegir. Hemos crecido en una sociedad que nos ha insistido en que el miedo se tiene o no se tiene, pero que no podemos controlarlo, que hay cosas que dan miedo y punto. Y nos cuesta verlo de otra manera, nunca nos han enseñado a hacerlo. Pero, pensad: también la sociedad insiste en que el amor se tiene o no se tiene y no se puede forzar; y, sin embargo, Jesús insiste en que amemos a nuestro prójimo, y a nuestros enemigos, por propia voluntad. ¿No será que no hemos entendido el amor? Pasa lo mismo con el miedo. 

¿Por qué tenéis tanto miedo? No es una pregunta que Jesús le haga a los discípulos en la barca, sino que nos la está haciendo constantemente a todos nosotros, todos los días. Él insiste para que el miedo no se nos escurra hasta el fondo, donde no podemos verlo y desde donde es capaz de controlarnos. Pensad en todas las noticias, todos los tuits, todos los posts, todos los reportajes, todos los testimonios desgarradores, todas las imágenes, todos los videos que todos los días nos quieren convencer de todo a lo que hay que tener miedo. Ese es el miedo que podían tener los discípulos en la barca. Muchos eran pescadores y conocían bien la impotencia frente a las inclemencias del agua. Allí no había salvamento marítimo que pudiera ir a recogerles. No había seguros para minimizar las pérdidas que supondrían unos desperfectos a la barca. Un accidente marino, si no significaba la muerte significaba, directamente, la ruina. 

Tendremos miedo a lo largo de nuestra vida, y miedo paralizante, ya sabéis: los músculos agarrotados, la cabeza bajo una pesada nube de confusión. Hace un rato que me ha venido a decir mi marido que quizá nuestra nevera esté rota, y me ha venido uno de esos azotes del miedo: hace un mes la lavadora, ahora la nevera… Pero entonces, escucho de fondo esa amable voz de Cristo en mí: ¿por qué tienes tanto miedo? Puede que nosotros no tengamos recursos para comprar una nevera nueva en plena ola de calor… pero el Señor sí los tiene, y está de nuestra parte. Igual que siempre estuvo de parte de sus discípulos. Siempre atento, siempre cuidando. Ese es el antídoto del miedo, su presencia. Porque sin miedo podemos enfrentarnos a todo lo que venga con el espíritu en su sitio, templado, firme. Con el miedo de por medio, no somos más que un amasijo de nervios en descomposición.

El Señor va a insistir hasta que seamos capaces de enumerar todos nuestros miedos ocultos y vencerlos. Todos y cada uno de los miedos que se nos han ido escondiendo debajo de la piel desde el momento en que nacimos. Puede que tardemos toda la vida, pero tened por seguro que no entraremos a la casa del Padre cuando muramos llenos de miedos. El miedo no es uno de los tesoros en el cielo de los que habla el evangelio, ¿por qué lo atesoramos, entonces, como si fuera valioso? 

La pregunta detrás de la pregunta de Jesús es más grande que la vida misma. Si no tuviéramos miedo, si la verdad bíblica de quiénes somos en Jesús, en toda su dimensión, pesase más que cualquier otra cosa en nuestras conciencias, ¿qué seríamos capaces de hacer? Y no me refiero a atreverte a hacer puenting

¿Alguna vez os habéis parado a pensar cómo sería vivir realmente sin miedo? Sin nada de miedo a nada, enfrentando cada situación y cada problema desde la sabiduría de Cristo, desde el amor de Dios, desde el poder del Espíritu. De hecho, es a eso a lo que se nos llama. Y la perspectiva, si la meditamos bien, implica mucho más de lo que creemos.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - Miedo paralizante