“No incluir la tolerancia como un principio de la vida social española es anticonstitucional”

El académico José Luis Villacañas ha publicado este año Imperiofilia y el populismo nacional-católico. “El catolicismo no ha sido la confesión más capaz de reconocer esa libertad interior del creyente”, asegura.

Jonatán Soriano

BARCELONA · 26 DE JUNIO DE 2019 · 08:30

El catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Villacañas. / INED21,
El catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, José Luis Villacañas. / INED21

El romanticismo por la España de la Armada Invencible, de Colón y las colonias y de la sucesión de dinastías monárquicas a base de tambores y fuego de cañón parece arcaico, pero se convierte en una evidencia plausible cuando personalidades como la directora de cine Isabel Coixet, entre otras que incluyen al ministro de Asuntos Exteriores, Josep Borrell, o al escritor Mario Vargas Llosa, asegura que Imperiofobia y la leyenda negra, de Elvira Roca Barea, es “un fascinante ensayo” y “un gran libro” ante el que “muchos mitos e ideas preconcebidas de la historia española caen”. Pero, ¿se ciñe este planteamiento al relato de los hechos hispanos?

En tono de contestación directa al discurso de la supuesta leyenda negra que presupone la autora, José Luis Villacañas, catedrático de filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, ha publicado este año Imperiofilia y el populismo nacional-católico (Ed.Lengua de Trapo, 2019) como una defensa de todo aquello que interpreta como un ataque por parte de Roca Barea: “Denuncia de forma permanente que la universidad es uno de los actores que ha mantenido la leyenda negra”. 

Villacañas elabora, al respecto, un relato concentrado en su especialidad; la historia de las ideas y los movimientos europeos y su (des)arraigo en España. “Hay que luchar contra este libro, para mostrar a sus defensores políticos que es una contradicción defender a España y atacar los principios fundamentales sobre los que se basa su Constitución, como sería una vuelta a un Estado confesional”, dice. 

En este sentido, intuye una relación evidente de tipo político entre la publicación de Roca Barea y ciertos partidos y representantes públicos. “Su libro es sintomático de mucho déficit de convivencia normalizada en España y responde a una falta de autoestima que se produce como consecuencia de la impugnación catalana de la unidad del Estado español”. Por eso, insiste en la necesidad de “levantarse contra este libro” y perfeccionar la Constitución, que según él implica “aumentar la capacidad de reconocer la legitimidad de otros credos religiosos en España”.

 

Pregunta: Desde el principio has planteado este libro como una respuesta a Roca Barea y su Imperiofobia. ¿Por qué era necesaria esa respuesta?

Respuesta: El libro de Imperiofobia ataca de una forma muy central lo que es mi proyecto intelectual y lo que considero que son las bases fundamentales de la vida social, cultural y política española en la actualidad. Primero, digo que ataca mi proyecto intelectual porque he dedicado mi vida a comprender los procesos europeos, por qué no se han dado en España con la fuerza necesaria fenómenos como la Reforma, la Ilustración o el Liberalismo, intentando trazar un puente entre la cultura de los pueblos del norte, reformados, y los pueblos del sur, con la finalidad de comprender nuestras peculiaridades y, al mismo tiempo, estar en condiciones de organizar una conversación que nos permita comprender mejor la realidad europea. 

Creo que esta dimensión europea es central en nuestra vida democrática actual, en la medida en que España ya no se puede pensar contra Europa, sino que ha alcanzado su vida democrática, su incorporación a la modernidad, su buena relación con los vecinos a través de la aceptación de una serie de principios fundamentales, que incluyen los derechos humanos en evolución, la democracia, la propuesta de una Constitución que diferencie Iglesia y Estado y garantice las libertades, no solo religiosas sino de toda índole. Si un libro pone en cuestión todos esos principios me siento obligado por la coherencia de mi trayectoria a criticarlo y ofrecer una alternativa. 

 

P: “Populismo intelectual reaccionario”. De esta manera describes, a grandes rasgos el trabajo de Roca Barea. ¿Qué elementos de su obra te llevan a expresarte de esta manera?

R: Los elementos que ella misma incorpora a su trabajo. Roca Barea denuncia de forma permanente que la Universidad es uno de los actores que han mantenido la leyenda negra. Denuncia a los historiadores, a los intelectuales universitarios en general por no haber sido sensibles al imperio español, que ella propone como modélico. Por mi parte creo que el populismo tiene uno de sus elementos fundamentales en la denuncia de la universidad y del rigor intelectual propio de la vida universitaria. Y es reaccionario porque, en el fondo, el libro aspira a proponer un modo de vida pública que está completamente organizada alrededor de lo que ella llama el ser católico de España. Esto es, una esencia católica de España que es independiente de que España tenga más o menos católicos o de que haya tenido solo la religión católica por la represión histórica del poder político sobre cualquier disidencia religiosa.

 

En su último trabajo, Villacañas defiende que España nunca ha tenido una estructura imperial. / Avivamentfest

Por lo tanto, creo que estoy justificado para llamar populista a un libro que desprecia la Universidad y que se basa única y exclusivamente en fuentes de internet y afines, para mover pasiones y sentimientos sin entrar en verdadera discusión teórica con los grandes científicos reconocidos por el mundo entero. Y creo que estoy justificado al llamarle reaccionario porque propone un modo de vida que está anclado en el pasado y que reacciona contra una comprensión de la vida social que protege la tolerancia, la disidencia y la pluralidad. 

 

P: Nos encontramos en un momento de auge de la derecha a nivel continental. En España, ese auge se ha diluido en una fragmentación de la propia derecha con el surgimiento de nuevas formaciones y una aparente pugna por ver quién defiende mejor una propuesta concreta de identidad nacional. ¿Hasta qué punto la obra de Roca Barea y su impacto es fruto de este contexto y está comprometida con un ideal político?

R: Creo que el libro de Roca Barea es sintomático del amplio déficit de convivencia normalizada en España y responde a una falta de autoestima que se produce como consecuencia de la impugnación catalana de la unidad del Estado español. Esa herida ha producido una reacción necesitada de autoestima, de ánimo, de proponer que en el fondo somos una gran comunidad y una gran nación, y ahí están de acuerdo toda una serie de actores políticos porque en el fondo creen que este tema afecta a la mentalidad de muchos españoles que no tienen completamente definido a quien votar dada la crisis de representación que arrastramos. Por lo tanto, creo que todos los partidos políticos, incluido el ala más conservadora del PSOE, luchan por esos votantes específicamente nacionalistas que desean compensar la herida que les produce la desafección catalana con una sensación de grandeza, de plenitud histórica. Todos esos votantes no tienen, en realidad, una ideología social específica. Son gente de la derecha, de la izquierda, y todos los partidos integran este fenómeno con la finalidad de atraerse a todo ese electorado. 

Ahí es donde surge VOX, la dirección extremadamente conservadora de Ciudadanos, la aspiración de Pablo Casado de emularlos, pero también las manifestaciones de Alfonso Guerra o de Felipe González, de que este libro les parece importante y verdadero. Creo que testimonia una inseguridad general de la población española acerca de los que significa el Estado español y la dificultad de sostenerse y apoyarse sobre una comunidad nacional cohesionada. Pero en España no ha existido nunca esta nación homogénea soñada por Roca Barea y no se debe confundir a las elites que han manejado el Estado con una realidad nacional. Esta complejidad interna de España quiere ser neutralizada por estos políticos de la derecha para proponer una España en la que cualquier disidencia sea vista como traición. 

 

P: Llama la atención que en tu obra haces una diferenciación entre Imperio, en mayúscula, e imperio, en minúscula, para referirte al conglomerado de territorios bajo dominio de la monarquía española. ¿Por qué y cómo afecta esto a la concepción de la historia de España que plantea Imperiofobia?

R: Afecta de modo muy central porque su autora cree que ha existido un imperio español. En realidad, España nunca ha sido un imperio, institucionalmente hablando. En este sentido, el único imperio que ha existido en Europa ha sido el Sacro Imperio Romano Germánico, que llega hasta las guerras de Napoleón y el final del Antiguo Régimen. La monarquía hispánica fue un gran poder. Cuando se consultan las fuentes alemanas, España no es para ellos ni un Imperio ni un Reich. Es, sencillamente un Grosse Macht, un gran poder, es decir, un dominio de dimensiones supranacionales pero sin una institución propiamente dicha que se llame imperio. Ha sido una monarquía pero no ha sido reconocida como imperio por ninguna comunidad política occidental ni sus reyes se han titulado emperadores en ceremonias autorizadas por quien podía autorizarlo, el Papa. Todavía Napoleón lo hizo.

La coincidencia de Carlos V como rey de los territorios bajo poder de la monarquía hispánica y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, no hizo de España un imperio, sino que convirtió al rey hispánico en emperador. Pero Felipe II no tuvo título imperial y nunca lo ha tenido ningún otro monarca de la rama hispánica de la casa de Austria. A partir de Carlos, nadie acumuló el título de emperador y de rey español. España nunca ha sido un imperio, sino un gran poder que no supo nunca regular bien todos los territorios que tenía bajo su mando en un ordenamiento colectivo, en una especie de commonwealth, y desde ese punto de vista fue un gran poder bastante inseguro en sus formas institucionales. Esto se demuestra en un hecho. Un territorio como las tierras valencianas desde Vinaroz hasta Orihuela tenía un virrey, como el reino de Nápoles. Sin embargo, toda América hispana tuvo dos virreyes durante más de dos siglos. Eso da una idea de la fragilidad institucional del dominio americano.

 

Portada de Imperiofilia, con una reproducción del cuadro Perro semihundido, de Francisco Goya. / Lengua de Trapo

P: En el prólogo de Imperofilia, como decías antes, afirmas que el libro de Roca Barea “ataca todo lo que has defendido en tu humilde obra”, y más adelante hablas de que todavía considera al protestantismo y a Europa como enemigos de España. José Luis, tú eres el organizador del Congreso sobre la Reforma Protestante española. ¿Cuál ha sido tu relación con el protestantismo?

R: Mi relación con el protestantismo tiene que ver fundamentalmente con la voluntad de explicitar y defender otras formas de vida religiosa que no estén tan atravesadas por la cultura católica. Creo que soy un intelectual que comprende el hecho religioso, pero que comprende que tener oído para la religión implica una cierta libertad interior y el catolicismo no ha sido la confesión más capaz de reconocer esa libertad interior del creyente. Creo, sin embargo, que la Reforma se organiza sobre esa base fundamental y, al mismo tiempo, creo que el catolicismo no ha sido una cultura suficientemente orientada por la Biblia, mientras que la vida religiosa a la que podemos tener acceso los occidentales es una vida que ciertamente debe basarse en la lectura de los textos bíblicos del Antiguo y del Nuevo Testamento.

Dos cosas me han llevado a defender esa otra opción, no porque sea mi opción personal confesional, puesto que culturalmente soy uno de tantos miles de españoles que son cristianos sin iglesia, sino porque constituye una demostración de la necesaria pluralidad de la vida religiosa y de la normalidad de esa vida basada en la libertad de conciencia. Por eso he intentado demostrar, con mis amigos reformados, que en toda generación de españoles han existido personas que creían de esta manera, libre e intensa, y pienso que es bueno recordarlas porque también hay una tradición española en defensa de la libertad religiosa. Incluso un país como España tuvo su Reforma, su “iglesia petita” como decían los reformados sevillanos.

 

P: Otros autores y personalidades públicas han dicho que la historia española hubiese sido diferente de haber arraigado el protestantismo en el Estado. ¿Tú qué piensas?

R: El catolicismo europeo tampoco es monolítico. Allí donde el catolicismo y el movimiento reformado han tenido que convivir y mantener una relación, allí el catolicismo también ha evolucionado, porque si no evoluciona en un sentido de aproximarse al movimiento reformado no es atractivo para los fieles. Por otro lado, en los países lejanos de toda Reforma, allí el Vaticano ha tenido un poder extraordinario y ha mantenido unas relaciones políticas, intelectuales y culturales que han reducido drásticamente la complejidad de la vida cultural, intelectual, científica y social, pues Roma nunca ha confiado en el episcopado local, sino en elites como las órdenes religiosas que han ejercido un poder muy exclusivo como elites intelectuales. Desde ese punto de vista sí creo que España ha sido un país menos moderno por la influencia que la Iglesia Romana ha tenido sobre su existencia histórica, y hubiera sido un país más complejo y, desde luego, más tolerante y libre si esa influencia hubiera sido más reducida, o si se hubiese dado la posibilidad de la tolerancia entre confesiones como en otros lugares como Holanda, el Imperio de Austria o la misma Suiza. 

 

P: ¿Por qué España no ha sido nunca un país de mayoría protestante?

R: Por supuesto, por la Inquisición. Hay que pensar que en tres ciudades tan capitales de la Castilla del siglo XVI como Burgos, Valladolid y Sevilla, hubo brotes reformados muy intensos. Por no hablar del Toledo del arzobispo Carranza. Si esos lugares hubieran sido dejados en libertad, con toda seguridad el movimiento reformado habría tenido en España muchísima fuerza, porque nosotros también tuvimos intelectuales que, como Martín Lutero, comenzaron a leer la Biblia y estuvieron en condiciones de impugnar la estructura sacramental de la Iglesia Católica. Y esto de un modo endógeno. Todos esos intelectuales habrían conectado perfectamente con el movimiento europeo y habrían fortalecido formas de vida religiosa que implicarían una transformación completa del catolicismo. Posiblemente ellos no se hubieran sumado a la Reforma alemana, pero habríamos tenido una Reforma española que habría transformado la vida religiosa de la gente y el sentido de comunidad eclesial en algo mucho más libre y democrático, horizontal y abierto. Para mí, esto es lo importante. 

 

Según Villacañas, la defensa de la leyenda negra española responde a unos intereses políticos concretos. / Twitter @ubeda1955

P: Cualquier miembro de una religión minoritaria podría coincidir en que no se trabaja lo suficiente en términos de convivencia y pluralismo en España. Sin embargo, no se puede negar que ha habido un proceso de normalización relativo. Y en este contexto aparece Roca Barea hablando de “enemigos irreconciliables”, en relación a todos los que no aceptan la interpretación de los hechos que plantea. ¿Hemos llegado al tope de pluralismo que podíamos alcanzar?

R: La Iglesia Católica se sigue empeñando en monopolizar la religión en España y aprovecha los fenómenos del folklore y la vida tradicional para imponerse públicamente como la única confesión religiosa legítima en España. En este sentido, el libro de Roca Barea y la forma de pensar de sus defensores políticos es muy preocupante. No incluir la tolerancia como un principio de la vida social española es profundamente anticonstitucional y regresivo. Por eso, hay que luchar contra este libro, para mostrar a sus defensores políticos que es una contradicción defender la realidad existencial de España y atacar los principios fundamentales sobre los que se basa su Constitución, que es lo que defiende este libro, pues propone un regreso a un Estado confesional. 

 

P: ¿A qué escenario se debería aspirar para contrarrestar esta tendencia?

R: Que sepamos diferenciar entre la defensa de la unidad del Estado español, que yo defiendo de manera fundamental porque es una conquista civilizatoria y un compromiso de solidaridad entre sociedades vinculadas por la vida común, y defender una tradición que nos sitúa completamente en contra de los valores europeos y constitucionales. No vaya a ser que por defender la unidad de España lleguemos a destruir el espíritu de la Constitución, y que lo hagamos tanto o más que los independentistas catalanes. Esto es una contradicción y debemos luchar políticamente para que los representantes políticos se den cuenta de que tenemos que seguir atendiendo de forma coherente a perfeccionar la Constitución pero no a regresar a tiempos incompatibles con ella.

La batalla sigue siendo política y soy optimista porque ya han comenzado muchas voces, como demostraba el historiador Carlos Martínez Shaw, a levantarse contra un libro que destruye la inteligencia española y hace imposible evolucionar pacíficamente con nuestra Constitución hacia el futuro. Perfeccionar esa Constitución implica, desde luego, aumentar la capacidad de tolerancia y la capacidad de pluralismo en la sociedad española. Y también aumentar la capacidad de reconocer la legitimidad de otros credos religiosos en España y, sobre todo, los credos históricos reformados, porque pertenecen a nuestra propia historia, junto con la religión judía y junto a un islam templado y pacífico.

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