El engaño de las riquezas

Qué acostumbrados estamos a ellas; al ajetreo cotidiano, los pequeños salvavidas de rutinas… y olvidar del todo que el reino de los cielos existe. 

17 DE JUNIO DE 2019 · 11:35

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Otros son como lo sembrado entre espinos: oyen la palabra, pero las preocupaciones de esta vida, el engaño de las riquezas y muchos otros malos deseos entran hasta ahogar la palabra, de modo que esta no llega a dar fruto.

Marcos 4:18-19

Jesús habla de cuatro tipos de personas en la parábola del sembrador (Mc 4). Asombrosamente, según sus palabras, solo uno de cada cuatro creyentes produce fruto en abundancia. No parece ser lo que se dice… pero sí se parece mucho a lo que se hace. Hemos sido llamados a que nuestro estado natural en Cristo sea ser fructíferos, prósperos y abundantes, como una semilla que cae a tierra y crece tal y como se corresponde. Esto no tiene nada que ver con la teología de la prosperidad, porque la enseñanza de Jesús no es que vamos a ser los que manejemos el cotarro en un sistema económico en el que para que haya unos cuantos con jets privados otros muchos deben empobrecerse. No. El verdadero evangelio habla de una prosperidad que nos corresponde como habitantes de la tierra, lejos de los lujos superfluos de quienes necesitan cosas para sentirse importantes. Me da por pensar si puedo reconocer a estos tipos de creyentes en mi experiencia directa:

Si la palabra no crece en nosotros, dejamos las puertas abiertas a que Satanás venga y haga y deshaga en nuestras vidas como si tuviera autoridad para ello (que no la tiene). Él siempre intentará quitarnos toda semilla de la palabra que intente crecer, toda esperanza, todo fruto de fe. Con mucha gente lo hace sistemática y continuamente. Son los que desconfían de que la Biblia, en el fondo, tenga razón y sea verdad. Los hay que se dejan llevar por el escepticismo pensando que es la mejor opción. Los hay que, a pesar de no creer, asisten a la iglesia, cantan las alabanzas y se aprenden los textos, pero desconfían cuando ven que la lectura sola no conduce a la fe sin voluntad y valentía. Cuando más desconfían, más roba Satanás. Cuanto más roba Satanás en ellos, más desconfían.

Los entusiastas del enamoramiento, los que se convierten y de repente parecen tener todas las respuestas… y toda la arrogancia. Son los teólogos de mercadillo, los marisabidillos que aparecen por ahí molestando y siendo impertinentes, uniéndose a causas insípidas y siguiendo a ciertos líderes sin criterio. No entienden que en el cristiano el Espíritu acompaña a la razón, guiándola… no al revés. Les hemos visto caer al primer revés, tristemente. No aguantan ni el más ligero contratiempo. Nos sacan de quicio, pero en realidad se merecen mucha compasión.

Están los que permanecen en un estado atrofiado, quizá, durante décadas. Cristianos de iglesia, bien comunicados, bien establecidos, pero que nunca dan fruto: solo hacen muchas cosas, quizá. Pero la frustración se convierte en la constante de sus vidas. Jesús dice que a estos se les ha ahogado la palabra sembrada en ellos. Las preocupaciones de esta vida, el engaño de las riquezas y muchos otros malos deseos han hecho imposible que crezca la palabra de Dios en ellos. Los conozco bien. He sido uno de ellos. Es el lugar más triste, tan cerca del altar de Dios, casi en primera fila, pero sin querer ni poder acceder al abrazo del Padre.

Jesús da por hecho muchas cosas en este pasaje de la parábola del sembrador de Marcos: por ejemplo, que siempre tendremos problemas y persecuciones si nos decidimos por seguir la palabra de Dios. No nos vamos a librar de ello, y la cuestión no es tratar de encontrar la manera de evitar ese sufrimiento, sino saber cómo enfrentarlo. También afirma que el engaño de las riquezas existe. Puede parecer obvio, pero provengo de una sociedad donde aseguran que ese engaño no es tal, que no existe, que no es nada más que una pantomima mística de algunos iluminados.

Todo está lleno de medias verdades, de oscuridades que asaltan sin verlo venir; todo el mundo es un compendio de dudas, y toda posible relación, de la clase que sea, queda condicionada por nuestras imperfecciones. Sin embargo, aquí Jesús anuncia una verdad dándola por hecho, sin dudar, “como quien tiene autoridad”, como se dice un poco antes en Marcos. El que es la Verdad dice la verdad; y esa verdad es por encima de apariencias o circunstancias que tratemos de calibrar desde nuestra imperfección. Existe el engaño de las riquezas. Ha existido y existirá. ¿Dónde puede verse?

Es una pátina de un barniz contaminado. Sería demasiado simple decir sin más que consiste en que no hay que ser tan materialistas, pero cómo no vamos a serlo, si creemos en el materialismo con todo nuestro corazón. Estamos enamorados de la triste abundancia de un árbol lleno de regalos caros en Navidad, de vacaciones en lugares lejanos y exóticos, de poder comprarnos ropa nueva todas las temporadas.

Y ojalá fuera solo eso. Cuando más profundo cavemos dentro de nosotros mismos, más trazas de ese engaño veremos. De repente contemplaremos necesidades que no lo son a los ojos de Dios, o que chocan directamente con las directrices del reino de los cielos, con su esencia y su presencia. Todo está en desorden, desde nuestros amores internos hasta lo que todo el mundo insiste en que es imprescindible, sin remisión, sin diálogo, sin negociación. Naces, creces, te encuentras aquí encerrado en ese círculo de necesidades engañosas hasta que mueres. Y eso es todo. Todo está plagado de este engaño, porque está dentro de nuestros propios ojos.

Dice Jesús que el engaño de las riquezas hace juego con las preocupaciones de esta vida y con otros muchos malos deseos: todos son lo mismo, al final. ¿Pero acaso no nos han dicho, no nos han enseñado desde la cuna, que para las preocupaciones de esta vida es para todo lo que estamos vivos? ¿No insisten todos, allá afuera, que esas preocupaciones son lo único que hay?

Aquí es donde queda plantada y florece la palabra que anuncia Jesús: ¿y si no están diciendo la verdad? ¿Y si hay otra cosa? Llegados a este punto, o crees en la palabra, o crees en las riquezas. Jesús dice que son un engaño, pero… qué acostumbrados estamos a ellas; qué familiar y cómodo nos resulta vivir por y para ellas, someter nuestra cerviz a las preocupaciones, al ajetreo cotidiano, las rutinas, los pequeños salvavidas de rutinas… y olvidar del todo que el reino de los cielos existe. 

Pensar así no solo inutiliza la palabra de Dios y su eficacia, sino que la ahoga: la deja sin vida.

Publicado en: PROTESTANTE DIGITAL - Amor y contexto - El engaño de las riquezas