El marfil de Tarsis

En las versiones protestantes de la Biblia no se mencionan los elefantes. Sólo se habla del marfil de Tarsis, producto de gran valor procedente de los colmillos.

13 DE JUNIO DE 2019 · 20:10

Elefante asiático en el Zoo de Jerusalén. Son más pequeños que los africanos y tienen también las orejas de menor tamaño. Estos animales eran los más empleados en las guerras de la antigüedad.  / Antonio Cruz.,
Elefante asiático en el Zoo de Jerusalén. Son más pequeños que los africanos y tienen también las orejas de menor tamaño. Estos animales eran los más empleados en las guerras de la antigüedad. / Antonio Cruz.

Los soldados abrevaron a los elefantes con zumo de uvas y moras para excitarlos a la lucha. Repartieron los animales entre los batallones, poniendo con cada elefante mil hombres con corazas de malla y yelmos de bronce en la cabeza; y quinientos caballos escogidos rodeaban siempre al animal. Unos y otros seguían los movimientos del elefante y estaban cerca, sin separarse de él. Cada elefante llevaba una torre sólida de madera, bien protegida y sujeta con cintas, y en cada torre cuatro guerreros y el que lo guiaba. El resto de la caballería iba en las dos alas del ejército para atemorizar al enemigo y proteger los batallones. (1 Macabeos 6:34-38)[1]

En las versiones protestantes de la Biblia no se mencionan los elefantes. Tampoco en hebreo existe una palabra para referirse específicamente a ellos.

Sólo se habla del marfil importado de Tarsis como producto de gran valor procedente de los colmillos de éstos (elephántinos, ἐλεφάντινος) (1 R. 10:18-22; Ap. 18:12).

Aunque, en realidad, tan singulares dientes no sean colmillos sino incisivos superiores extremadamente desarrollados. Sin embargo, el texto apócrifo de los Macabeos - recogido en las versiones católicas de la Biblia- se refiere con frecuencia a los elefantes ya que eran animales usados en la guerra debido a su fuerza, tamaño y por el efecto psicológico que causaban entre las tropas enemigas.

Fueron empleados por el ejército heleno de los Seléucidas (312-63 a.C.) contra las tropas hebreas.

No obstante, al tratarse de mamíferos salvajes, sus reacciones eran imprevisibles y en ocasiones se asustaban, arremetiendo contra su propio ejército.

El soldado israelita Eleazar Macabeo, apodado Avarán, durante el transcurso de una batalla contra los helenos en la que participaban treinta y dos elefantes adiestrados, se dirigió valientemente hacia el mayor de estos animales, creyendo que sería el del rey.

Se colocó debajo del elefante, con el fin de clavarle la espada en el corazón, y así consiguió matarlo. Desde luego, logró su propósito pero éste le costó la vida, ya que murió aplastado por el peso del animal que se desplomó sobre él (1 Mac. 6:43-46).

Antes de que los hebreos fueran llevados a Asiria, ya había elefantes en dicho país, tal como se desprende de las inscripciones encontradas por los arqueólogos. Uno de los reyes más importantes del imperio medio asirio, Tiglath-Pileser I (1114-1076 a.C.), relata con detalle sus aventuras en la caza de elefantes.

Probablemente estos animales se capturaban en la India y después se exportaban a otros lugares, como al imperio persa. Muchos años más tarde, en la batalla de Gaugamela (331 a.C.), el rey persa Darío III se enfrentó con quince elefantes de guerra a las tropas de Alejandro Magno.

Éste quedó tan impresionado que, en campañas posteriores, incorporó los elefantes a su propio ejército.

En tiempo de los Macabeos, al conductor de cada elefante se le llamaba “indio” (indos, ἴνδος), mientras que el comandante de un batallón de conductores era el “elefantarca” (elephantarkhes, ἐλεφαντάρχης) (2 Mac. 14:12).

Existen noticias de que estos animales se domaban ya en el valle del Indo hace alrededor de 4000 años. Los más utilizados por el hombre para tareas agrícolas han sido, desde siempre, los elefantes índicos, ya que los africanos, de mayor tamaño y agresividad, siempre fueron difíciles de adiestrar. Aunque la paciencia y pericia de algunos domadores también lo consiguió.

 

La trompa de los elefantes sirve para casi todo. / Antonio Cruz.

El elefante es el mayor de los mamíferos terrestres que vive en la actualidad. La familia Elephantidae está representada hoy sólo por dos géneros: Elephas (al que pertenece el elefante asiático) y Loxodonta (elefante africano).

No obstante, en el pasado hubo otros muchos géneros que por diversas razones se extinguieron, dejando en algunos casos sus restos fosilizados.

Como por ejemplo los mamuts (Mammuthus), algunos de los cuales se encontraron congelados en los aluviones de los ríos de Siberia y conservaban todavía la carne en condiciones de ser consumida por los perros. Aunque en este caso no se trate propiamente de fosilización sino de simple congelación.[2]

Según los últimos estudios del ADN de estos animales, se sabe que los representantes de distintas especies de esta familia de elefántidos estaban estrechamente relacionados entre sí.

Hasta el extremo de que mamuts, elefantes y mastodontes llegaron a ser interfértiles o capaces de hibridarse con descendencia fértil.[3]

Lo cual constituye un inconveniente para el supuesto árbol ramificado de la evolución, con especies que divergen, se van por sus propios caminos para quedar finalmente aisladas desde el punto de vista reproductivo.

Por el contrario, lo que muestran los genomas es que la hibridación entre especies ha sido algo característico y recurrente a lo largo de la evolución de los elefántidos.

De manera que lo que se ha descubierto se parece más a una red entrecruzada de relaciones genéticas que a un árbol ramificado y esto es algo que, desde luego, no encaja con la evolución gradualista de Darwin sino que habla a favor del enorme potencial de variabilidad que existe dentro de cada grupo básico de organización animal.

En el pasado, los elefantes se extendían prácticamente por todo el mundo, excepto por Australia y la Antártida. El elefante asiático (Elephas maximus) vivía antiguamente desde el sur de China e Indonesia occidental hasta las costas del golfo de Pérsico y el sur de Mesopotamia.

Actualmente se circunscribe a Sri Lanka, sur y noreste de la India, Bangladesh, Indochina, Sumatra y Borneo. Se considera una especie en peligro de extinción.

Es más pequeño que su pariente africano (Loxodonta africana) ya que suele tener entre 2 y 3,5 metros de altura, frente a los cuatro metros o más que alcanzan los elefantes africanos.

Sus orejas también son más pequeñas y redondeadas por lo que no cubren los hombros. No todos los elefantes asiáticos presentan colmillos, las hembras carecen de ellos.

De las seis muelas que poseen, que tienen una superficie amplia para masticar y aplastar los vegetales fibrosos, sólo la primera se utiliza y, a medida que ésta se va desgastando, se la sustituye sucesivamente, siendo empujada por las otras de reserva.

 

Elefante africano hembra (Loxodonta africana) con su cría.  / Ana Romero.

Cuando la última muela se desgasta completamente, el elefante puede morir de hambre.

Sin duda, la característica más llamativa de los elefantes es la trompa o probóscide. Ésta lleva los orificios nasales en su extremo y les sirve como órgano olfatorio, para transportar comida y agua a la boca, arrojarse agua sobre el cuerpo cuando se bañan, o polvo que les preserve de los insectos y, por supuesto, para levantar objetos, tumbar árboles, jugar, acariciarse, etc.

La trompa del elefante asiático posee un labio o “dedo” en su extremidad, mientras que la del africano presenta dos dedos. Los pies, que son cortos y anchos, tienen la suela almohadillada y unas uñas como pezuñas, cinco en cada pie, excepto en las patas posteriores del elefante africano, que sólo tiene cuatro.

A pesar de su enorme peso (unas cinco toneladas en el elefante asiático), pueden llegar a correr a 40 km/h si se asustan o enfadan. Aunque su velocidad promedio durante la marcha es de 5 a 6 kilómetros por hora.

Los elefantes son muy ruidosos, aunque la mayoría de los sonidos que emiten no son audibles por los humanos ya que se trata de infrasonidos o sonidos de baja frecuencia que producen cuando el aire fluye a través de sus cuerdas vocales.

Estos “ruidos silenciosos” les permiten comunicarse y mantenerse en contacto a distancias de hasta 10 kilómetros. Les resultan muy útiles para encontrar pareja, buscar crías perdidas o guiar al grupo hacia otros grupos.

Son animales capaces de dormir de pie, aunque también se pueden tumbar en el suelo para hacerlo. En ocasiones utilizan una almohada de vegetación prensada, sobre la que apoyan la cabeza. Cuando duermen de pie, su tasa de respiración es normal, pero al echarse se reduce a la mitad.

¿Pueden algunos animales como los elefantes llorar de tristeza? El gran teólogo protestante, Charles H. Spurgeon, comentando el salmo 42 escribió: 

“Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche. Así como la sal es buena para preservar la carne, las lágrimas son saludables para preservar el alma. Cuando un hombre se deshace en lágrimas, en continuas lágrimas, en abundantes lágrimas, en lágrimas que llenan su copa y su cuenco hasta rebosar, se puede afirmar de él, propiamente, que es sincero. Como de los ojos de la cierva brotan enormes lágrimas cuando se ve atribulada y en tensión, así́ también las amargas gotas saladas brillaron en los ojos de David.” 

Y al pie de página, puede leerse:

“Científicamente no se ha comprobado si las lágrimas de los animales son causadas solamente por irritación de los ojos o pueden ser resultado de emociones: lo que sí está demostrado es que derraman ocasionalmente copiosas lágrimas. Aunque ello no haya sido aceptado oficialmente todavía por la comunidad científica, algunas investigaciones han demostrado que algunos mamíferos cuando son separados de su madre, como en el caso de elefantes y delfines, lloran copiosamente; o que cuando al ser perseguidos se dan cuenta que serán atrapados irremisiblemente, derraman abundantes lágrimas: tal es el caso de los osos y los ciervos.”[4] 

Verdaderamente hay casos sorprendentes, como el de elefantes nacidos en cautividad, que lloran durante horas al ser rechazados por su madre inexperta o enferma.[5]

El sufrimiento no es exclusivo de las personas sino que, como escribiera el apóstol Pablo, “sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora” (Ro. 8:22).
 

[1] La Biblia, 2006, La Casa de la Biblia, PPC, Sígueme y Verbo Divino, Madrid, p. 651.

[2] Meléndez, B. y Fuster, J. M. 1978, Geología, Paraninfo, Madrid, p. 620.

[3] Lipson, M. y otros, 2018, “A comprehensive genomic history of extinct and living elephants”, PNAS, March 13, 2018 115 (11) E2566-E2574; first published February 26, 2018, https://doi.org/10.1073/pnas.1720554115 

[4] Spurgeon, C. H., 2015, El tesoro de David, CLIE, Viladecavalls, Barcelona, p. 1015.

[5] https://www.abc.es/sociedad/20130916/abci-elefante-llorar-perder-madre-201309160944.html

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