El fracaso del proceso de paz y el sufrimiento de los cristianos

Los cristianos colombianos en las zonas rurales sufren mucho, sobre todo los pastores que son el primer blanco de los grupos armados.

10 DE JUNIO DE 2019 · 18:27

Montería, en Córdoba, Colombia. / Carlos Felipe Pardo, Flickr (CC 2.0),
Montería, en Córdoba, Colombia. / Carlos Felipe Pardo, Flickr (CC 2.0)

En 2007 visité con un diputado del Parlamento europeo a pueblos en el sur de Córdoba, departamento noreste de Colombia, en la zona costeña del Caribe. En esa época era una zona controlada por los paramilitares, donde se estaban desmovilizando como resultado de un acuerdo de paz negociado entre el gobierno y las AUC (Autodefensas Unidades de Colombia). 

En Tierra Alta, lugar de esas negociaciones, encontramos al comandante paramilitar con sobrenombre 08, que se  había desmovilizado hacía poco. Él lamentaba de la falta de recursos asignados por el gobierno para implementar las promesas que se habían hecho. Por consiguiente, aunque las AUC se estaba disolviendo, muchísimos paramilitares rehusaron  desmovilizarse, y las AUC se fragmentaron en pequeños grupos, muchas veces vinculados con narcotraficantes. Así que la situación después del acuerdo de paz fue más compleja y peligrosa que antes.

Doce años más tarde, tuve la ocasión recientemente de visitar de nuevo la misma región, acompañado por personas que la conocen bien y que ayudan a la iglesia perseguida. En este tiempo hay también un proceso de paz, no con los paramilitares, sino con las guerrillas de las FARC. Lo chocante fue que, a cualquier lugar que viajásemos, encontramos el mismo lamento que en 2007: el gobierno no cumple sus promesas hechas en el acuerdo de paz y no asigna los recursos necesarios por su implementación.

En 2016, después de cuatro años de negociaciones, se anunció a los medios del mundo este acuerdo de paz - y el Presidente Juan Manuel Santos recibió su recompensa en forma del Premio Nobel de Paz. Hubo una verdadera voluntad de las dos partes de promover la desmovilización de las guerrilleras de la FARC y integrarlas en la sociedad civil. 

Vinieron las elecciones de junio 2018 y Santos fue remplazado por el candidato de la oposición, Ivan Duque, ahijado del político poderoso Álvaro Uribe, que fue presidente de la república del 2002 al 2010. Como se puede leer en su biografía, tiene un odio inveterado contra las FARC por el asesinato de su padre en Antioquía en 1983.

El odio que Uribe tiene hacia las FARC lo hace pensar sólo en derrotarlas y exterminarlas, y nunca en negociar con ellas. Duque está siguiendo la misma política. Aunque el acuerdo de paz existe sobre el papel, el gobierno no muestra entusiasmo por avanzar, no asigna recursos, y hay sectores del gobierno y del ejército que trabajan clandestinamente contra el acuerdo.

Los resultados de todo esto son muy negativos. Como en 2007, hay una nueva fragmentación de grupos armados. Los disidentes de las FARC que no quisieron desmovilizarse han creado las FARC-EP (Ejército Popular) y otros se han juntado a las guerrillas del ELN o a otros grupos armados ilegales como las bacrimes (bandas criminales). Con el fracaso progresivo del proceso de paz, aun muchos que ya se habían desmovilizado retoman las armas y combaten al lado de uno u otro grupo armado.

En esa situación de confusión y caos, los cristianos colombianos en las zonas rurales sufren mucho, sobre todo los pastores que, con los líderes sociales, son el primer blanco de los grupos armados. Su objetivo es el de callar a las comunidades o de expulsarlas de las cercanías de los corredores de su tráfico ilícito. Si llegan a callar a los líderes sociales y a los pastores, o si los matan, crean una clima de miedo donde los miembros de la comunidad o se callan o huyen, dejando detrás pueblos fantasmas.

Los cristianos en estas zonas rurales se encuentran muchas veces en medio de luchas entre diferentes grupos armados, luchas por territorio, luchas por corredores de tráfico. Un cierto grupo llega a un pueblo y pide ayuda - comida, dinero, espías. No se pueden negar porque se arriesgan a morir. Unos días después, llega otro grupo armado, en lucha con el primero. Saben que en el pueblo han dado ayuda al primero grupo, así que matan a unas personas como represalia y destruyen casas. 

Los campesinos cordobeses en las zonas que visitamos son muy pobres, pues las iglesias no tienen muchos recursos. La mayoría de los pastores tienen que buscar un empleo pagado para sobrevivir. Como en el pasado, los grupos armados llegan a la iglesia pidiendo vacuna. Un pastor nos recontó que les explicó que su iglesia no tenía recursos, pero ellos estaban convencidos que había dinero en alguna parte. Cuando no la encontraron, le robaron sus animales, para que no tenga ninguna forma de sostener a su familia.

En el pasado, cuando hubo problemas, los pastores y líderes sociales sabían dónde ir para reclamar ante quienes tuvieran el control de la zona. Con la multiplicación y fragmentación de los grupos, muchas veces no se sabe a quién dirigirse, tampoco dónde están los responsables. Aun si se sabe, muchas veces es imposible viajar hacia esos lugares.

Cuando llegamos a las conferencias de pastores y líderes en las zonas alejadas, su alegría fue grande. “Nos sentimos totalmente olvidados por el estado”, nos dijeron. “Su sencilla presencia acá con nosotros nos da esperanza”. 

Cuando un miembro del cuerpo de Cristo sufre, todo el cuerpo sufre. No he olvidado jamás las palabras del Hermano Andrés, fundador del ministerio Puertas Abiertas. Hace 45 años habló a los estudiantes en mi universidad, y nos desafió, “Si la iglesia perseguida, miembro del cuerpo de Cristo, está sufriendo y no sienten su dolor, ¿es que ustedes son miembros artificiales?”.

¿Qué se puede hacer en solidaridad con nuestros hermanos en Colombia, miembros del cuerpo de Cristo, que están sufriendo? Poca gente que lea este artículo podrá viajar a Colombia. Pero cada uno de ustedes puede orar, y la oración es el arma más poderosa que poseemos, más poderosa que todo fusil, todo machete que posean los grupos armados.

Oremos para que nuestros hermanos colombianos puedan continuar firmes en su fe, anunciando las buenas noticias del evangelio a toda persona, sean civiles o sean combatientes. Oremos que ellos puedan recibir ayuda en lo material, y que puedan mantenerse neutrales, no  vinculándoseles a ningún grupo de los que se hayan en conflicto. 

Oremos también por los líderes de cada grupo involucrado en el conflicto: gobierno, ejército, guerrillas, paramilitares, bacrimes, pues los líderes son los que motivan el conflicto.  Bendigamos a los líderes de todo grupo, aun a  aquellos que persiguen a la iglesia. En esto seguimos las palabras de Jesús: Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen, para que sean hijos de su Padre que está en el cielo (Mateo 5:44-45).  Me parece muy difícil bendecir a quienes hacen daños a mis hermanos, pero es necesario para luchar sobre otros base diferente a la violencia y el odio. Habiendo bendecido, entonces podemos pedir al Padre su estrategia celestial que quiera implementar en la tierra, y oraremos según lo que él nos habrá revelado.

¿Hay esperanza por Colombia con sus 70 años de conflicto y sus diversos procesos de paz rotos? Hay siempre esperanza. El apóstol Pablo nos anima que no nos entristezcamos como los otros que no tienen esperanza (1 Tesalonicenses 4:13). El análisis político es deprimente, y mi corazón se entristece por Colombia. No veo una salida de la violencia que sumerge al país, pero no somos como los otros que no tienen esperanza. Dios es más grande que nuestro corazón y lo sabe todo (1 Juan 3:20).

A los cristianos de Colombia afectados por la violencia, y a nosotros que oramos por ellos, Juan diría: Ustedes, queridos hijos, han vencido a los falses profetas de la violencia, porque el que está en ustedes es más poderoso que el que está en el mundo (1 Juan 4:4).

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