Y al periodista, ¿quién lo cuida?

Un acercamiento a la situación del oficio desde la cosmovisión del evangelio.

31 DE MAYO DE 2019 · 11:00

El periodismo trata de personas. / Ryoji Iwata, Unsplash CC,
El periodismo trata de personas. / Ryoji Iwata, Unsplash CC

“La imagen del periodista como un fumador empedernido y un asiduo a la bebida existe por una razón”, escribía Jack Shafer en su artículo The Whiskey Rebellion, en 2008. “El trabajo (de periodista) implica un buen grado de acoso relacionado con el mismo trabajo: amenazas de fuentes y sujetos, correos de odio, acoso en las redes sociales. Todo esto, además de los factores estresantes comunes al lugar de trabajo, como los plazos a cumplir, los conflictos con compañeros y superiores, o equipos que funcionan mal”, aseguraba por su parte Gabriel Arana en la primera de una serie de publicaciones sobre el oficio periodístico que lanzó The Huffington Post en 2015.

Pero, ¿qué hay tras la imagen, con cierto punto de romanticismo, del reportero que teclea su máquina de escribir con un cigarro en la boca y una copa de whisky al lado? ¿Y sobre la que presenta Arana, de un periodista con un escritorio y un ordenador en el cubículo de una de las grandes redacciones del mundo anglosajón, rodeado de pilas de papeles y abrumado por las circunstancias? Un valor inalterable; el del hecho de ser personas

Y es que el periodismo trata de eso, de personas. Sin embargo, esta línea se pierde de vista a menudo, difuminada por el aura de trascendencia con la que se reviste la actualidad, pero agravada, sobre todo, por la frialdad de la distancia. ¿Quién conoce el proceso de elaboración y producción de una noticia? ¿Quién está junto a la persona responsable de ello en el momento de su redacción y publicación? Acostumbra a ser un ejercicio solitario, más bien. Incluso en las redacciones con centenares de periodistas, las cuales se convierten cada vez más en una paradoja de un oficio abocado a un sobreesfuerzo por la conservación, por su propia subsistencia, como consecuencia de la precariedad económica. 

Y aunque parece que se ha convertido en una actitud legitimada, que se siente cómoda especialmente en la plataforma digital, esta distancia que separa al periodista, como emisor, y al lector, como receptor, no puede justificar nunca el exceso en ese tipo de presiones que relata Arana. Precisamente por eso, porque el periodismo trata de personas. No solo las protoagonistas de las historias, sino también los artífices y moldeadores de estas, todas esas firmas que aparecen como minúsculas anotaciones entre el subtítulo y el principio del cuerpo de la noticia, también son personas. 

 

La llamada de amor al prójimo que realiza Jesús ofrece una contracultura a la manifestación de la guerra mediática. / Amador Loureiro, Unsplash CC

De obligado cumplimiento se ha vuelto en las facultades de periodismo el realizar una sesión sobre las presiones que experimenta el periodista. Lo que parece obvio, puede resultar balsámico más adelante, a medida que se van descubriendo las profundidades de ese oficio que, en palabras de Gabriel García Márquez, “es el mejor del mundo”. Que el periodista experimentará presiones externas, sobre todo en relación a la política pero también por parte de cualquier ideología; que el periodista experimentará presiones internas, como señalaba Arana, por parte de la estructura mediática organizada para la cual escribe; y que el periodista deberá compaginar todo ello, además, con la presión pasiva que puede suponer una actitud hostil por parte de los lectores, y con su propio día a día personal, puesto que en calidad de persona también tiene una vida que ordenar, sufrir, afrontar y vivir. 

Todo un cuadro que demanda la recuperación de los valores relacionales del evangelio para restaurar el oficio. Exactamente igual que sucede con otros trabajos. Porque tratándose en primera y última instancia de personas, la llamada de amor al prójimo que realiza Jesús ofrece una contracultura a la manifestación de la guerra mediática y de la pujanza entre ideologías. Recuperando la noción de dignidad que Jesús aplica sobre todas las personas, y que se basa en la imagen y semejanza de Dios, se puede comprender que los comentarios hostiles, los correos amenazantes e incluso cualquier forma de desprecio pasivo (‘unlike, emoticonos’) no son herramientas útiles para comunicar, para compartir visiones y, en definitiva, para convivir. 

 

El periodismo también necesita paciencia, espacio, amor y reconocimiento. / Ross Sneddon, Unsplash CC

El periodismo requiere de una actitud autocrítica constante, por parte de quienes lo trabajan, porque es muy fácil caer en conformismos que enfrían y endurecen la visión de la realidad, que distancian de las personas que protagonizan las historias, o que envanecen el propio conocimiento de la realidad. Pero el periodismo también necesita paciencia, espacio, amor y reconocimiento. Cualidades de cualquier espacio apto para construir relaciones de provecho, que informan y generan impacto y transformación. 

Hay que cuidar el periodismo.  

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